Lun 23.09.2013
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HISTORIETA  › JOOST SWARTE, UNO DE LOS INVITADOS NOTABLES QUE TUVO COMICOPOLIS

“Dibujo porque quiero contar algo”

El diseñador e ilustrador holandés participó del festival que terminó ayer en Tecnópolis. Allí se pudo ver la muestra Los sonidos de la arquitectura. El artista redefinió los límites de la historieta de línea clara francobelga.

› Por Andrés Valenzuela

Joost Swarte tiene un currículum impresionante: redefinió los límites de la historieta de línea clara francobelga, ilustró decenas de libros y revistas (incluyendo algunas tan prestigiosas como The New Yorker), colaboró en la mítica Raw, de Art Spiegelman, diseñó un teatro y fue una influencia clave para Chris Ware, uno de los grandes nombres de la historieta mundial contemporánea. Aun así, Swarte comenta con humildad que ya tiene 65 años y que no cree que vaya a poder hacer todas las cosas que le gustarían. Holandés, pero de familia belga, en estos días recorre Buenos Aires como uno de los invitados centrales a Comicópolis, el festival internacional de historieta que terminó ayer en Tecnópolis (ver nota aparte). Allí, entre otras, se pudo disfrutar la muestra Los sonidos de la arquitectura, dedicada a su trabajo.

La obra de Swarte está atravesada por tres elementos fundamentales: la lectura de la obra de Hergé, el creador de Tintín, el impacto del comic underground norteamericano y su formación como diseñador industrial. De la improbable cruza de esos elementos aflora un trazo limpio y páginas diagramadas con claridad, una irreverencia temática feroz y una concepción funcional de la narrativa.

Cuando Página/12 lo encuentra, Swarte observa un mapa de la ciudad donde le señalan museos y exposiciones que puede visitar. En la mano tiene un pequeño lápiz gris que no soltará en toda la entrevista. El holandés es de una cultura voraz. Le urge caminar las calles de la ciudad y conocer. Es su primera vez en Argentina, aunque conoce del país a través de su música y por cierta cuota de compromiso social que lo llevó a participar de las protestas de su país contra el Mundial de 1978. Quiere conseguir algunos discos de Cuchi Leguizamón, repasa su experiencia en la última boda de la casa real holandesa y recuerda que ilustró la portada de las ediciones de su país de algunos discos de Piazzolla. También cuenta de su visita al Museo Torres García, a quien admira, y por quien cruzó el charco hasta Montevideo. “No voy a llegar a hacer todo, ¿no?”, sonríe.

Es difícil imaginarlo de joven, con su fanzine recién impreso y vendiéndolo en mano por las calles de su ordenadita ciudad holandesa. “Creo que hacíamos 1000 o 1500 ejemplares y vendíamos algo así como el 80 por ciento de la tirada”, explica y señala que eso le abrió las puertas para publicar un libro colectivo por “una editorial en serio” y luego le tendió puentes en Francia. “Pero todavía no hacía lo que hago hoy, en ese momento mi estilo estaba muy marcado por los comics underground norteamericanos, pero no me hallaba en ellos”, rememora. Para encontrar su propio trazo empezó por estudiar a los grandes, hasta que se topó con Hergé y Tintin, que solía leer en la casa de su tío, en Bélgica. “Descubrí que era un estilo al que es muy fácil acceder como lector, porque ya lo conocés de tu niñez, pero le puse contenido para adultos, así que para mucha gente era un shock encontrarse con temáticas fuertes en lo que aparentaba ser un dibujo para chicos”, advierte con cierta picardía. Fue el propio Swarte quien definió ese estilo como “línea clara”, aludiendo a la pulcritud del trazo, siempre cerrado y prolijo. Pero su movimiento fue doble: le dio nombre al estilo y, al mismo tiempo, lo revolucionó.

“Cuando dibujo mis historias lo hago porque quiero contar algo y quiero que el lector entienda lo que estoy contando, así que quiero hacerle al lector lo más fácil posible la comprensión del relato”, desmenuza su propio trabajo. “Allí hay algo que también me gusta de la arquitectura, cuando diseñé el teatro pensé en las personas que lo visitarían, ¿cómo se sentirían? ¿Dónde deberían sacar sus entradas? Es una especie de abordaje social de la arquitectura, y del mismo modo pienso mis historietas.”

Así, por ejemplo, destaca que las cabezas de los personajes deben tener algo bien distintivo, para que el lector los reconozca, aun en los planos más cerrados. “De chico leía una sobre un personaje que tenía una lata a modo de gorro, eso me parecía muy gracioso, pero además como la lata estaba abierta, seguramente el autor nos decía que aquí no había mucho”, se golpea la cabeza. También es el caso de Jopo, uno de sus principales personajes. Y aunque podría pensarse que el nombre deviene del peinado del muchacho, en verdad es fruto de una corchea recortada: a Jopo le encanta la música, pero no puede tocar ningún instrumento. Swarte explica el diseño entero del personaje en una servilleta, que luego regala.

Todo en su obra es claro y tiene un rol. Todos los objetos que dibuja, si fueran reales, funcionarían correctamente. Quizá, por eso le encargaron que diseñara la imagen de un teatro y luego la propuesta gustó tanto que lo pusieron a liderar el equipo de arquitectos encargado de llevarla adelante. “Primero trabajé de noche, en secreto, y cuando presenté la propuesta gustó mucho, así que hicimos los cálculos de costos”, detalla, “cuando vimos que no era tan caro, abrimos la idea a la comunidad y tuvo muy buena recepción”. De pronto, Swarte se vio ante un equipo de arquitectos de primera línea dando instrucciones. “Pero estuve siempre abierto a cualquier idea que pudiera mejorar mi propuesta, no me cerré, acepté todos los cambios que eran para mejor.”

–Entre sus historias cortas, una alude a la situación en Argentina durante la dictadura. ¿Cómo surgió esa historieta?

–En esa época veíamos cómo las compañías norteamericanas trabajaban junto a la CIA en América del Sur, como había sucedido en Chile. De modo que, al momento de la Copa del Mundo y con el equipo holandés viajando a la Argentina, hubo una gran discusión. Creo que los manifestantes se aprovecharon del Mundial para darle visibilidad al reclamo. Unos comediantes convocaron a gente de todos los campos para que hiciera algoque funcionara como protesta, para visibilizar la situación con la dictadura aquí. Así que yo hice una tira toda de rojo, donde el tono sólo se rompe porque pintan la cabeza de un prisionero con el blanco y negro de una pelota de fútbol y le ofrecen a un general dar la patada inicial al prisionero. Se llamaba Activa Aventura Argentina.

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