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Viernes, 9 de septiembre de 2016

HISTORIETA  › CAYETANO, DE SARACINO Y BRONDO, EN LA FIERRO QUE SALE MAÑANA CON PáGINA/12

El atroz producto de una sociedad atroz

La historieta, que la revista publica en su sección Novelas Gráficas Ejemplares, pone en escena la historia del Petiso Orejudo, pero sin una lectura banal ni complaciente.

 Por Lautaro Ortiz

Justificar la existencia de ciertos monstruos a partir de la mirada redentora de la psicología, o explicar su maldad a partir de las alteraciones físicas, no hace más que alentar el consumo de relatos mórbidos y afianzar la idea de que esos freaks son anomalías ajenas a la humanidad reinante. Nada de eso hay en la historia central que mañana ofrece la revista Fierro –en su sección Novelas Gráficas Ejemplares–, basada en la penosa y pasmosa vida de Cayetano Santos Godino (1896-1944), apodado lombrosianamente como el Petiso Orejudo. Aquel pirómano de los márgenes, catalogado como el primer asesino serial de estas tierras, espantó con cuatro crímenes a la clase dominante de los primeros años del siglo XX que, detrás de las trasformaciones económicas y sociales de Buenos Aires (el puerto, la inmigración, la expansión de las urbes) ocultaban a la verdadera bestia del régimen conservador: la marginación, la pobreza, el delito y un sistema normalizador que golpeaba, sobre todo, a los niños de las familias humildes.

Cayetano (tal es el título de la historieta) escapa a esas lecturas banales y complacientes, poniendo en escena –“casi con pudor”, como señala Juan Sasturain– la historia de ese hijo de inmigrantes que, sin saber lo que hacía, hacía eso que a todos aterraba. “Cayetano es, sin duda, un excluido de la sociedad que vagaba en las sombras de la urbe –explica el guionista Luciano Saracino–. En ese hondo bajo fondo donde el barro se subleva apareció un día Cayetano para el asombro popular. Muchos años le llevó a la sociedad entender que aquel hijo de inmigrantes no era un simple monstruo sino una compleja metáfora del sistema. No nos interesaba abordarlo ni como víctima ni como victimario, sino un producto atroz de una sociedad más atroz.”

Más allá de la rigurosa documentación, la historieta escrita por Saracino y dibujada por Nicolás Brondo, proyecta a partir de la figura de Cayetano una vuelta de tuerca sobre el tratamiento del terror como género narrativo. Apelando a la repetición casi obsesiva de cuadros, a la mínima expresión de la palabra y a una composición de página centrada en lo arquitectónico, la dupla logra crear un efecto inusual: retacear el rasgo humano de los personajes para presentarlos casi como silenciosas figuras de yeso. “El tema del silencio lo pensamos desde el principio –agrega Saracino–. Da mucho más miedo el silencio que lo explícito, da mucho más miedo no enterarnos qué pasa por la cabeza de ese pibe repleto de pesadillas y migrañas, que escucharlo hablar. El silencio es una forma de lo oculto y Cayetano era el símbolo de lo que la bestia se calla.”

A parar la oreja

Si para los criminólogos de la época la maldad de Cayetano se alojaba en sus desplegables orejas (lo operaron en el gélido penal de Tierra del Fuego), bien podría decirse, a la luz de esta edición de Fierro, que los lectores de la revista –que en este septiembre frío cierra un ciclo de 10 años de publicación de historieta desde octubre de 2006– deberían parar sus normales orejas para escuchar las voces que acompañan al truculento relato nodal: expulsado luego del cierre de Historietas Nacionales, vuelve a desembarcar el deforme “Chumbo” de Podetti y Parés, hombre elefante que lucha por ser parte de un circo de monstruos sindicalizados; también se escuchan los disparos de la enciclopédica y revisionista historia de gángster “La Ley Seca” de El Marinero Turco; rompe los cielos de Buenos Aires un Zenitram (Quattodio-Sasturain) en busca de limpiar su imagen ante los poderosos y corruptos dueños del poder político; y, por último, reaparece, a pedido de los lectores, un capítulo más de “La Nena” de María Alcobre, saga de intimidad exploratoria sobre los amores y desamores de y en la infancia.

Entre las novedades, claro, la que se destaca es la aparición por primera vez en la publicación del dibujante Nicolás Brondo que, además de mostrar recursos y talento en Cayetano, parió la poderosa ilustración de tapa de esta Fierro.

Dibujante, ilustrador y diseñador, Brondo nació en Córdoba en 1982, y formó parte del sello Llanto de Mudo, que comandaba el fallecido y recordado editor Diego Cortés. El trabajo del cordobés data de fines de los 90 y puede rastrearse en diversas antologías y fanzines. Hoy con varios libros en su haber, trabaja para editoriales de España, Italia e Inglaterra. Con Saracino (1978) realizó varios trabajos en las antologías “Héroes y casi héroes”, “Ebrios” y “Miedos y otros escalofríos” y con el libro “John Crowley. Cazador de leyendas”. Sin embargo, se conocieron personalmente una noche de 2010, cuando nació la idea de Cayetano: “Esa vez hablamos de hacer una adaptación de ese personaje, y antes de volverse a Buenos Aires, Saracino me dejó escritas las primeras dos páginas –recuerda Brondo–. Inicialmente, la idea era producirla como un libro a lo From Hell de Alan Moore, ya que el Petiso es nuestro Jack el Destripador. Pero las ideas cambian. En diciembre de ese año, viajé a Ushuaia y visité el precinto donde Santos Godino estuvo preso, y allí terminé de convencerme de la idea. La cantidad de información que hay en esa cárcel, ahora devenida en museo, me mostró la historia en detalle, y me motivó a investigarla y conseguir textos y anécdotas viejas más finas de lo que decía el vox populi y de lo que yo conocía. También fotografié hasta el último cuadrito con información que había. Justamente, la portada de Fierro es una fotografía retocada y dibujada por encima, que saqué de una estatua de hierro que está en la mismísima puerta del museo fueguino”.

Por distintas circunstancias, el proyecto se postergó; luego llegó la noticia de la muerte del editor y guionista Diego Cortés en agosto de 2015, a quien está dedicada Cayetano. “Un par de meses antes de su muerte, realicé esas dos páginas que Luciano había escrito”, agrega Brondo. “Se las envié y recibí por mail otras 34 escritas, y un mensaje diciendo que Fierro estaba interesada en publicarla”. Con el dolor y la bronca del amigo fallecido, Brondo se sentó a dibujar la historia de un tirón: “Sobre el concepto gráfico puedo decir que la repetición de cuadros, de encuadres y planos, fue pensada para profundizar el terror. Porque no hay que olvidarse de que lo que se recuerda de Santos Godino es el miedo. La idea de no mostrar los asesinatos aportó más oscuridad al personaje y al ritmo de la historia. Fue un hallazgo, creo, poner el acento en eso. Debido al poco tiempo, la realicé completamente en digital, y creo que también eso ha sido un logro, porque le trasmite al lector la misma sensación que tenía mientras la dibujada: que el terror pase lo más rápido posible”.

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