Viernes, 9 de septiembre de 2016 | Hoy
CINE › EL TORONTO INTERNATIONAL FILM FESTIVAL SE INICIO AYER CON UNA SOLIDA PRESENCIA ARGENTINA
Desde los más sofisticados autores del cine contemporáneo hasta las superestrellas planetarias se dan cita en el TIFF, que este año incluye en su prestigiosa sección Wavelengths films de los argentinos Matías Piñeiro, Gastón Solnicki y Eduardo Williams.
Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
Creció, y cómo, el Toronto International Film Festival (TIFF para los amigos). Para su primera, ya lejana edición, hace 41 años, organizada por un grupo de entusiastas cinéfilos, que querían llevar a la ciudad canadiense los títulos más resonantes de Cannes o Berlín, reunió, no sin esfuerzo, 85 películas. En cambio, la edición que comenzó ayer y se extenderá hasta el domingo 18 abruma con 397 títulos en 28 pantallas, sin contar las seis instalaciones diseminadas en distintos museos y galerías de arte de la ciudad.
Como siempre, los nombres famosos abundan, desde los más sofisticados auteurs –el coreano Hong Sang-soo, el alemán Werner Herzog, el ucraniano Sergei Loznitsa, por citar apenas tres de un buen par de docenas– hasta las superestrellas planetarias, empezando por Sus Majestades Satánicas, que se darán una vuelta por la ciudad para presentar el documental The Rolling Stones Olé Olé Olé!: A Trip Across Latin America (que no es Havana Moon, el rockumentary que registra su actuación en Cuba y se verá en Buenos Aires el 23 de septiembre).
A diferencia de lo que sucedía en sus comienzos, cuando se planteó simplemente como un festival de festivales, el TIFF hoy es la plataforma de lanzamiento de 138 estrenos mundiales, unos cuántos de ellos provenientes de Hollywood, en lo que se considera el comienzo de la carrera hacia los premios Oscar, casi seis meses antes de la ceremonia. Y como es un festival orientado tanto hacia los profesionales (productores, distribuidores, artistas, críticos) como hacia el público, sirve de laboratorio para infinidad de películas de todo el mundo que se prueban frente a un mercado tan real como potencial, que excede en mucho a los entusiastas espectadores canadienses. La realidad es que el TIFF se ha convertido hace tiempo en la puerta de entrada hacia el mercado estadounidense, porque ningún festival del país vecino tiene ni su envergadura ni su poder de convocatoria.
Abarcar este festival en su totalidad es literalmente imposible, por lo cual sus organizadores lo despliegan en 16 secciones, que sirven como una suerte de hoja de ruta. Por ejemplo, para todos aquellos que quieran ver blockbusters y estrellas desfilando por la alfombra roja, están las Galas, que este año incluyen, entre muchas otras, La llegada, fantasía distópica de Denis Villeneuve, con Amy Adams y Forest Whitaker; Marea negra, de Peter Berg, con Mark Wahlberg, Kate Hudson y Kurt Russell, o Los siete magníficos, de Antoine Fuqua, con Denzel Washington, Ethan Hawke y Vincent D’Onofrio, por nombrar tres superproducciones que aterrizarán en las multisalas pochocleras de todo el orbe (la Argentina incluida) en las próximas semanas.
Las Special Presentations aspiran, en cambio, a cierto toque de qualité, el panorama se amplía al cine del mundo y este año incluye los estrenos mundiales de Salt and Fire, del alemán Werner Herzog; El juramento, del islandés Baltasar Kormákur; y Orpheline, del notable francés Arnaud des Pallières, las dos últimas “robadas” al Festival de San Sebastián, que arranca del otro lado del Atlántico cuando Toronto aún no concluyó y que hace tiempo aprendió a resignar sus premieres en competencia oficial al poder de mercado del TIFF.
Hablando de competencias… Toronto nunca las tuvo hasta el año pasado, que inauguró una, muy restringida (son apenas doce títulos), titulada Platform y pensada para llamar la atención sobre un puñado de películas que el festival considera particularmente valiosas y que de otra manera podrían pasar inadvertidas entre tanto barullo. Es el caso este año de Daguerrotype (Le Secret de la chambre noire), la primera producción francesa del gran director japonés Kiyoshi Kurosawa; Nocturama, del francés de culto Bertrand Bonello; o Jackie, con Natalie Portman como la viuda de John Fitzgerald Kennedy, la primera película hablada en inglés del chileno Pablo Larraín, que en otra sección del festival presenta también su Neruda, una coproducción con Argentina muy celebrada en Cannes en mayo pasado. ¿El presidente del jurado de Platform? Brian De Palma, nada menos.
La más prestigiosa internacionalmente de todas las secciones del TIFF es, sin embargo, hace años, Wavelengths, nombrada a partir del clásico film experimental del canadiense Michael Snow. Aquí se dan cita los cineastas más radicales y prominentes del momento y aquí, sintomáticamente, se concentran tres de las cuatro películas argentinas presentes este año en Toronto: Hermia & Helena, de Matías Piñeiro; Kékszakállú, de Gastón Solnicki; y El auge de lo humano, del debutante en el largometraje Eduardo Williams.
“A pesar de que Wavelengths trata de ser representativa de lo que sucede en todo el mundo, la edición de este año presenta el récord de tres películas argentinas, una prueba del espíritu visionario, la originalidad y la confianza en sí misma de una generación de jóvenes cineastas del país”, le dijo a Página/12 Andréa Picard, creadora y curadora de la sección. “Matías Piñeiro se ha convertido en un favorito del TIFF desde el estreno mundial de Viola, al que le siguió una retrospectiva de su trabajo en la Cinematheque. Y es maravilloso ver como Piñeiro expande su rango y sus talentos en su nueva película, que no sólo se mueve entre Buenos Aires y Nueva York sino también entre el español y el inglés, además de incluir algunas de las mejores escenas de todo su cine”, abunda Picard. “Hay una madurez emocional en Hermia & Helena que demuestra a un cineasta talentoso moviéndose en un territorio apasionante mientras continúa explorando todas y cada una de las resonancias contemporáneas de las comedias de Shakespeare”.
Según Picard –que en su programa incluye las nuevas películas del portugués Joao Manoel Rodrigues, del chino Wang Bing, de la austríaca Ruth Beckermann y de la alemana Angela Schanelec– “uno de los más fascinantes debuts del año es El auge de lo humano, de Eduardo Williams, que anuncia la aparición de una voz nueva y audaz”. Y del tercer largometraje de Gastón Solnicki, Kékszakállú, señala que “es una colección meticulosa y plena de suspenso de imágenes que perturban el valor de superficie de las vidas de sus jóvenes protagonistas. La inclinación de Solnicki por la música clásica ya era conocida, pero aquí utiliza a Bartok como referencia oblicua y, a la vez, fuerza motriz del film.”
Por fuera de Wavelengths, en la sección Contemporary World Cinema, se encuentra el cuarto film argentino en el TIFF de este año, Los decentes, de Lukas Valenta Rinner, sobre una empleada doméstica que ingresa al extraño mundo del nudismo que practican sus prósperos empleadores. “Cuerpos, todos tenemos uno”, dice el programador de la película, el crítico griego Dimitri Eipides. “Pero nada alarma más que ver un cuerpo sin ropas, desnudo. Esta irónica sátira del austro-argentino Rinner gira sobre la diferencia entre un cuerpo vestido, ‘decente’, y uno desvestido, ‘indecente’. La civilización –en un cierto sentido, al menos– queda colgando en el medio”.
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