JOSé ANTONIO ABREU, FLAMANTE PREMIO PRíNCIPE DE ASTURIAS
El músico venezolano fue reconocido por un emprendimiento de reinserción social que logró sacar a muchos jóvenes de la pobreza y que es tomado como ejemplo de educación artística en distintos países de América latina.
› Por Jesús Ruiz Mantilla *
Nadie podía pensar hace cuarenta años en Europa que el viento y la fuerza capaz de cambiar la música clásica vendrían de Venezuela. Pero un hombre visionario, un músico idealista y peleador llamado José Antonio Abreu estaba dispuesto a utilizar sus violas, violines y trombones en pos de la utopía. Hoy, aquel sistema, que él con otros once pioneros fue forjando y que se ha convertido en el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, es una realidad que se vio reconocida ayer con el Príncipe de Asturias de las Artes, fallado en Oviedo.
No es sólo una orquesta. Tampoco es simplemente una escuela. Se trata de todo un complejo y efectivo sistema educativo que ha arrancado a muchos jóvenes y niños de la pobreza en su país. Lo dicen Simon Rattle, actual director de la Filarmónica de Berlín, Plácido Domingo o Daniel Barenboim, que han colaborado varias veces con Abreu acudiendo a dar clases y conciertos a los más de 600 mil niños que allí se han formado. O Zubin Mehta, que, desde Valencia, donde ensayaba “Siegfried”, la tercera entrega de El anillo del Nibelungo, celebraba el premio: “Ha trabajado toda su vida ejemplarmente y se lo merece”.
Es cierto que Abreu, que llegó a ser ministro de Cultura con Carlos Andrés Pérez, ha logrado siempre un consenso continuado para su proyecto. Hay que comprender eso en un país donde él y lo que ha conseguido con sus fieles se encuentran por encima del bien y del mal, muy ajenos a la política y cuidadosos con las etiquetas. Hoy trabajan en completa libertad porque han ido sumando voluntades y tejiendo una red de 120 núcleos (escuelas) donde actualmente se forman 270 mil niños venezolanos.
Allí, generalmente en barrios oprimidos, en el campo y por la selva amazónica, aprenden un instrumento y casi inmediatamente pasan a formar parte de una de las 180 orquestas que se han fundado en ellos. La mayoría proviene de familias muy pobres. Nadie es rechazado de entrada y su vida adquiere un sentido. Las orquestas integradas por niños con menor edad desafinan, pero no importa. Al lado tienen otras que suenan mejor y saben que poco a poco irán perfilando su sonido. No hay miedo al ridículo, como ocurriría con otros sistemas más tradicionales. Los mejores se dedican a la música, de ahí ha salido Gustavo Dudamel, el director que con 28 años ha asombrado ya en las mejores orquestas del mundo y que es una auténtica estrella de la música clásica. Pero muchos otros acaban dando clases muy implicados en una iniciativa que les hace comprometerse radicalmente, incluso para toda la vida.
Lo logrado por Abreu y los miembros del sistema es tan grande que expertos en educación musical de Italia, Alemania, España, Japón, Reino Unido, Estados Unidos, acuden regularmente a copiar sus métodos de trabajo, conscientes de que los tradicionales están caducos. Y también lo requieren en América latina. El tenor Juan Diego Flórez aseguró que está impulsando un sistema igual en Perú, su país: “Es un proyecto fantástico, muy útil para países como los nuestros, donde los niños y los jóvenes corren más peligro que otros de caer en malos hábitos”. Flórez, que está en Madrid para interpretar en versión concierto Orfeo e Euridice, de Gluck en el Teatro Real, asegura que ha hablado mucho con Abreu y con Dudamel para asesorarse. “Ya hemos empezado. Falta el apoyo del Estado, pero incluso se va a impulsar una ley para acometer todo esto en serio.” La dimensión de este logro llevó el miércoles al jurado a premiarlo con el Príncipe de Asturias de las Artes, dotado con 50 mil euros y una escultura de Joan Miró. “Su confianza audaz en el valor educativo de la música para la dignidad del ser humano y su máxima calidad artística” convencieron a 19 de los 24 presentes que votaron a favor. El resto de los apoyos fueron a parar al músico Pierre Ovules y al arquitecto japonés Tadeo Ando. En el acta se reflejaba, además, que el proyecto combina “la máxima calidad artística con una profunda convicción ética aplicada a la mejora de la realidad social”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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