Sáb 31.05.2008
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MIGUEL GRINBERG Y LA REEDICIóN DEFINITIVA DE CóMO VINO LA MANO

“Hoy se miente en nombre del rock”

A los 71 años, Grinberg se niega a anquilosarse, a ser un mero historiador. Pero no puede evitar la visión crítica sobre el estado de las cosas en un terreno artístico que su libro, relanzado con varios agregados, retrató como pocos.

› Por Cristian Vitale

71 años no es poco en la vida de un hombre. Con todo, la edad biológica de Miguel Grinberg no parece suficiente para condensar en ella un periplo intensísimo, inquieto y avasallador. Zen pero agitado. Es como si el nombre que se le ocurrió junto a Susana Nadal para fogonear el primer ciclo de rock argentino, mediando los sesenta, hubiera funcionado como imperativo para la acción. Estuvo aquí, allá y en todas partes: vivenció la beatlemanía en tiempo y espacio (en Estados Unidos) y el mismísimo origen del rock argentino (en La Cueva), hizo amistad con Allen Ginsberg y Leroy Jones, tuvo a Raúl González Tuñón cara a cara, produjo y representó a León Gieco, Aquelarre y Pappo; motorizó las presentaciones de Artaud, esa obra enorme de Luis Alberto Spinetta, en el Teatro Astral y en el Atenas de La Plata; creó las revistas Eco Contemporáneo, Contracultura y Mutantia; cofundó la Red Nacional de Acción Ecologista y del Pacto Eco-Social de América Latina; tradujo al castellano a todos los poetas beat. Fue –es– crítico de cine y de música. Fue –es– periodista, meditador, educador, pacifista, militante ecológico y escritor. Fue –es–, en suma, un viejo hippie humanista que se resiste al anquilosamiento. “Hay jóvenes caducos a los veinte años, y hay viejos que mueren a los 75, en la flor de la juventud”, escribió un día, tal vez mirándose al espejo.

Hoy, el hombre –y su ancha mochila– está aquí, sentado en un bar de Constitución, con un propósito específico: acaba de realizarse la cuarta edición, tal vez la última, de un libro seminal sobre el rock argentino, Cómo vino la mano, y urge hacer a un lado el chiste fácil. No es que Grinberg “necesitó” reflotar un muerto para pagar la luz; es que Grinberg precisó confirmar una verdad que hace tiempo tiene en mente: el rock está casi muerto. “Pienso que estos 40 años tienen un moño encima. De la misma manera que no va a existir otro Gardel u otro Edmundo Rivero, tampoco va a haber otro Spinetta, Charly García o Miguel Cantilo. El período histórico del rock está horneado. Y hoy, como dijo Ricardo Soulé, estamos siendo asediados por una especie de pseudo rock”, manifiesta, justo él.

La tesis del rock is dead, en distintos modos presente desde la agonía del movimiento punk, es avalada y argumentada –hoy– desde infinitos puntos de vista. El de Grinberg se sostiene en denunciar con espíritu crítico y sin caretas la mercantilización del género y se espeja en dos aportes que el poeta beat toma como modelos: la carta abierta a los músicos escrita por Claudio Gabis –ex Manal–, donde ya en 1980 habla de moda, basura, imagen, apariencia, ilusión, engaño, infamia y superficialidad en el planeta rock, y el “alegato” expresado por Pablo Dacal durante un reflote del ciclo Aquí, allá y en todas partes (Biblioteca Nacional) en 2007. “El leyó un manifiesto que se llama ‘Asesinato del rock’, donde en la primera línea se permite decir generacionalmente ‘el rock no nos representa’... esto me detonó una visión: no sé qué nombre puede llegar a tener, pero está aflorando una nueva música hecha por una generación que nació bajo el influjo del rock, pero que lo trasciende. Chicos que se permiten instrumentar temas para 12, 13, 15 músicos, que ponen cuerdas... y pertenecen a Buenos Aires. Se está incubando la música de ahora, que no es una versión de la música de los ’60, ’70 u ’80”, sostiene.

–Durante un festival en Catamarca en apoyo a unos campesinos que les querían sacar las tierras, Spinetta también dijo “me cago en el rock”: siguen las firmas.

–Y es así, porque el rock fue expropiado por los intereses masivos, las corporaciones discográficas, los grandes productores y los vendedores de gaseosa, cerveza y teléfonos celulares, que están promoviendo todo lo que el rock fundacionalmente combatió: la masificación, la idolatría y el consumismo. Entonces, yo entiendo que ahora haya que cagarse en el rock, porque lo que se hace en su nombre es mentira, y tiene una faceta contraproducente.

La nueva edición del primer libro de historia del rock en Argentina, publicado originalmente en 1977, agrega a las anteriores un prólogo contundente (ver recuadro), entrevistas a Rodolfo García y Miguel Cantilo, fotos inéditas, un apéndice con artículos del mismo Grinberg publicados en las revistas La bella gente y Prensario (1968-1977) y un índice onomástico. “No me interesa, al estilo melancólico, pasarme filosofando sobre Tanguito que compuso ‘La Balsa’ en la Perla del Once. No quiero convertirme en el historiador oficial de los inicios del rock argentino. La vida me deparó ser coprotagonista de todo ese proceso, documentarlo en un momento muy particular, y he sentido que siempre le faltaba algo... entonces, a medida que iba haciendo las nuevas ediciones, los agregados iban completando el cuadro estético e ideológico. Si tuviera que escribir un nuevo libro sobre música le pondría Cómo sigue la mano o Como vendrá la mano.”

–Hagamos un poco de retrospectiva. ¿Recuerda el contexto en que fue presentado el libro? Era una época por lo menos compleja.

–Fue en la Feria del Libro de 1977. Estábamos en el despegue del terror, y mi actividad formaba parte de la resistencia cultural en la que yo estaba involucrado de una manera fortuita y polifacética. No era la resistencia armada, ni la resistencia heroica y suicida, era la resistencia poética, a la que yo aporté mi pedacito. En octubre del ’75, era crítico musical de La Opinión y al mismo tiempo jefe de publicidad de Columbia Fox, la distribuidora de películas estadounidense, donde tenía mi propio circuito de microcine con 25 asientos y, como podía retener las copias de las películas prohibidas durante un mes antes de mandarlas a la aduana, organizaba pequeñas proyecciones para actores, escritores y críticos. Y en la radio yo era tabú, me habían echado de Municipal, y mandado a la mesa de entradas del Hospital Fernández, por ordenanza del intendente José Embrioni. Por supuesto que no era el héroe de la resistencia: estábamos todos en la misma película. Por eso digo que la primera edición de Cómo vino la mano fue como una especie de ladrillito en esa construcción. Confucio decía “en vez de maldecir la oscuridad, enciende una velita”, y cada cual encendía su velita.

–O se iba del país.

–Y, el oscurantismo es así. El invierno del ’75 fue terrible. Me acuerdo que unos tipos incendiaron La Rueda Cuadrada, el boliche donde tocaba Moris. Se bajaron de un auto, le pusieron un revólver en la frente al portero, le hicieron abrir el boliche, lo rociaron con nafta y lo prendieron fuego. Al día siguiente, Moris, la mujer y su hijo se fueron a España. Y se fueron los Aquelarre, y se fue León Gieco... bueno, lo que sabemos.

El Cómo vino la mano versión 2008 (editado por Gourmet Musical) conserva, felizmente intactos, detalles que hicieron a su esencia: además de los prólogos de las dos ediciones sándwich (“Juventud, divino camelo”, 1992; “El próximo rock”, 1985), las jugosas entrevistas a Moris, Pipo Lernoud, Litto Nebbia, Jorge Alvarez, Spinetta, Gabis, Santaolalla, Gieco, García. Y suma una enorme cantidad de notas al pie. “El editor me volvió loco –se ríe Grinberg–, pero está bien porque sirven para aclarar sobreentendidos de aquellos años sobre situaciones que hoy se desconocen. Un coloquialismo que, en el libro y con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en algo enigmático.”

–¿Para quiénes?

–Como el texto se estudia en escuelas de Comunicación Social o Bellas Artes, me vienen a entrevistar alumnos que están haciendo su tesis o algún trabajo práctico... pienso en esa gente, que quiere reconstruir la época para entender qué pasó, de la misma manera que yo, cuando era chico y me dediqué a la poesía, quería saber qué diferencia había entre las revistas de Boedo y Florida, o descubrir qué poetas estaban vivos y podía entrevistar. Recuerdo la nota que le hice a Raúl González Tuñón: me tomé un vino con él y descubrí que era un filón, porque tenía un tipo que me contaba de primera mano cómo había sido la bohemia durante la Guerra Civil española, o en París con Picasso, Huidobro, Breton... fue una de las entrevistas más iluminadoras que hice en mi vida.

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