OPINIóN
› Por Eduardo Fabregat
El lockout agropecuario y sus consecuencias parecen producir la rara sensación de que aquí no sucede nada más: un fenómeno que agradecen varios personajes que, mientras el centimetraje en los diarios y el segundaje en la tele son copados por el asunto, aprovechan para hacer la plancha lejos del ojo público. Las cosas, claro, siguen pasando. Pero uno empieza analizando cualquier otro tema y termina hablando del campo. Le ocurrió, por ejemplo, a Omar Viviani, que a la hora de condenar los carriles exclusivos en el acto de los taxistas en Plaza de Mayo dejó que la verba del conflicto rural lo ganara, al decir que Macri quiere beneficiar a “los grandes pools del transporte”. Y así, en el bar se dice que la Selección implementa excesivas retenciones al buen fútbol, los niños plantean que hay que hacer una mejor redistribución de los juguetes, el analista televisivo no puede dejar de apuntar la renta extraordinaria de rating que consiguió Canal 13 desde que lo tiene a Tinelli.
Ahí es cuando un porteño cualquiera, harto de tanta figurita y frase repetida, decide abstraerse de todo e ir al cine a ver –digamos– la última de Indiana Jones, o Hulk, cualquier cosa que lo aleje de la realidad. Y llega al Village Recoleta, y se encuentra con un paisaje algo desolador: locales cerrados, el patio de comidas en proceso de desmantelamiento, empleados de caras largas, el panorama de un lugar que se prepara para el cierre. A apenas ocho años de su inauguración, ¿cierra el Village Recoleta?
La versión extraoficial más poderosa afirma que, una vez terminadas las vacaciones de invierno –momento del año en que la facturación se dispara a sus mejores niveles–, el complejo cerrará 6 de sus 16 salas, las que se encuentran en los niveles superiores, que serán consagrados a locales comerciales. La más tremendista dice que se cerrarán todas las salas, y que allí habrá un nuevo shopping. Sebastián Valenzuela, gerente general de Village Cines de Argentina, lo desmiente categóricamente: “En Recoleta seguirá habiendo cines”, dice, aunque deja entrever un matiz al decir que “Por el momento no vamos a cerrar ninguna sala, y lo que sucede con el sector gastronómico es que se vencieron los contratos y no los estamos renovando porque vamos a reformular el sector, con nuevos locales. Todavía estamos armando el proyecto pero, repito, en los próximos dos meses no habrá ningún cierre, y en el futuro seguirá habiendo cines en el Village Recoleta”.
¿Las multisalas dejaron de ser negocio? El año pasado, la compañía argentina Southern Screens Entertainment II y la estadounidense Blue Ridge Investements, propietarias del 78% y 22% respectivamente de Village Cines Argentina, vendieron la mole de Vicente López 2050 a la firma CarVal Investors en 40 millones de dólares, manteniendo el gerenciamiento del edificio y la operación de las salas de cine, y pagando desde entonces un alquiler por el inmueble. No es que los cines dieran pérdida: en 2006 y 2007 se registró una baja en la venta de entradas, sí, pero la facturación, producto de la suba de precios, creció. La razón de la venta fue el rojo de 42 millones por una emisión de Obligaciones Negociables que Village debía afrontar. De hecho, la operación no afectó la situación de sus otros complejos en Caballito, Avellaneda, Pilar, Mendoza, Neuquén y Rosario.
Pero si, al chequear las cifras de fin de año, se constatara que continúa la tendencia a la baja de la venta de entradas, no habría que extrañarse. El público típico de multisalas no es el cinéfilo clásico que aún cree en ciertos ritos: no le molesta el olor y el ruido del pochoclo, está acostumbrado a comer una porción de muzza mientras mira de reojo el último producto bobo de Hollywood, no le parece imperdonable que la gente hable o mande SMS como si estuviera en el living de casa. Ese mismo irrespeto por lo que el viejo cinéfilo consideraba casi un santuario, ese pragmatismo, lo lleva a menudo a preferir la opción de quedarse en casa frente a las pantallotas de TV, con home theater y el dvd con el último estreno que le vendió un piratón pasándole la lista por mail –o que él mismo bajó de Internet–, con la comodidad de poder poner pausa si es necesario y comentar la peli a los gritos en familia o con los amigos. Si la gente va menos al cine es porque las costumbres de consumo han cambiado. Y además, a 20 pesos la entrada, la película a ver en sala se elige con un ojo cada vez más clínico.
Así las cosas, habrá que esperar al fin de las vacaciones de invierno, con sus tanques y tanquecitos dirigidos al público infantil/juvenil, para ver qué final tiene esta película y que sucederá con el imponente edificio situado en una de las zonas más caras de la ciudad. Solo queda un último detalle, el nombre de la empresa madre de CarVal Investors, la verdadera propietaria del Village Recoleta: Cargill, gigante de la comercialización cerealera en todo el mundo que, como explicaron varias veces los periodistas económicos de este diario, es uno de los protagonistas “ocultos” del lockout, amo y señor de buena parte del negocio al que la Mesa de Enlace jamás menciona.
No hay caso. Uno empieza hablando de las salas de cine, y al final siempre se termina metiendo el campo.
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