LA ORQUESTA CIUDAD LUZ, UNA NUEVA REALIDAD EN LA VILLA 15
En “La Oculta”, muchas veces estigmatizada, más de veinticinco pibes integran la agrupación que responde a una iniciativa del Programa Andrés Chazarreta. La intención es incentivar la construcción colectiva de valores artísticos y sociales.
› Por Cristian Vitale
Candela no debe llegar a los cuatro. Es morocha y sus ojos, esta tarde, tienen un brillo diferente. Cuando Claudio Ceccoli, director de la orquesta, marca tres, su violín empieza a sonar. Es como el principio de un sueño. Ella, más 25 nenes de la Villa 15, se transportan en un viaje disonante pero lumínico. Hay cuatro mocosos tocando la guitarra, tres que le sacan jugo al charango, dos al bombo y una sección de aerófonos. El promedio de edad no supera los nueve. “Profe, ¿vamos bien?”, pregunta el violinista de ojos negros, sentado al lado de Candela. Van bien, si se repara en que la Orquesta Ciudad Luz no lleva más de un mes y medio vigente y que ninguno de esos chicos –claro– usa lentes finos, lee partituras o proviene de familias de conservatorio. “El eje del programa es que no seleccionamos aptitudes. No buscamos chicos con oído o no. Digo, los que damos clases hace muchos años sabemos que hay cosas que individualmente no se resuelven, pero colectivamente sí. No se trata de formar orquestas ‘modelo’, sino de incluir niños en el aprendizaje musical y la construcción colectiva de valores sociales perdurables”, explica Eduardo Tacconi –coordinador del Programa Andrés Chazarreta, que motoriza la formación de orquestas infantiles en los barrios– mientras surca la General Paz rumbo a Ciudad Oculta.
Es llegar y darse cuenta. A las cinco de la tarde, con el sol envainándose tras las casillas, casi 30 chicos corren desde los pasillos de tierra hacia el Elefante Blanco, aquel monstruo de 13 pisos que de proyecto de Hospital Maternal modelo pasó a ser reservorio de marginados, cuando la famosa “Libertadora” dejó sin efecto el plan social del primer peronismo. O al menos así fue hasta que la Fundación Madres de Plaza de Mayo, en octubre del 2006, decidió incluir la Villa 15 en su misión “Sueños Compartidos”. “Cuando llegaron no les creímos nada. Estábamos podridas de las promesas, pero al otro día, a las siete de la mañana, vinieron con máquinas, ladrillos, materiales y dijeron ‘a laburar’”, cuenta Liliana, coordinadora barrial del plan, poco antes de que la orquesta mini empiece a sonar. Los chicos van llenando los bancos de madera que ocupan una de las salas de la planta baja. Al lado hay un inmenso comedor –donde meriendan todos los días—, y más allá, otro enorme con un poster de Lennon clavado en la pared, un gimnasio con aparatos, un ring de boxeo, un playón para estacionar autos, un jardín maternal y personal de seguridad conformado íntegramente por gente de la villa.
“¿Sabe qué?, con estas cosas logramos sacar a los chicos de la calle”, dice Amanda, cocinera líder de uno de los comedores y opositora tenaz de la comida chatarra. Y los nenes están ahí dentro; más cerca del charango que del paco. Andrés Bustos, Laura Beltramini, Nora Fleischman y Lucía Chriscte, cada uno en su área, conforman el séquito de profesores que acompaña al director. Ordenan el batifondo. Explican el ABC de cada instrumento. Contienen. Y se cargan de paciencia para sacar de cada pibe lo mejor. “En teoría, el cupo es hasta los 14 años, pero ojo: si crecen no se los echa. Acá, como se ve, todavía no ha llegado el grueso de los instrumentos, porque los chicos recién arrancan y tocan dos o tres notas, pero la idea es formarlos con instrumentos latinoamericanos: Secretaría aporta huancaras, bombos, cajas, congas, redoblantes, cajones peruanos... sets de aerófonos, guitarras, charangos, ronrocos, guitarrones. La idea es hacer base en la identidad musical latinoamericana”, agrega Tacconi.
La orquesta lleva el nombre que desocultó ese rincón de Villa Lugano. A trasluz de los musiqueritos se ve un mundo en movimiento, dinámico. El plan de las Madres, centrado en la construcción de viviendas a través de un método rápido y eficaz, implica 300 personas de la villa trabajando, en blanco. Muchos –albañiles y “albañilas”– levantado sus propias casas-departamento. Desde el elefante, se ven dos edificios –telgopor + alambre + cemento– recién terminados de tres pisos, uno verde y otro rojo. Otras cocinan o cuidan a los chicos, mientras los padres trabajan. Un universo en acción. “La reconversión cultural de algunos no se logra mágicamente. Hay gente que entra a las seis de la mañana y a las tres se quiere rajar... pero hay que hacerles entender que para los pibes, la orquesta es tan importante como jugar al fútbol”, agrega Tacconi, sobre las “horas extra” que implica para la planta permanente del elefante quedarse por los chicos.
La dinámica de la orquesta funciona más o menos así: la primera hora, cada profesor especializa a los alumnos en un instrumento y, después, el director junta a todos para el ensayo colectivo. Empiezan los violines, se suman las guitarras, después los vientos, más tarde los charangos y por último la percusión... son los primeros pasos, y tal vez salga un músico de excepción donde antes había una vida jodida. Una secuencia, vista en su marco integral, que la hegemonía mediática de la estupidez (el medio pelo urbano-rural) pasaría, interesadamente, por alto. “Hay que recordar que hace tres años, este lugar era el riñón más temido de la ciudad, básicamente porque venían ciertas mafias a ocultarse. Si bien aún persisten problemas, es mucho lo que se ha construido desde que las Madres decidieron traer su plan acá. Recuperaron una parte del elefante y piensan recuperarlo todo”, sostiene Tacconi.
El músico y docente coordina otras siete orquestas infantiles que forman parte del Programa Chazarreta (impulsado por la Secretaría de Cultura de la Nación), cuyos fundamentos radican en hacer hincapié en la cultura musical latinoamericana, como ratificación de una identidad que no “excluya” el acervo europeo. El primer paso fue en el barrio El Tambo de La Matanza –donde ya hay una orquesta consolidada– y luego fue propagándose hacia Entre Ríos, Neuquén, Santa Cruz, San Martín de los Andes, Tucumán, todas bajo una misma consigna de construcción colectiva e inserción social. “Hay diferencias entre ellas y ésta: en principio, porque no funciona en una escuela y entonces la concurrencia es menor; además, la Secretaría tiene más presencia en términos de apoyo material. Pero las identifica el principio: siempre se ve una orquesta a futuro.” A la hora del crepúsculo, los 26 músicos en ciernes van al playón y se sacan la foto. Detrás de ellos, cuatro estrellas se niegan a dejar a oscuras ese pedazo del sur que los militares amurallaron para el Mundial. Otra vez no.
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