Lunes, 11 de agosto de 2008 | Hoy
ENTREVISTA AL TRADUCTOR ALEMáN BERTHOLD ZILLY
Con su traducción del Facundo, el profesor de Estudios Latinoamericanos en Berlín ayudó a rebatir en su país exóticos clichés sobre América latina. Pero dice que Sarmiento padecía “un eurocentrismo casi peor que el de los europeos de la época”.
Por Silvina Friera
El hombre de traje gris tropieza con pocas palabras del castellano, pero nunca se cae. Cuando duda y se traba, apoya las manos sobre un ejemplar de su traducción al alemán del Facundo, publicada el año pasado por Eichborn bajo el título Barbarei und Zivilisation. Das Leben des Facundo Quiroga, la primera completa, con notas, glosario, epílogo, fotos y mapas, como si buscase un anclaje en la palabra escrita. Hace una pausa de unos segundos, junta los labios para empujar esa piedra que de pronto se le metió en la lengua, repite y modula hasta que logra vencer el obstáculo de pronunciar esa palabra esquiva que ahora fluye tan libremente por el ambiente de la librería de Palermo como la música de fondo de Miles Davies. Berthold Zilly esboza una sonrisa victoriosa ante PáginaI12 y se explaya sobre el estilo y la retórica de Sarmiento, autor al que llegó gracias al novelista brasileño Euclides Da Cunha (1866-1909). La investigación y traducción de uno de los textos fundacionales de la literatura argentina le llevó más de dos años. Pero sabe que valieron la pena la pesquisa y el esfuerzo.
Antes de Zilly, hubo una traducción al alemán del Facundo publicada en 1911, pero era “muy libre e incompleta”, cuenta el traductor, profesor del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín y especialista en literatura brasileña de los siglos XIX y XX, que ha traducido, entre otros, Los sertones, de Da Cunha; Triste fim de Policarpo Quaresma, de Afonso Henriques de Lima Barretos, y Lavoura Arcaica, de Raduan Nassar. Un artículo del Die Zeit elogia el trabajo que hizo Zilly con el libro de Sarmiento. “Es más que un buen traductor de literatura latinoamericana: cada libro que el especialista en estudios brasileños ha trasladado en forma congenial y editado de manera ejemplar ha sido para el lector alemán un abrir de ojos, un descubrimiento literario; al tiempo que rebate exóticos clichés sobre América latina que circulan entre nosotros”.
Zilly concibe la traducción como una teoría literaria aplicada, una combinación de análisis textual, literatura, historia de la cultura y escritura creativa. Como filólogo profesa una estética de la precisión y le gusta trazar puentes entre los textos que traduce. Da Cunha escribió Los sertones (1902) después de participar de una campaña militar contra un pequeño pueblo en el Norte de Bahía, “en el interior atrasado, inhóspito, poco poblado, un poco comparable con la Pampa argentina”, señala el traductor, que admite que encontró muchos paralelismos entre esa novela y el Facundo. “Esa guerra que sucedió en 1897 fue en la práctica una defensa del latifundio y de los caudillos regionales contra algunos pobres diablos, gauchos del nordeste del Brasil, que se habían organizado en un pequeño pueblo de 10 mil a 15 mil habitantes. Aunque el terreno no interesaba a nadie, era un desafío al poder de los pequeños caciques regionales. Da Cunha participó de esa campaña como periodista y militar y le impactó el atraso del interior. El tenía en la mente ese modelo interpretativo dicotómico de civilización y barbarie y creía que llevaba la civilización al interior atrasado. Pero vio lo contrario: ese pueblo pobre, iletrado y muy religioso tenía cualidades culturales casi más elevadas que el propio ejército, que cometió una masacre”, explica Zilly. “Los sertones es una acusación al gobierno, al ejército y a sí mismo como intelectual que va al campo, junto con el Ejército, para imponer con violencia el progreso que el pueblo no quiere. Un tema muy moderno –plantea el traductor–. No sólo el modelo interpretativo dicotómico sino la construcción del libro, primero la geografía, después la historia, el relato de la guerra civil y reflexiones sobre las perspectivas futuras de la nación, los obstáculos y las chances del progreso y de la construcción de un Estado Nacional, son rasgos comunes en ambos libros”.
Zilly afirma que Sarmiento usó al Facundo (1845) no sólo para relatar las guerras civiles o la biografía de Facundo. “Lo escribió para defenderse a sí mismo, para proyectarse como el gran adversario de Rosas y el futuro líder de la Argentina. Aunque Da Cunha tenía algunas ambiciones políticas, no era un hombre político. Se sentía más bien un pedagogo, un científico.” El traductor corta un pedazo de su cuadrado de limón con una cuchara, pero el entusiasmo le impide comer. “Facundo me apasiona por el estilo, la energía del autor, las cualidades literarias y también por la modernidad de algunas ideas. En mi opinión es un problema muy moderno cómo se construye en una situación de confusión, de lucha, de guerra, de desorden, una sociedad justa, con reglas respetadas por todos, con dignidad, con ciudadanía y más concretamente cómo se construye un Estado moderno en el nivel municipal, provincial y nacional. Miremos Bosnia, Afganistán, Irak ahora –compara el traductor–. Es una tarea que está en el orden del día. Sarmiento tiene una idea de nación que viene de los ideales de la Revolución Francesa, con ciudadanos libres e iguales políticamente, pero no social ni económicamente. Y eso también es sumamente moderno”.
Lejos de la ingenuidad y el candor de la mirada extranjera, pecados que a veces cometen los que se engolosinan con un autor o un texto, Zilly subraya que Sarmiento tiene prejuicios sociales, raciales y “un eurocentrismo casi peor que el de los europeos de la época”. El traductor advierte que el autor del Facundo creía que todos los hombres eran iguales, “sólo muy teóricamente”; en la práctica sólo los blancos eran iguales. “Sarmiento no creía que los indios argentinos o americanos ni los mestizos pudieran ser una buena base social para una gran nación argentina, moderna y republicana. Siempre está presente esta contradicción: la idea de una nación republicana con ciudadanos iguales y la exclusión de los indios y hasta cierto punto de los gauchos –matiza el traductor–. A veces se hace una lectura superficial, se toman algunos pasajes de Facundo y se dice que Sarmiento quiso acabar con los gauchos. No es tan fácil porque es muy contradictorio. Para mí en el Facundo hay dos libros: uno en contra del gaucho y otro a favor.” Zilly aclara que como ideólogo y político, Sarmiento tenía dudas de incluir al gaucho en el proyecto de una república moderna integrada en el mercado mundial, pero estaba preocupado por la inclusión de los paisajes y de las poblaciones que él llamaba bárbaros. “Sarmiento sabe que lo bárbaro puede ser malo desde el punto de vista de la civilización moderna, identificada con Europa, pero para construir no solamente un Estado sino un arte nacional, una literatura nacional y una conciencia nacional era necesario tener algún orgullo de ser nacional y aceptar el paisaje y también a la población, menos a los indios. Pero con los gauchos era muy ambiguo. Sentía mucha admiración por ellos, los consideraba valientes, conocían bien la naturaleza y eran payadores y poetas, había un fondo de orgullo. En las guerras, el gaucho era el mejor soldado. Los unitarios y federales necesitaban al gaucho. En las guerras de la independencia contra los españoles, sin los gauchos, sin las montoneras, no habría habido independencia.”
“Sarmiento cuenta que llegó un ciudadano al campo, vestido con frac, y había un gaucho que no sabía quién era y lo miraba con antipatía. Pero los otros gauchos le dijeron: ‘No digas nada contra él, es poeta’. Se trataba de Echeverría. Esta fue una prueba de la admiración de Sarmiento. Un bárbaro no admiraría a un poeta”, aclara Zilly.
–¿Cuáles fueron los mayores desafíos que tuvo que enfrentar para traducir el texto de Sarmiento?
–Un gran desafío, el más grande para un alemán, es el estilo grandilocuente. Facundo es un gran discurso que Sarmiento hace a la nación y a las naciones, porque se dirige también al público europeo, lo dice claramente en la introducción. El libro es la forma escrita de un gran discurso con un estilo que hoy ya no se usa. Es un discurso en el que incorpora mucho de lo que leyó en Cicerón y en los romanos. Quienes tuvieron mucha influencia en su formación intelectual y también literaria fueron los obispos, él conocía muy bien la oratoria religiosa, aunque fuese un liberal; leía a Víctor Hugo, altamente romántico y retórico también. En Alemania tenemos cierta desconfianza hacia la retórica grandilocuente, que moviliza grandes valores políticos, éticos y emocionales. Somos más bien escépticos. Pero últimamente están cambiando un poco las cosas y se está valorizando más el arte retórico. De modo que quizá hoy sea más fácil traducir al Facundo que hace veinte o treinta años. Pero no fue un trabajo fácil porque muchas veces tuve que evitar lo ridículo. Y Sarmiento a veces es tan exagerado que ya sus compatriotas lo han criticado lo suficiente.
–Ante esas exageraciones, ¿las resaltó o les bajó el tono en su traducción?
–No hay soluciones absolutamente automáticas. Lo que importa es analizar lo mejor posible las cualidades semánticas, estilísticas, retóricas y transformar el resultado de ese análisis en una forma estética nueva que despierte en el lector más o menos las mismas ideas o sentimientos que tiene un lector argentino o español que lee el original. Pero en estos casos no hay una solución correcta. Hay varias porque las lenguas no tienen intersecciones perfectas. Una palabra de una lengua cubre tal área, pero la palabra más próxima en otra lengua cubre un área menor, y lo que ahí sobra tendría que ser cubierto por otra palabra. Para traducir completamente el sentido semántico de esa palabra necesitaría dos palabras en otra lengua, pero muchas veces no es posible utilizar dos palabras porque modifican el estilo del autor. Uno siempre puede perder algo, pero también ganar otras cosas.
–¿Cómo fue el trabajo con vocablos y expresiones propias del español de la Argentina o del autor?
–Fue una gran sorpresa porque pensé que había utilizado muchas palabras gauchescas, entonces busqué diccionarios con argentinismos, pero casi no los necesité. Sarmiento utilizó pocos vocablos regionales y los pocos que usó están en los diccionarios españoles. Otro problema fue respetar una característica que es del autor y no de la lengua, de la época o del género. Sarmiento utilizaba el artículo definido en casos en que normalmente no se usa. De repente no aparece un árbol sino “el” árbol, viene “el” gaucho y no un gaucho. Me parece que Sarmiento, filosóficamente hablando, tal vez fuera platonista. Piensa que todas las cosas antes de aparecer en la realidad ya existen como ideas, y cuando aparecen son meras constataciones de esas ideas que existían en el reino ideal. Alsina le reprocha esta tendencia de no examinar empíricamente la realidad sino de aplicar ideas preconcebidas que ya tenía antes de llegar a esa realidad. A veces Sarmiento violenta la realidad. Pero al mismo tiempo tiene otra estrategia exactamente opuesta. El saca afuera todas las ideas y tiene una empatía total con la realidad. De repente el gaucho es bueno, valiente y la Pampa es una maravilla, un paisaje sublime y poético. Es la contradicción del ideólogo que ya sabe todo antes de llegar a la Pampa y el hombre poético y sensible.
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