Lunes, 15 de septiembre de 2008 | Hoy
SEGUNDA EDICIóN DEL CICLO TALANDO + áRBOLES
El encuentro organizado por la Boutique del Libro y el sello Interzona reunió a escritores y editores, que debatieron sobre la actualidad literaria argentina. La cuestión de la “visibilidad” o “invisibilidad” de los autores generó discrepancias.
Por Silvina Friera
“¿Somos mucho más que dos?”, fue la pregunta inaugural de la segunda edición del ciclo Talando + árboles, organizado por la Boutique del Libro e Interzona Editora, que se propone debatir acerca de las prácticas editoriales, los medios y la actualidad literaria argentina. La primera respuesta, al menos desde lo visual, es que había muchísimos lectores de a pie y de pie en la librería de la calle Thames, en Palermo Viejo. Dos escritores, Alan Pauls y Fabián Casas, y un editor, Alberto Díaz, sentados en un sofá, y los coordinadores, Damián Tabarovsky –que de entrada ironizó sobre una posible actualización de Florida versus Boedo entre el autor de El factor Borges y el autor de El Spleen de Boedo– y el anfitrión de la casa, el librero Fernando Pérez Morales. “No soy la figura señera, soy el más viejo –bromeó Díaz, editor de Emecé y Seix Barral–. El primer gran problema que veo es una gran producción. La impresión que tengo es que en la década del sesenta había menos escritores, los que aparecían tenían más repercusión y había un puente que unía al escritor con el lector.”
El editor dijo que la generación que comenzó a publicar a finales de los ochenta es más amplia en cantidad de escritores y menos respetuosa del canon. Y añadió un tercer aspecto que la caracterizaría: la ruptura de ese puente que unía al lector y al autor. Otras formas de lecturas desplazaron al lector literario, que Díaz definió como “un grupo en extinción o en no crecimiento”. “Lo que crece es el no lector; la ficción como ocio, como entretenimiento”, aclaró Díaz. La gran cantidad de libros que se publica de autores jóvenes le parece auspiciosa, pero observó que la posmodernidad rompió viejos alineamientos. “David Viñas clasificaba al campo literario en escritores reaccionarios y revolucionarios; la década del sesenta y setenta, más politizada, permitía ordenar mentalmente a tus autores favoritos, y esto favorecía la circulación y la mayor penetración de los libros”, ponderó el editor. A pesar de la gran cantidad de voces de la generación actual, para Díaz los libros que publican son más invisibles. “Los suplementos culturales ya no consagran escritores; las facultades de letras tampoco. Hubo un gran mal: la crítica barthesiana, y eso que yo publiqué a Barthes por primera vez en Siglo XXI, pero la autonomía del crítico como primera persona ante la obra analizada termina siendo un ejercicio más de narcisismo que de orientación al lector. La crítica de cine con las estrellitas orienta. En la literatura argentina desaparecieron las estrellitas de la crítica”, evaluó Díaz.
El autor de El pasado optó por analizar la cuestión desde otro ángulo. “Lo que hace diez o quince años se vivió como una catástrofe, la captura de las editoriales argentinas por editoriales españolas o planetarias, esa pérdida del capital cultural histórico argentino, empezó a dar sus frutos en un sentido impensado. Y es la proliferación ya no de escritores sino de editoriales independientes, que empezaron a funcionar con una lógica muy parecida a la de las editoriales argentinas de los años ‘40 y ‘50, tratando de aprovechar los intersticios que el gran mercado con mayúsculas no explota, desdeña, ignora –señaló el escritor–. Si yo tuviera que aconsejar hoy a un joven escritor que empieza a publicar, le diría que publique en editoriales independientes y no en una grande. Este consejo no lo podía dar hace quince años; éste es un punto extraordinario a favor del paisaje actual.” Pauls coincidió con Díaz en que es de lamentar que no exista un crítico de la estatura de Viñas. “Vivimos sin centro y eso nos obliga a trabajar más, en el sentido de que hay que producir valor literario sin tener pautas de referencia ni nombres propios que nos apadrinen –explicó–. El hecho de que vivamos sin centro y que el antagonismo no funcione como sistema de clasificación de las obras nos obliga a trabajar, pero no clausura horizontes. Al contrario, creo que los abre. Ser un crítico implica producir valor, diferencias, matices, clasificaciones. La clasificación reaccionario-progresista no funciona más como clasificación de bandos literarios, tampoco creo que funciona en la política, pero esa es otra discusión.”
Casas confesó que siempre asoció la invisibilidad con un don. “Como lector de literatura me siento muy satisfecho. Hay muchos autores disímiles, autores que no han publicado libros y que los podés leer en distintos soportes. Estoy a favor de utilizar la Matrix para poder decir lo que vos tenés ganas de decir”, subrayó el autor de Los lemmings. Casas mencionó a Gustavo Ferreyra, el autor de El desamparo, un escritor que le rompió la cabeza: “Cuando lo leía, ya lo imaginaba como un clásico; el mismo libro estipulaba los parámetros con los cuales iba a ser leído. Ferreyra es un autor invisible, su circulación es menor, pero este tipo de autores sostienen lo más interesante de la literatura argentina”. El escritor planteó que las editoriales independientes ocupan un lugar importante: “Cuando voy a una librería, busco los libros que publican esas editoriales”. Después está “el pandemónium anagramático, donde todos escriben o hablan como los autores de Anagrama”, se burló Casas, que provocó algunas carcajadas entre el público por lo que sería el principio de su “cruzada” contra las traducciones de la editorial de Jorge Herralde. “Tengo la fantasía de que se va a hablar de literatura de ciudades, que los anaqueles o góndolas van a estar clasificados por ciudades –señaló Pauls–. La cuestión urbana es más decisiva que la nacional o la lingüística porque las ciudades son pequeñas babeles donde las lenguas están sometidas a procesos de transformación mucho más brutales. Pero probablemente lo nacional persista como una especie de marketing espontáneo en un mundo globalizado. Es importante en términos de marketing planetario que el escritor venga con la etiqueta de escritor argentino o de escritor latinoamericano, al menos en Europa.” El autor de Historia del llanto calificó de “circo global” lo que sucede en festivales y giras en las que participan escritores: “Los escritores hoy son más visibles que nunca. De algo de lo que no pueden quejarse los escritores es de ser invisibles. En ese circo internacional de visibilidades artísticas ser argentino representa un cierto tipo de pieza en la habitación de un hotel, o un cierto tipo de desayuno al que se puede acceder”.
–¿Preguntarse por qué la literatura argentina no vende en el exterior no es una pregunta soberbia? ¿Los turcos se preguntan lo mismo? –quiso saber Pérez Morales.
Pauls: –Son preguntas muy argentinas, hay que cambiar la manera de preguntar. ¿Por qué el cine no triunfa en el exterior? Qué sé yo, ¿por qué tiene que triunfar? Nunca la literatura argentina vendió en el exterior. Esa pregunta quejumbrosa supone que la literatura argentina está llamada a vender en el exterior. ¿Quién la llama? ¿De dónde viene la voz que la llama para ir al exterior? Es ridículo. Me parece que hay que pensar preguntas nuevas.
Díaz advirtió que no quería parecer chauvinista, pero aclaró que cree en la existencia de una literatura argentina: “Si es cierto que la patria de un escritor es la infancia, el lenguaje de los afectos tiene tonalidades diferentes. Un autor está condenado a ser argentino o colombiano.
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