LOS EDITORES EN LA II FERIA DEL LIBRO SOCIAL Y POLíTICO
En una mesa coordinada por Rodolfo Hamawi en el C.C.C., Carlos Díaz (Siglo XXI), Manuel Pampin (Corregidor) y Daniel Divinsky (Ediciones De la Flor) debatieron sobre los riesgos y los desafíos que enfrenta el sector.
› Por Silvina Friera
Al “anciano de la tribu”, como se definió Daniel Divinsky, le tocó hacer un poco de historia en la charla sobre editores de ciencias sociales, de la que participaron, además, Manuel Pampin y Carlos Díaz, en la II Feria del Libro Social y Político, que terminó el sábado en el Centro Cultural de la Cooperación. Y también, claro, aportó su ironía. “Cuando me enteré de que formaba parte de esta mesa, pensé que era una errata, como tantas que tienen los medios gráficos –dijo el fundador de Ediciones de la Flor–. Después pensé que tanto el de doña Petrona como el Kamasutra o la Biblia son libros políticos porque doña Petrona utiliza elementos muy costosos y su libro no está dirigido a dar recetas a las clases populares. Entonces me puse a revisar el catálogo.” Divinsky afirmó que la gran explosión del libro social y político, en sentido restringido, se vivió entre 1973 y 1974, “cuando los sectores más preocupados trataban de esclarecerse a través del material escrito”.
“Compramos Cuatro teorías sobre la prensa de Fred Siebert y Theodore Peterson), confieso, sin haberlo leído –reconoció Divinsky su “pecado de juventud”–. La cuarta parte era deleznable, de un macartismo y una interpretación rígida y unívoca inaceptable. La solución llegó por vía de la censura y lo publicamos como Tres teorías sobre la prensa. La editorial empezó haciendo política desde el comienzo”, aseguró el director de Ediciones de la Flor. Otros títulos avalan el planteo político ecléctico de Divinsky: Aden de Arabia, de Paul Nizan, un histórico pensador y militante del Partido Comunista Francés, que renunció al PC cuando se firmó el pacto germano-soviético; El recuerdo y las cárceles (memorias amables), de Rodolfo Aráoz Alfaro, “un famoso apoderado del Partido Comunista, un aristócrata que tenía una estancia en Córdoba, con una fortuna considerable, que proclamaba el record de ser el único comunista que había sido detenido en todas las razzias contra el partido, inclusive en las interrumpidas, porque como comenzaban por orden alfabético, como él era Aráoz, caía en todas”. Divinsky ponderó el papel de estas primeras publicaciones. “Conseguimos desorientar al enemigo, pero no tanto porque se consideró a la editorial como parte del aparato del PC.” Aclaró que nunca publicó libros de actualidad “porque no editamos de apuro y porque otras editoriales lo hacen con eficacia”.
Rodolfo Hamawi, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL) y coordinador de la mesa, aseguró que en ocho años se duplicó la tirada del libro social y político. ¿Es una burbuja o un proceso que viene cimentado por años de trabajo de las editoriales que se dedican a esta temática? ¿Cuáles son los riesgos y desafíos que enfrenta sector? Los integrantes de la mesa, por cierto, diversa en edades, experiencias y tipos de catálogos, trataron de responder estos interrogantes. Manuel Pampin, creador de Ediciones del Corregidor, coincidió con “el anciano de la tribu”. “Nací editorialmente en el año ’70, a pesar de que llevaba bastante tiempo relacionado con el libro”, señaló el editor, que empezó publicando, entre otros, Los caudillos de la revolución de Mayo, de Rodolfo Puiggrós; Nacionalismo y liberación y Peronismo y socialismo, ambos de Juan José Hernández Arregui, y La conspiración contra Chile, de Rogelio García Lupo. “En el café La Paz acordamos publicar a Hernández Arregui y a muchos otros. En La Paz firmé mi primer contrato con Homero Alsina Thevenet –comentó el editor–. En el ’70, el 50 por ciento de las publicaciones eran de origen político. Hubo una diversidad importante; teníamos un catálogo amplio, con una colección de crítica y ensayo literario, que hoy incluye libros de actualidad relacionados con la historia del sindicalismo argentino. Yo también creo que no tendría que estar aquí; por mí habla el catálogo. El que tenga dudas que lo consulte.”
Ante esta posición bartlebiana, el “preferiría no hacerlo”, Carlos Díaz recordó que el director de Siglo XXI (Arnaldo) Orfila, considerado uno de los editores de ciencias sociales más importante de América latina, odiaba dar entrevistas y hablar de su proyecto editorial. “El decía ‘el catálogo habla por mí’; supongo que tiene que ver con la incomodidad que puede producir explicar por qué uno publica una cosa u otra”, justificó Díaz. El encargado de reabrir la sede de Siglo XXI, en Buenos Aires, en el 2000, precisó que las editoriales de ciencias sociales están montadas sobre la hipótesis de la necesidad de la Academia de publicar. “Los libros de ciencias sociales y política van a estar dando vuelta por las librerías por muchos años”, auguró. Respecto de la experiencia de reabrir Siglo XXI, una editorial de humanidades asociada claramente con una línea de publicaciones de izquierda, Díaz confesó que hoy es difícil definir qué es un libro de izquierda. “A pesar de que no es fácil definir qué es de izquierda o de derecha, hay que tener un proyecto editorial claro y definido. No hay fórmulas únicas; varía si se trata de una editorial chica, mediana o grande.”
A la hora de enumerar los problemas que enfrentan las editoriales chicas que quieren especializarse en ciencias sociales, Díaz puso el énfasis en las dificultades para contratar derechos. “Es difícil construir un catálogo importante y con proyección desde la periferia –admitió el editor–. A (Eric) Hobsbwam lo contratan los editores españoles por una cuestión económica y no porque los latinoamericanos seamos unos tontitos. Los anticipos que se pagan por obras importantes son inaccesibles para nosotros.” El director de Siglo XXI elogió la calidad de las librerías argentinas. “En Francia no es tan fácil vender 2000 ejemplares de un libro de política o de historia; el mercado argentino sigue siendo muy importante y tenemos una muy buena red de librerías en todo el país, a pesar de que el interior esté bastante castigado. Aquí hay muy buenas librerías especializadas que son fundamentales para nosotros.” Pampin relativizó este planteo. “La computadora ha simplificado cosas, pero ha terminado con los mejores libreros del país. Hoy los libreros no conocen los catálogos, no conocen las obras. La atención en las librerías no mejoró para nada. El problema de los alquileres está destruyendo un montón de pequeños locales”, advirtió el director de Corregidor.
Hamawi anunció que la CAL está analizando la Formación de una Escuela de libreros, “un proyecto de un año de cursada, donde el joven tenga desde la información elemental de la organización de una librería hasta conocimientos de catálogos, para recuperar esa tradición que se perdió”. Díaz, que trabajó como librero en Gandhi, comentó que Elvio (Vitali) “no le daba pelota” a la computadora. “Nos manejábamos con catálogos en papel. Como teníamos secciones muy fuertes, me la pasé ordenando la historia de América latina; parecía un castigo, pero así se aprendía: agarrando los libros, ordenándolos.” El editor de Siglo XXI alertó sobre el peligro de la piratería en América latina. “En Argentina es un fenómeno que va creciendo año a año. Hoy no se piratean sólo best-seller sino libros que venden 3000 ejemplares por año.” Otro desafío importante son las nuevas tecnologías, los ebooks. “Es un cambio importante y tendremos que ver cómo quedamos parados los editores. La circulación va a cambiar y todavía no está claro cómo va a ser, pero es uno de los desafíos que aparecen en el horizonte.”
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