Vie 10.10.2008
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EL SAXOFONISTA SERGIO DAWI Y SU PROYECTO ESTRELLADOS

“Está bueno poder hacer la nuestra”

Fue durante trece años saxofonista de Los Redonditos de Ricota. Aunque reconoce que en el caso de la mítica banda “la suma de las individualidades da más que las individualidades”, señala que su experiencia posterior lo enriqueció musicalmente.

“El de los Redondos fue un final sin final.” Los trece años como saxofonista del Rey Patricio atraviesan como un flash la mente de Sergio Dawi y determinan una salida sutil. Ambigua. Traduce, él, siete años después, lo mismo que Skay anunció tras el último show en el Chateau Carreras: silencio, al menos por un tiempo. “Tenemos una deuda con el público, y vaya a saber si la vamos a saldar –sigue–. Mientras tanto, cada uno va cabalgando en lo que cree: nuevas experiencias y canciones.” En todos los casos, por la afirmativa o no, no será Dawi quien lo decida. El buró (Indio Solari-Skay-Negra Poly) permanece atomizado en cada planeta, sin pistas serias que permitan entrever un reencuentro. El, entonces, es él y su planeta tiene un nombre más dos discos: Estrellados. “Las estrellas son entes con luz propia. Podemos estar en estado de plenitud y brillo, pero muchas veces nos estrellamos con la realidad y chau... creo que en esa palabra hay una síntesis entre los dos mundos, con su montón de grises en el medio”, calibra, girando en su propia órbita.

Dawi, el vientista que reemplazó a Willy Crook en 1988 –época Un baión para el ojo idiota– y permaneció hasta el ¿fin?, se cortó solo y editó un disco homónimo al grupo (2004) y el flamante Quijotes al ajillo, que presentará esta noche a las 21 en Niceto y que incluye, entre sus doce canciones, un link a ese pasado con futuro incierto: la voz de Solari en “Gato negro”, el track tres. “Es cierto que estamos medio dispersos, pero tantos años de estar en la misma trinchera hace que en cada encuentro haya una soltura. Una vez me invitaron a uno de los shows del Indio en La Plata... fui al camarín a saludarlo y me dijo: ‘¿No trajiste el saxo?’. Lo que menos se me ocurrió fue eso, pero al otro día fui con el saxo y toqué. Salió bárbaro. Ahora, cuando le fui a mostrar mi material después de tanto tiempo en la burbuja, lo sentí como un abrazo a mi viaje.”

–La imaginería popular marca que el Indio es un tipo bastante inaccesible, que cuida mucho su intimidad, etc. ¿Con ustedes también es así?

–Yo creo que cada persona es única y cada vínculo es único, entonces cada vínculo no tiene por qué ser comparado con estereotipos de cómo son las relaciones. Yo lo que rescato es esta historia de soltura y hermandad en la que, por ahí, nos perdemos la transmisión de cotidianidades que otras amistades tienen. Igual, el haber sido protagonistas y testigos de experiencias tan intensas hace que, cuando te encontrás, disfrutes del encuentro.

–Habiendo pasado ya siete años, ¿cómo analiza la separación del grupo?

–No podría decir si está bien o mal... acepto la realidad y todos estamos en proyectos que hemos elegido y que personalmente nos han enriquecido. En el caso de los Redondos, creo que la suma de las individualidades da más que las individualidades, pero en este momento está bueno poder hacer la nuestra. Es como todas las parejas, uno quiere pintar la habitación de naranja, el otro de blanco y terminan pintándola de amarillo patito, hasta que llega un momento en que cada uno quiere su color. Las separaciones tienen que ver con poder hacer las cosas como cada uno las siente.

Dawi, antes reticente a recrear canciones redondas en sus shows, ha cambiado de parecer. Durante la última presentación de Estrellados se animó con “Aquella solitaria vaca cubana” y ahora piensa desempolvar su propia versión de “Jijiji”. ¿Aflojó? “Siempre me pedían hacer temas de los Redondos y yo nunca tenía ganas, pero cuando caí en que cada vez que toco con el Indio hacemos tema de ellos, o en los tributos... bueno. Además, le hago un pedestal a la fiesta; a la necesidad de divertirse. Los Redondos no están, pero sus canciones siguen vivas.”

–¿Quiénes son los quijotes al ajillo?

–Personajes ficcionados que están al borde del sistema. Personajes que no pagan a la AFIP, que no cobran los planes Jefas y Jefes, que son invisibles para el sistema, pero que están vivos y tienen sueños, por eso parecen quijotes intentando una vida propia. Son personajes cocinados en su propia salsa y me pareció que al ajillo era uno de los condimentos apropiados, con un poco de pimienta negra también (risas).

–¿Qué es Estrellados, más allá de una forma de definir y enlazar diferentes estados de la vida?

–Una experiencia estética a la brasileña. ¿Vio que ellos se alimentan de música africana, de jazz, de portuguesa y cagan brasileño? Bueno, lo que hacemos nosotros tiene que ver con eso. Es una experiencia horizontal, que en general es atípica en las bandas, en el sentido de que siempre está el compositor que baja línea y los demás siguen. Para mí, fue un desafío esto de poder delegar y dejar que las canciones se enriquezcan pasando por todos los músicos.

–Algo que requiere su tiempo. ¿Eso explica por qué pasaron cuatro años entre un disco y otro?

–Tiene que ver con manejar el tiempo. Resulta que ahora, con la crisis ésta, te dicen que se van a vender menos coches, menos termotanques y todas esas cosas prescindibles; esto hace que el mundo entre en pánico. ¿Cómo puede ser? Yo creo que tiene que ver con que no somos dueños de lo más mínimo, que es el tiempo. Y mis canciones insinúan esto. El disco se hizo aquí, en mi casa, y esto nos permitió esquivar la guillotina del tiempo en la cabeza.

–Nombró la palabra canción y no es para dejar pasar. Es un disco más cancionero que el anterior: Estrellados era más experimental, críptico. ¿Está de acuerdo?

–Justamente, esta química que la banda les imprimió a las canciones hizo que el disco sea más rockero, con estribillos más pegadizos. Tiene, en rigor, un formato más de canción y, a mi entender, lo enriqueció.

–¿Tiene que ver con un estado de ánimo que se traslada a la música?

–No. Yo más bien lo veo como un signo de juventud, de no estar anquilosándose con lo seguro. Está bueno dejar que la cosa se transforme.

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