CICLO CUERDAS DE AMERICA
› Por Cristian Vitale
Parábola: nunca mejor el nombre de un grupo para graficar la incursión. Un solo pueblo, el de Ismael Querales, expresa mejor que mil palabras el ciclo Cuerdas de América, que se desarrolla este fin de semana –y con entrada gratis– en el Centro Nacional de la Música (México 564). En él, confluyen diferentes expresiones estéticas del continente con la idea, primal y esencial, de unir en sonidos lo que la identidad demanda. Hoy,–además de Querales– estarán Amadeo Monges, arpista paraguayo, y Oscar Miranda, charanguista argentino. Y mañana, entre las 19 horas y las 22, Luis Pino (Venezuela), Archi Zambrano (Bolivia), Alter Ego (Cuba) y los “argenmex” de Alegrías de a Peso moverán el péndulo de sonidos para activar, en serio, este viejo anhelo de la invisibilidad de las fronteras. “El grupo nació bajo la idea de unir en una expresión todas las que existen en América latina –cuenta Querales, en sintonía–; al principio hacíamos de todo: zambas argentinas, cuecas chilenas, música del altiplano, merengue, son de Cuba, etc. Después, viramos hacia las cosa más venezolana, pero seguimos manteniendo la esencia.”
Querales no viene con el grupo pero sí con la idea. Formado por el gen paterno bajo la égida del arte tradicional de su pueblo, llega al país con Venezuela al hombro. Representa, unívocamente, la quintaesencia del folklore venezolano: el joropo. Básicamente, porque une la enorme diversidad que el género implica: el joropo puede ser oriental, llanero, andino, mirandino u occidental, pero en Querales suena como uno, casi indivisible. “Mira, yo puedo pasar de lo más tradicional a formas más contemporáneas. Puedo combinar los cinco tipos de joropo en un mismo tema, e incluso algunos con influencias de otras músicas. Lo puedo hacer puro o combinado y, aunque no nací en el llano ni en Oriente, me enriquecí con la música de todos esos sitios”, se presenta el hombre, recién llegado de Caracas. El vehículo central para materializar la intención se llama bandola y Querales –músico, compositor, investigador y docente– trae dos: una de ocho cuerdas y otra de cuatro. A la de ocho le dicen llanera, y expresa el sonido de una región dura, áspera; a la de cuatro, oriental, y su sino es la alegría... Cada una en su joropo.
Explica él: “La idiosincrasia de cada pueblo se expresa también en la música, no solo en la comida, la vestimenta o la manera de hablar. El joropo llanero traduce una zona que en verano tiene mucha sequía y en invierno, mucha agua. Entonces, en ese ambiente se desarrolla el llanero, que amansa el ganado y, por eso, tiene un temple fuerte, recio. Ese joropo es rústico, mientras que el oriental es extrovertido y alegre, de ritmo negro, como su gente. Los orientales hablan rápido y por eso el ritmo es distinto. Después, está el joropo de montaña, que es como un punto de equilibrio entre los dos. Es bueno agregar que nuestro gobierno, el de Chávez, es el que más ha impulsado el movimiento de la cultura tradicional venezolana en toda su dimensión”.
“La bandola –dice– es un instrumento que estuvo muy olvidado pero en los últimos años ha tomado un impulso muy importante: se tocaba solo en sus regiones. Hoy lo estudia la gente joven en todo el país: hay de cuatro, ocho o dieciséis cuerdas. Las hay de cuerdas de nylon o de metal, pero lo fundamental es que se ha convertido en un instrumento puntero, solista, cuando antes sólo se usaba para acompañar a cantantes.” El músico porta, además, varios discos grabados con su grupo Un Solo Pueblo, con la banda Pasacalle y acompañando a los más diversos artistas. “La bandola, por su versatilidad, te permite participar de una gran gama de géneros. Yo creo que ella en particular, y el joropo en general, provocan algo parecido a una jam session, porque te llevan por un camino libre, de improvisación y riesgo. El joropo, y me arriesgo, es un género hermano del jazz.”
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