Mar 14.10.2008
espectaculos

MALENA SOLDA, ENTRE EL TEATRO, EL CINE Y LA TV

“Sin la parte lúdica, no concibo la carrera de actriz”

A los 31 años, acredita una sólida carrera artística. Reivindica la telenovela como género, pero admite que es el teatro la disciplina que la conecta con su “esencia vocacional”. Y dice que le falta mucho, todavía, para ser una actriz reconocida.

› Por Emanuel Respighi

Malena Solda llega a la entrevista con Páginai12 con la naturalidad y la simpleza propias de una adolescente. La desgarbada postura al caminar, su jean gastado y la escotada musculosa negra no desentonan para nada con el rostro angelical que se ilumina bajo el sol del mediodía. El colorido paquete de caramelos a medio comer que lleva en su mano y ofrece, apenas arriba a la mesita al aire libre de Gargantúa, refuerza la percepción. Sin embargo, esa imagen adolescente se desvanece cuando comienza la charla, en la que la actriz de 31 años demuestra que tiene bien claro por qué se decidió a ser actriz, del mismo modo que sabe lo que quiere. Una seguridad que traslada en cada uno de los proyectos artísticos que emprende, con interpretaciones tan eclécticas como consistentes. ¿Qué tiene esta mujer que pasa con total naturalidad de la telenovela a Teatro x la identidad, de los unitarios al cine, que estuvo a punto de ser una chica Bond y que en medio de la filmación de la película que Francis Ford Coppola vino a rodar a Argentina decidió plantar la producción e irse a un ensayo del Teatro San Martín?

Para aquellos que aún no asocian su apellido con su rostro, basta decir que es la joven actriz que se destaca por dos características, una profesional y otra física, que la vuelven única. En el aspecto profesional, Solda es uno de los más promisorios valores de la escena local; pese a su juventud ha trabajado en infinidad de ciclos televisivos, obras de teatro y trabajos cinematográficos. Yendo a lo visual, en su físico sobresale el lunar que tiene arriba del labio como carta de presentación que se fija en la memoria de quien la observa. Una actriz que acaba de sumarse al elenco de Don Juan y su bella dama, la telenovela que Telefé emite de lunes a viernes a las 14, interpretando a la abogada que llega a la vida de Juan (Joaquín Furriel) para algo más que ser la representante legal en el juicio que se lleva a cabo por la misteriosa muerte de su madre.

–¿Qué le atrajo del proyecto? ¿Las ganas de volver a la TV, el personaje, la historia?

–Llegué a la novela, en realidad, por Joaquín (Furriel), que es un gran amigo y con quien había trabajado en Jesús el heredero y Soy gitano. Charlando de nuestras vidas me contó que la novela iba a seguir un tiempo más y que para reforzar la historia iba a entrar un personaje, y me preguntó si no me gustaría interpretarlo. Y como le dije que sí, habló con los productores y propuso mi nombre.

–O sea que es una acomodada...

–Prefiero pensar que entré por la puerta grande... (risas). Es muy difícil ingresar a un proyecto ya comenzado, en un elenco en el que todos se conocen. Y mi personaje no me ayudó porque requiere de un lenguaje técnico-legal, en medio de un juicio, que complicó el ingreso al programa. Disimular los nervios y la ansiedad de incorporarte a un elenco establecido para aparentar seguridad y solidez no es fácil.

–¿Le gusta el género? A lo largo de su trayectoria ha hecho de todo, desde telenovelas, unitarios y tiras televisivas a producciones cinematográficas y obras de teatro más comprometidas.

–Creo que la telenovela tiene cosas buenas y otras no tanto. Uno de los aspectos positivos es que se trata de un ejercicio para el actor. Si uno viene de hacer mucho unitario, teatro o cine, entrar al ritmo de la telenovela, donde no se tiene tiempo para componer sino que hay que apelar a las herramientas actorales para resolver distintas situaciones de forma creíble es tan complejo como agotador. Hacía cuatro años que no hacía telenovela. Antes me pasaba que agarraba una escena y en cinco minutos la resolvía; ahora me costó más tiempo ese proceso. Hacer telenovelas es un ejercicio de los más enriquecedores para el actor.

–Sorprende que diga esto porque se trata de un género, por lo general, bastardeado...

–La telenovela es un género televisivo como cualquier otro. Hay de todo: hubo telenovelas como Gasoleros o Resistiré que fueron rupturistas, otras, como las brasileñas, que tienen una producción envidiable... El propio Gabriel García Márquez defendió al género a capa y espada. Como todo en la vida, depende de cómo esté hecho. Si se hace con dedicación y búsqueda de originalidad, la telenovela es un género que ofrece muchas posibilidades. El problema es cuando se repiten fórmulas y se hacen las típicas telenovelas cuadradas. Esa fórmula del éxito le hace daño. Pero hay muchas que están muy bien hechas. Lo que pasa es que se necesita tiempo y dinero. Algo que no sobra en la TV argentina.

–Realizó en Londres un posgrado de Teatro clásico, es miembro de Teatro x la identidad y en la tele acepta roles en géneros más frívolos, como la telenovela. ¿Cómo hace para diversificarse en roles tan opuestos? ¿Existe un objetivo como actriz o ciudadana detrás de esas propuestas?

–Un poco y un poco. Tengo un objetivo, pero no una finalidad concreta, de alcanzar tal lugar o interpretar tal papel. Mi objetivo es el recorrido, que cuando analice la resultante de todos los trabajos que hice esté contenta y perciba una coherencia. Mi coherencia, en este tiempo, es poder pasar por la mayor cantidad de géneros y medios posibles, capaz de hacer de todo y hacerlo bien. Mi objetivo es ser reconocida por todas y cada una de las cosas que hice; no por algo puntual. Pero el reconocimiento recién lo voy a lograr con el tiempo. No se puede ser reconocida a los 30 años. No hablo del reconocimiento en la calle de la gente, que es lindo y hace bien, sino del que te dispensan tus colegas, directores, autores y productores.

–Pero esa concepción de que el reconocimiento llega con el tiempo puede hacer confundir trayectoria con experiencia. Que a usted la convoquen para hacer cine, tele y teatro es una suerte de reconocimiento.

–Sí, pero yo creo que soy muy joven y tengo mucho que aprender. Ahora estoy trabajando con Alberto Segado en Tres hermanas y lo miro a él y me gustaría que a su edad pudiera tener su trayectoria. Es un tipo que se preparó, que se toma la profesión con seriedad, que no cae en el exitismo y que sabe por dónde pasa lo importante de una obra o un personaje, que si hace una obra tiene que dejar un mensaje constructivo... Yo puedo transar con la tele, hacer algo que no me encanta pero que me atrae; con el teatro tengo una relación tal que para formar parte de un elenco me debe fascinar la obra y el papel. De lo contrario, no puedo sostener mi participación noche tras noche.

–¿Ubica al teatro como una dimensión mayor que el cine o la TV?

–Para mí no hay dudas. A un actor el teatro lo conecta con la raíz de uno, con la esencia vocacional. Cuando fui a estudiar a Londres, con el resto de los actores seleccionados del mundo entero, me di cuenta de que en ese lugar no importaba lo que habías hecho, de dónde venías o cuál era tu experiencia. Lo que importaba era ver si podías resolver la propuesta que cada profesor daba sobre un texto clásico. Esa experiencia fue importante porque hicieron que el actor o la actriz se corriera del ego que traía de su país. Allá te vuelven a poner los pies sobre la mesa y sos una más hasta que demuestres tus capacidades. Estando en un país, con idioma y cultura diferente a las de uno, casi sufriendo, la pregunta era ¿por qué estaba ahí si podía estar en Argentina haciendo telenovelas durante los años que quisiera? Pero inmediatamente me daba cuenta de que estaba allí para aprender y divertirme, que por algo la pregunta era por qué y no para qué. Yo no concibo la carrera sin la parte lúdica, que fue la que me impulsó a los 9 años a ir corriendo a las clases de Hugo Midón. Arranqué en la actuación porque me daba placer actuar, no por la exposición pública, ni por el dinero que uno gana, los regalos o las muestras de afecto de la gente... Eso es lindo, pero no lo más importante. Esas mismas cosas son las que a veces hacen que uno se maree y se olvide de su verdadero objetivo.

–El para qué lleva intrínseca una finalidad útil y el porqué husmea en las causas, en las motivaciones...

–Cuando uno comienza buscarle la utilidad a lo que hace, y mucho más a la actuación, se está perdiendo la esencia de la vida y las vocaciones. No todo debe hacerse bajo el parámetro utilitarista de que es lo más conveniente. El actor debe guiarse por las ganas de hacer una u otra cosa, porque trabaja con los sentimientos. Su estado de ánimo, de alguna manera, se refleja en la interpretación.

–¿Siente que esa manera de pensar y su aplicación tienen reconocimiento en los tiempos actuales, donde además de actuar pareciera que un actor debe ir a eventos y tener alguna excentricidad?

–A veces. Al regresar de Londres se me aclaró el panorama. Cuando tengo que ir a castings o cuando debo hacer algún personaje muy complejo, me relaja saber que actúo porque me gusta, porque me divierto y lo necesito. Es normal que sienta nervios, pero tengo claro que, si no me divierto, no sirve. Y ahora voy a los castings sin pensar en quedar seleccionada, que se trata de un hecho que depende de variables que a veces uno no puede cambiar, como la edad o la altura. Sólo pienso en pasarla bien y aprender. La mejor manera de actuar es no esperando otra cosa a cambio más que las ganas de jugar y asimilar al personaje de turno.

–¿Es verdad que para usted un actor debe entrenar y capacitarse continuamente? Hay quienes cuando llegan al protagónico dejan de estudiar, como si tuvieran incorporado el don de la actuación...

–A mí me gusta entrenar. La paso bien en ese espacio. Pero depende cuáles sean los objetivos de cada uno. Si el fin es llegar a protagonizar una ficción televisiva, es lógico que eso suceda. A mí me gusta estudiar, me hace bien y me enriquece, tanto personal como profesionalmente. El estudio y la capacitación es el camino que elegí para mi carrera.

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