STP Y EL CIERRE DEL PEPSI MUSIC
El percutor golpeó, pero la bala no salió. Fue en algún momento de “Too cool Queenie”, en la segunda vuelta, saliendo de la estrofa que arranca con la historia del tipo que tenía una banda de rock y no era tan malo con el resto del mundo. No llegó al tono de cierre de she would always crash the party, it was no surprise, it was for her. La voz no salió y el golpe del percutor quedó resonando en su cabeza. Para el cierre con “Trippin’ on a hole in a paper heart”, Scott Weiland abraza a sus tres compañeros en la punta de la pasarela, dando por finalizado el Pepsi Music 08 con el humo de la pólvora haciéndolo lagrimear. Alguien capta con su celular el momento en el que Robert de Leo le pasa la mano por la mejilla.
Weiland es una de esas mentes tormentosas propias del grunge y uno de esos cuerpos tormentosos propios del sex, drugs & rock and roll. La noche de miércoles en el Club Ciudad, el vuelo rasante de los aviones, trabarse al hablar, todo lo atormenta a Weiland. Y por un momento, cuando siente que no llega a seguir cantando luego de “it was no surprise” y se da cuenta de que eso tampoco es una sorpresa, lo vuelve consciente. Cabrá preguntar qué clase de sociedad atormenta así a un hombre como para que se consuma en demonios propios. Lo que le sucedió a Kurt Cobain, lo que experimentan Marilyn Manson y Weiland, o aquí vivió Luca y vive Pity.
Durante la hora y cuarto anterior a ese momento, el vaso-jarra que Weiland bajó tres veces fue un adorno más, un símbolo de celebración dionisíaca de público y banda. Sus comentarios fueron celebrados –“Ibamos a traer a Jim Morrison, pero no, porque queremos una jodida noche de rock”–, tanto como el suck me que le propuso a Robert de Leo después de que el bajista admitió que la única palabra que conoce en español es gracias. Fue la posibilidad de ver a STP, que en veinte años y cinco álbumes nunca había tocado aquí. Lo más cerca que el público local había estado de STP había sido la visita de Weiland con Velvet Revolver en el Quilmes Rock 06.
En ese sentido, el show dejó conforme a la mayoría. Desde el inicio con la intro de “Communication breakdown” ligada a una colgada interpretación de “The big empty”, el warming up con “Wicked garden” y “Big bang baby”, el dramático “Silvergun Superman” (puedo oír cuando los cerdos susurran dulcemente que el arma con el que me mataste fueron los celos) o el catártico “Vasoline”. El segundo grupo de temas dejó de lado la introspección de Weiland, de mente y cuerpo desconectados, y sirvió para centrarse en Dean DeLeo, extraña cruza de Marky Ramone y Brian May que sigue demostrando la sensibilidad para poder tocar poco o mucho en función de cada tema. Eric Kretz tuvo momentos perfectos y errores básicos desde la batería, Robert DeLeo fue exacto, pero el stage manager no se dio cuenta de que el bajo sonaba alto hasta el acople.
En shows anteriores de su gira, STP no tocó “Crackerman” –que Weiland sí hizo con Velvet Revolver aquí– ni “Too cool Queenie”, momento del balazo fallido. Tal vez fue un capricho incluirlo esta vez, pudiendo haber tocado “Days of the week”, “Meatplow” o “Still remains”. Sí hicieron “Sour girl”, último momento de tranquilidad para Weiland. Es que durante la fantástica seguidilla tormentosa de “Creep”, “Plush” e “Interstate love song”, fue constantemente a su vaso-jarra. Tras diez minutos de salto constante, el cantante apareció en escena de poncho y sombrero a lo Guy Williams, y entonces llegó “Too cool Queenie”.
Weiland dice algo sobre disfrutar del rock y encara “Sour girl” lastimado. Termina “Down” y “Sin” quebrado. Celebra “Sex type thing” ya desgarrado, pero con la garganta caliente. Los deslices vocales se señalan porque se trata de una voz dotada en el grunge, pero no virtuosa. En “Dead & bloated”, Weiland dice sentir que se volvió viejo. Y en el pomposo final se queda parado, con su megáfono camina por la pasarela, revela que siempre es bueno viajar a un agujero en un corazón de papel, se hace vitorear y da inicio a “Trippin’ on...”, último tema. Luego vendrá el borde de la pasarela, el abrazo a los compañeros y la foto de DeLeo acariciándole la mejilla. Pero hasta que Kretz no hizo el último rulo nada pareció indicar que Scott Weiland la estaba pasando mal.
Informe: Luis Paz.
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