Domingo, 19 de octubre de 2008 | Hoy
PATORUZU, UN PERSONAJE DIBUJADO QUE CUMPLE HOY OCHENTA AÑOS
Amado y criticado, capaz de atravesar generaciones y hasta ser utilizado por la JP para responder la “ofensa” de Los Simpson, el cacique creado por Dante Quinterno abre el campo a varios análisis... incluyendo el del tehuelche Luis Eduardo Pincén.
Por Facundo García
“¡Guagua! ¡Piragua! ¿Vos sos meu tutor, chei? Curugua–Curiguagüigua te saluda”, suelta el indio desde el tren. Y un chanta que todavía no se llamaba Isidoro Cañones le contesta: “¡Por fin llegaste, Patoruzú! Te bautizo con ese nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas”. Esa viñeta inició, hace hoy ochenta años, la vida de uno de los personajes más emblemáticos, amados y criticados de la historieta argentina. Su creador, Dante Quinterno –calificado por algunos como “el Disney argentino”–, lo concibió como el típico partenaire inocentón. Sin embargo el cacique comenzó a tomar vuelo propio, copó la infancia de varias generaciones y hoy parece gravitar como nunca entre los aires camperos que la televisión ha puesto de moda.
Aquella tira fundadora contaba la historia de Don Gil Contento, garca a quien un acaudalado tío le había encargado, antes de morir, la tutoría de “El último Tehuelche Gigante de la Patagonia”. “Gilito” intentó aprovecharse del pajuerano recién llegado a la capital. Y no tuvo tiempo de intentarlo dos veces, ya que el viejo diario Crítica levantó la serie a los dos días. Semanas después de aquella aparición fugaz, Quinterno logró colocarse en La Razón, en este caso con otro prototipo del piola porteño al que bautizó “Don Julián de Montepío”. A los dos años, el retorno de un aborigen ingenuo y con plata lo cambió todo. En consecuencia, la tira tomó el nombre de Patoruzú en agosto de 1931.
A partir de entonces rompió todos los cálculos. Pasó por varios diarios y hubo incluso una revista con su nombre que duró tres décadas; traía notas de actualidad y prefiguró lo que luego harían Humor y Satiricón. Quinterno se cortó solo, fundó una editorial y el primer “sindicato” de historietistas del país. Claro que no era un sindicato en el sentido habitual, sino una agencia para administrar derechos de propiedad intelectual y explotación comercial. El padrino atorrante se fue estabilizando en Isidoro, y nacieron Patoruzito e Isidorito. Sucesivas reediciones llegaron a los confines más remotos del país. Se las analizó, se las denostó y se las usó desde el patrioterismo. Sin embargo el narigón telúrico siguió ahí, esperando al costado del inodoro o semitapado en los revisteros del subte, vendiendo aunque repita eternamente esos guiones que –aseguran los expertos– no se renuevan desde 1977.
Y merece un exaltado “¡canejo!” comprobar que casi nunca se les ha preguntado a los pueblos originarios qué opinan sobre el fenómeno. Luis Eduardo Pincén es tataranieto del respetado cacique tehuelche Vicente Catrinao Pincén y está dispuesto a quebrar esa racha de silencio. “Creo que la percepción que tenemos muchos hermanos sobre esto depende de la etapa que esté pasando cada uno –adelanta– Para los que nos sentimos parte de los pueblos originarios suele haber un momento de timidez, luego cierto resentimiento y finalmente una instancia que para mí es superadora; en la que se entiende que el mensaje de nuestros ancestros es de comprensión y consenso entre las diferencias. Desde ahí, hoy digo que disfruto leyéndolo. No me molesta esa suerte de caricatura: sé que tuvo cosas cuestionables y que no es un retrato fiel de nada. Una vez que les aclaro esto a mis chicos, podemos entretenernos juntos.”
“Si considerás que se lanzó en 1928 –añade Pincén–, te das cuenta de que para su época era bastante avanzado. Habían pasado sólo cuatro décadas desde la nefasta Campaña del Desierto y no obstante ahí tenías a un indio con buen corazón”. ¿Los aborígenes prefieren al hombre de pluma y poncho que a Batman? El teléfono transmite una risa: “Muchos pibes de las comunidades se identifican con los valores de Patoruzú porque es honorable, valiente y honesto, puntos claves para nuestra cultura. Obviamente, no están fuera del planeta. Si visitás a un hermano esta noche, casi seguro que lo encontrás viendo Bailando por un sueño. Nosotros siempre hacemos la siguiente reflexión: Si los caballos vinieron de Europa y nosotros fuimos capaces de establecer una relación de cariño única con ello; ¿cuántos caballos más nos quedarán por conocer?`. Si lo pensás desde ahí, asimilar Patoruzú puede estar buenísimo.”
Desde una postura menos optimista, el semiólogo y poeta Oscar Steimberg denunció la falsedad de Patoruzú en su libro Leyendo historietas (Buenos Aires, Nueva Visión, 1977), al decir que “tiene virtudes gauchas pero es un indio; y los indios y los gauchos nunca fueron una unidad social”. Por otra parte, señaló que tras su estampa de aborigen sureño se escondía, en lo concreto, un terrateniente de fortuna. Y hasta sugirió que el héroe era posiblemente homosexual: “(...) tiene una especie de relación madre–hijo con Upa, y una relación confusa con Isidoro, a quien espera despierto cuando lo sabe demorado en sus calavereadas”, disparó.
Oscar Vázquez Lucio (Siulnas), humorista gráfico, periodista e historiador del humor, explica su versión. “En realidad –cuenta–, esa buena situación económica podría constituir un símbolo reivindicatorio, como surge de las propias palabras del personaje: ‘¡Las veces que gritaría a tuito pulmón que nosotros somos los verdaderos dueños del país!`” (Patoruzú Nº 1, pág. 22, noviembre de 1936). El especialista no cree necesaria una cruzada de recuperación patoruzesca, ya que “hoy por hoy tiene tantos detractores como adeptos, contándose entre estos últimos muchos representantes de las nuevas generaciones”.
Respecto de la supuesta condición gay del emponchado, Siulnas considera que “podrá cuestionarse su manera de abordar al otro sexo, pero no poner en tela de juicio su interés en las mujeres, que se puso de manifiesto ya desde la época en que acompañaba a Julián de Monte Pío (después Isidoro) en la tira publicada en La Razón”. Carmencita, Clorinda, Lola y Azucena son algunas de las “gurisas” que lo enamoraron con final no feliz. Para el especialista, una posible razón de estos fracasos amorosos la dio precisamente Azucena en uno de los cuadritos: “¡Usted se debe a sus prójimos! ¡No tengo derecho a absorber la mínima parte de su generosidad y su tiempo!”, le batió la moza.
A medida que se multiplicaban las andanzas, las líneas del paladín se fueron suavizando. Quinterno tomó el modelo “redondeado” de Disney, y poco a poco fue modificando el original hasta llegar –aportes de numerosos colaboradores mediante– a la forma actual. Miguel Dao, fan reconocido de la serie, estima que en contraste con estas modificaciones formales “Quinterno tenía pautas muy fijas sobre la personalidad del protagonista, y las había anotado en varios cuadernos. En ese aspecto, nada de lo que se escribía dejaba de pasar por su control”. Eventualmente se introdujeron nuevos datos sobre su origen. Se contó, por ejemplo, que el justiciero descendía de Patoruzek 1º, un faraón egipcio que había caído en la pampa. Conseguido el equilibrio, el resto fue estabilidad.
Dao se lamenta de que no se les haya prestado mayor atención a los fondos. “De hecho, en las revistitas que se publican hoy dos por tres encontrás que en vez de un teléfono de los viejos han puesto un celular... ¡en una historia que se escribió hace tres décadas!”, declara. Quizá por eso el capítulo preferido de Dao es El Gran Duque de La Mancha, que se publicó originalmente en el diario El Mundo entre diciembre de 1938 y marzo de 1939. Por sus ambientes y detalles, es una de las más buscadas excepciones a la regla del “paisaje descuidado”.
Otras rarezas son menos felices. Dao recuerda haber visto que durante la dictadura había posters de Patoruzú con la camiseta de la Selección, en los que se leía que los argentinos eran “derechos y humanos”. Eso no le impidió escribir una novela, Las claves del indio, en la que un número perdido de la historieta contiene el secreto para desentrañar un misterio. “Contándote esas dos cosas te quiero decir que si uno le pone una etiqueta ideológica fija está cercenando posibilidades. Si sigue vigente, será porque se le encuentran resignificaciones posibles.”
Basta salir a la calle para comprobarlo. Hace unos meses, cuando en una emisión de Los Simpson se hizo un comentario irónico sobre Perón, un sector de la Juventud Peronista salió a responder con un afiche. En las paredes podía verse a la criatura de Quinterno en la taberna de Moe, explicando a los parroquianos que al General lo había elegido el pueblo. Por otra parte, el grito ronco, lleno de “mingas” y “ahijunas” que se escuchó por los bosques de Palermo en ocasión del último lockout campestre... ¿no se asemeja más a estas viñetas en blanco y negro que a la realidad concreta de los asalariados rurales?
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