Sábado, 25 de octubre de 2008 | Hoy
LAS CONFERENCIAS DEL V ENCUENTRO DE ESCRITORES IBEROAMERICANOS
La serie de encuentros llevados a cabo en el suntuoso Palacio Portales permitió echar un vistazo profundo a la formación de varios escritores latinoamericanos, que indagaron no sólo en sus lecturas, sino también en su experiencia musical.
Por Silvina Friera
Desde Cochabamba
Acercar de manera íntima a los escritores con sus lectores: eso propone el V Encuentro de Escritores Iberoamericanos, organizado por el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño en el Palacio Portales. El público de Cochabamba copó el salón de la residencia para escuchar maratónicas conferencias sobre lecturas y lenguajes que inspiraron la obra de los autores bolivianos Mónica Velásquez y Rodrigo Hasbún y del argentino Andrés Neuman. Velásquez dijo que la poesía “ha sido siempre la única y más profunda fe en la que me reconozco”. La poeta habló de “grandes pasiones, queridos y queridas compañeros de senda” como la poeta, narradora y ensayista boliviana Blanca Wiethüchter, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson, creadora de uno de los universos poéticos “más mentales y más entrañablemente misteriosos de la poesía moderna”; y del danés Lars von Trier, cuyas películas, especialmente la dedicada a Medea, fue central para la poeta a la hora de reescribir el mito en su reciente Hija de Medea, con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal.
“No sabría responder con certeza a la pregunta ya hecha por Hölderlin ¿para qué los poetas en estos tiempos?, pero creo que éste es un lugar para sembrar la resistencia de la felicidad, de la búsqueda infatigable, de elevar la voz, aunque todavía sean pocos los que detengan su paso apresurado para oír un poema liberado en una plaza, en una esquina o en su garganta”, señaló Velásquez. “Hacer poesía en Bolivia es no dejar de creer aunque el dios sea huidizo y uno el único creyente. Es como atreverse a hacer las mismas preguntas aunque todos las crean contestadas”, planteó la poeta. “Una nunca está sola, están los de antes, abriendo senderos en la espesura del silencio. Se trata de hacer, como dice Roberto Juarroz, ‘una escritura que soporte la intemperie, que se pueda leer bajo el sol o la lluvia, bajo el grito o la noche, bajo el tiempo desnudo, que resista la intemperie total’.”
En la conferencia Muestrario de guerra: Literatura y vida, Hasbún confesó que hace diez años, en el Primer Encuentro de Escritores Iberoamericanos, estaba entre el público, donde más le gusta estar. En una pulseada aparte contra su timidez, en un tono de voz tembloroso, comenzó citando frases del diario de John Cheever. Para el boliviano, Cheever “está sentado al lado nuestro, hablándonos con la sinceridad de los mejores amigos”. Desde una perspectiva generacional, el autor de Cinco y El lugar del cuerpo recordó que a los 16 o máximo 18 años, en medio de la confusión y la incertidumbre, “nuestra única certeza era que queríamos escribir”. En los ’90, para los adolescentes y jóvenes cochabambinos “la música era el centro de todo, un aprendizaje sentimental”; una generación que se alimentaba del grunge, “música ruidosa y devastada con la que los jóvenes de todo el mundo se identificaron”. Hasbún aseguró que, como músicos y como escritores, “nos educamos de las sobras, de migajas, pero nadie las valoraba tanto como nosotros”. El escritor boliviano se preguntó si su generación habría sido mejor si hubiera visto todo el cine de Godard y no las películas que se conseguían, si hubiera podido oír la discografía completa de Dylan, si hubiera tenido acceso a los libros que querían leer y no a los que encontraban. “Para sobrevivir tuvimos que inventarnos una guerra, salir a pelear –recordó Hasbún–. Una guerra que nadie más podía ver, pero para nosotros todo estaba en juego: la supervivencia y el futuro, la desintegración de los sueños o su persistencia.”
Hasbún subrayó que su generación era consciente de que la escritura exigía disciplina y entrega “no con las causas sociales o políticas ni con la sociedad que nos había tocado, aquejada de dolencias difíciles, sino únicamente con la literatura, que no tenía que explicar nada ni estar atada ni responder a nada que no fuera a ella misma”. En su repaso por los escritores fundamentales, precisó que Raymond Carver “nos abrió los ojos y nos enseñó a mirar los lugares más desapercibidos, hacia los momentos más aparentemente insignificantes”; y que la fuerza y sensibilidad de Juan Carlos Onetti “se manifestaban sobre todo en los verbos y adjetivos, siempre dolorosos y extraordinariamente bien puestos”. La generación de Hasbún llegó a la conclusión de que había que escribir como Carver y Onetti, “escritores fundamentales, cuando aún éramos muy jóvenes y demasiado tristes, que cimentaron nuestra sensibilidad”.
El rompecabezas de estímulos musicales se completó con Leonard Cohen, Nick Drake, Elliott Smith, Radiohead, Pearl Jam, Soundgarden y Nirvana. Pero también el cine de Antonioni, Herzog, Wong Kar-Wai, Cassavetes, Kiarostami y Hou Hsia-Hsien. Y Bolaño, “que nos fascinaba y nos derrumbó la vida”, Coetzee, Beckett, Kafka, Proust, Philip Roth, Javier Marías y Amos Oz. “Y también quisimos mucho a Piglia y al inmenso Saer. Y a Edmundo Paz Soldán, que nos abrió puertas, y a Quiroga Santa Cruz, Urzagasti, Sáenz –enumeró–. Pertenezco a una generación de escritores dispersa, cuya genealogía escapa incluso a ella misma; a una generación que descree de fronteras entre tradiciones nacionales, géneros, entre expresiones artísticas de distinta naturaleza. Una generación de escritores que no se siente atada a obligaciones de ningún tipo, al fin, y que niega cualquier noción que pueda restringirla. Una generación muy liberada y muy libre, pero al mismo tiempo, inevitablemente, difusa y confundida. Por eso quisimos ser muchas cosas, músicos o cineastas o fotógrafos o cronistas, todo a la vez, y por eso fracasamos tanto.”
“Estoy contento de estar entre amigos y emperadores romanos”, dijo Andrés Neuman, mientras observaba el imponente salón. En una “charla improvisada” sobre literatura y música, el autor de Una vez Argentina y Alumbramiento, siguiendo al poeta y aforista norteamericano Wallace Stevens, señaló que “la poesía aumenta la sensibilidad para la realidad, es un mecanismo de visibilidad y audibilidad”, y que la música “nos transfiere de un conocimiento a otro, de una emoción a otra”. Entre escritores, poetas y músicos, Neuman fue armando un delicioso montaje con sus primeras experiencias literario-musicales. Después de recordar el libro de fábulas de Esopo, el escritor puso la canción La vaca estudiosa, de María Elena Walsh, “una poeta y cantautora argentina que educó a varias generaciones de padres que fingieron ponerles música a los hijos”, bromeó. En la adolescencia de Neuman irrumpió el placer por el terror y la sangre de la mano de Poe. “Madres, no se preocupen, se pasa... a veces”, ironizó el escritor, y agregó que “Mr. Jones”, de Sui Generis, “era una canción bestial que cantaba a gritos con mis amigos”. Hacia el final del tema, el rock consiguió quebrar la atildada formalidad del moderador boliviano Roberto Barbery, que tomó el micrófono y se animó a cantar a dúo con el escritor argentino “si somos una familia muy normal...”
De El cuervo de Poe a Viaje de invierno, el ciclo musical “más conmovedor de Schubert”, sobre poemas de Wilhelm Müller, que Neuman tradujo en El acantilado, del cuentista mexicano Juan José Arreola a Henry James y Kafka, el escritor se detuvo en una pasión adolescente que no pudo perder. “La fiebre por The Beatles es cada vez peor”, admitió. Y eligió dos canciones por sus personajes femeninos: “Eleanor Rigby” y “Lady Madonna”. Después leyó Muchacho, de la poeta cubana Carilda Oliver, y llegó la hora del 2X4. “El tango te derriba y después te consuela”, opinó. El público escuchó, derribado e impresionado, “Naranjo en flor”, versión de Goyeneche. Y llegaron los postres: poemas y sonetos de Vallejo, Quevedo, Lorca y Rilke. Barbery, que siempre tiene en la punta de los labios una cita de Borges, comentó una observación que hizo el autor de El Aleph. “La diferencia entre la crónica y la poesía se advierte cuando se compara a un periodista con Virgilio. Para el periodista, Troya fue destruida; para Virgilio, Troya fue”, concluyó.
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