Sábado, 25 de octubre de 2008 | Hoy
LITERATURA › ARIEL MAGNUS HABLA DE MUñECAS, SU NUEVO LIBRO
El libro nació de una anécdota real que le sucedió a Magnus en Alemania, con una fracasada fiesta de cumpleaños: ése es el origen de la agitada noche que viven el protagonista y la bella Selin, salpicada de diálogos intensos.
Por Silvina Friera
Hace unos años, en Berlín, Ariel Magnus fue invitado al cumpleaños de una persona que conocía poco. Quizá como el protagonista de su nueva novela, el solitario y fóbico bibliotecario de Muñecas (Emecé), el escritor podría decir que “escapar con éxito y sin llamar la atención a las pocas invitaciones que recibo es mi arte”. Pero por algún motivo que ahora no recuerda, decidió ir a la fiesta. Lo primero que vio al entrar a la casa fue una foto del entonces canciller alemán Gerard Schroeder y comida para un batallón. Pero no llegó nadie, excepto Magnus y su mujer. Esta anécdota le sirvió como punto de partida para escribir una novela sobre la soledad. Entonces imaginó a una suerte de ermitaño ateo, al que no le interesa estar en contacto con la naturaleza, ni conocerse a sí mismo, que acepta la invitación de Selin Sürginson, una chica que acaba de conocer en la biblioteca donde trabaja. El bibliotecario, un hombre joven, lleva diez años viviendo en Alemania, en Heidelberg, ciudad que eligió para cumplir su sueño de vivir en soledad. No tiene ningún gran objetivo, ningún plan, no quiere transmitir nada ni salvar a nadie. A pesar de su manifiesta aversión por las reuniones sociales, asiste al cumpleaños de Selin, la mujer más hermosa que había visto en su vida, con facciones de muñeca y cuerpo de maniquí. La anfitriona y el bibliotecario entablan un diálogo por momentos fascinante, que comienza para llenar el vacío de la espera, y se extiende incluso más allá. Selin le ofrece acercarlo hasta su casa y descubre que el bibliotecario es un vehemente coleccionista de muñecas sexuales que respiran, se les calienta el cuerpo y hasta menstrúan cada 28 días.
Magnus, un fanático confeso del silencio, abandonó los ruidos de su departamento de Coghlan, sobre todos los tacos insoportables de su vecina de arriba (ver la ficha), por la calma de su flamante casa en El Hoyo, un pueblo ubicado en la Cordillera de los Andes, al noroeste de la provincia de Chubut, muy cerca de El Bolsón, el lugar por excelencia de la fruta fina –frambuesas, cassis, moras, arándanos, cerezas, frutillas y guindas, entre otras–, la principal actividad económica que se desarrolla en granjas y chacras de la zona. “Me interesó que el personaje fuera un tipo solo, por eso pensé en un bibliotecario –cuenta el escritor a PáginaI12–. Aunque la anécdota me pasó en Berlín, la novela transcurre en Heidelberg porque tiene unas bibliotecas alucinantes. Ahí agarrás un cuento de Borges, cosa que hice cuando llegué, anotás todos los autores que aparecen citados en el cuento, vas a la biblioteca y encontrás todos los libros y ¡te los llevás a tu casa!. Entonces me pareció natural que el personaje fuera bibliotecario.” El escritor plantea que el protagonista de Muñecas (que obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Breve Juan de Castellanos, otorgado por Colombia, en 2007) no es un tipo extraño por el hecho de que viva con muñecas. “Al principio lo tomé como un alter ego mío si me hubiera quedado solo. Y quizá termino viviendo como ese personaje. No siento que sea tan extraño, no creo que tenga una vida muy distinta de la mía. Igualmente sé que es fácil hacer un encomio de la soledad cuando estás casado, cuando vivís con la mujer que amás... Una cosa es elegir la soledad, pero cuando se te viene encima, es lo peor que te puede pasar.”
–¿La soledad del escritor es elegida?
–No sé si todos los escritores son solitarios, hay muchos que los ves y te preguntás: “¿Cuándo escribís, guacho?”. Están de joda todo el tiempo. A mí no se me ocurre la escritura sin soledad, es un acto solitario, aunque hay escritores que les gusta escribir en bares. No sé qué viene antes: si el deseo de soledad o el deseo de escritura. Creo que el de la escritura, porque si no la escritura sería una forma de estar solo.
–La extranjería del personaje es algo que en la novela aparece subrayado por los pocos alemanes con los que se vincula. ¿A usted también le hacían notar esa extranjería?
–Sí, y eso que yo me veo como un alemán –y si me saco la barba hasta como un nazi–, hablo alemán, tengo pasaporte alemán y te lo hacen notar siempre, a veces con buena onda; no digo que siempre te lo subrayen de mala manera. Muñecas es una novela sobre Alemania, no sobre mi experiencia personal, pero sí sobre algunas cosas que se condensaron cuando viví en Berlín.
–¿Por qué en Alemania preguntan tanto de dónde viene una persona?
–Para responder tendría que ser sociólogo. Yo puedo observar lo que hacen, pero no sé si puedo definir por qué. A veces lo hacen con buena onda, es un interés por saber de dónde venís, una especie de welstanchaung abierta a la que te incorporan según de dónde seas. Ese sería el modelo más inocente, que también se puede volver rudimentario, porque te pueden preguntar cuándo te volvés, pero sin que se den cuenta de que es una pregunta mala onda. Después están los que te lo preguntan con inquina porque sos latino. Yo estuve en contacto con gente que te lo preguntaba con buena onda, aunque a veces se ponían un poco tajantes. Un argentino podría hacer esa misma pregunta: qué hacés vos acá, andate a un país en serio (risas). Cuando decía que estudiaba literatura española, me preguntaban qué hacía estudiando literatura española en Alemania, por qué no estudiaba acá. Entre los programas preferidos de los alemanes están Gran Hermano y American Idol, programas que rechazan a la gente de la casa o de un concurso. Echar gente es un placer que está en el genoma hermano y humano de los alemanes.
–¿Lo más difícil de aprender de un idioma es el tono, como plantea el protagonista de la novela?
–Sí, creo que sí. Es como cuando estás aprendiendo a manejar: estás con la primera y la segunda y no podés largar el embrague. El problema es manejar, pero cuando vos estás con la primera y la segunda, lo de manejar es una cosa que está lejos. En ese sentido, sin aprender a destrabar el embrague no se puede aprender a manejar. Lo más difícil de aprender de un idioma, en un principio, es la gramática, el vocabulario. Pero es como les pasa a los escritores cuando no publicaron, que piensan que lo más difícil es publicar. Una vez que publican se dan cuenta de que lo más difícil es que alguien los lea, que sus libros se vendan, que les hagan una crítica, que pase algo con el libro... Lo más difícil es aprender un idioma, pero una vez que lo aprendiste –como en mi caso el alemán, que lo aprendí de chico–, lo que parece una tarea de por vida es enganchar el tono. Yo soy bastante irónico cuando hablo y los alemanes se me quedaban mirando porque les causaba cero gracia. Cuando pudiste hacer un chiste en un idioma, ya lo dominaste, llegaste a un nivel profundo.
Magnus admite que el personaje le sirvió de excusa para pensar el tema de la soledad. “No quería que fuera un fanático de la soledad puro, un escritor o un artista que ve en la soledad una misión y se encierra para hacer algo. El personaje de la novela persigue la soledad por la soledad misma, no es un misántropo, no odia la humanidad ni nada por el estilo. Simplemente le gusta estar solo. La soledad del artista o del monje es mi soledad, es la soledad como yo la entiendo, como la puedo concebir. Pero la soledad del escritor me aburre mucho.”
–El bibliotecario dice que “ser escritor es lo mismo que estar muerto”, que un escritor es “un par de libros en un anaquel”. ¿Su definición del oficio se acerca a la que propone el personaje?
–No sé por qué puse eso... Me gusta crear personajes que tengan cosas mías pero que después sean todo lo contrario. Yo quería un tipo al que le gustara la soledad pura. La idea del personaje es que su soledad es tan preciada, un fin en sí, que no le interesa nada de lo que venga después. Así como la trascendencia en un escritor “normal” le da un plus a ese presente placentero de escribir, para el personaje, que haya una trascendencia es la idea aristotélica del fin y el medio. La idea de que haya algo más, que se supone que es más importante, le quita fuerza a ese presente de soledad. El personaje es un poco sofista. No es que esté de acuerdo con esa idea de que el escritor es una persona muerta. Vivo el presente escribiendo, pero quería hacer un contrario para pensar la soledad a fondo. Una cosa que comparto con el personaje es el hecho de comprometerte con algo y a último momento decir “no”; el placer morboso y cruel de decir “me quedo en casa leyendo”, no salgo. La idea es que un tipo así es un peligro, mucho más que un terrorista. Un terrorista te pone una bomba y te hunde la sociedad, pero un solitario te la destruye. El personaje dice en un momento que la sociedad preferiría que matara a alguien así lo meten en la cárcel y entonces sí es un malo. Pero si se encierra y no hace nada y para colmo es feliz, la sociedad no lo entiende.
–Usted suele decir que no planifica sus novelas, que se deja llevar. Sin embargo, tanto Muñecas como Un chino en bicicleta justamente tienen una estructura que da la impresión de algo muy calculado y controlado.
–Que no planifique mis novelas no quiere decir que no sea un obsesivo que busca que todo cierre, que tenga todas las antenas puestas para que mi historia sea lo más perfecta posible, perfecta en el sentido de cerrada. Yo quiero hablar sobre la soledad y me parece que plantear que un tipo solitario va a una fiesta donde no hay nadie, me da mucho terreno para explorar el tema. Y empiezo a acumular ideas sobre la soledad, y después el libro me va llevando a situaciones que me sirvan para la historia. Por eso las muñecas, por eso Selin va a la casa de él, por eso era importante que saltara el pensamiento de ella, y quizá por eso da la sensación de que está planificada de antes, porque sé perfectamente de lo que quiero hablar, pero no sé lo que va a pasar ni me interesa mucho. La historia es una excusa para hablar sobre el tema que me interesa.
–Hacia el final de la novela, Selin parece cosificada por el bibliotecario. ¿Por qué optó por este desplazamiento en donde pareciera que se termina cosificando a la mujer?
–En la novela se jode con la metamorfosis al revés. No es el tipo que moldea una estatua, que luego cobra vida, sino una mujer que termina convirtiéndose en una muñeca, y queda picando la idea que el bibliotecario conquistó a todas esas muñecas, que son mujeres de verdad. Para mí Selin es un personaje mucho más encantador que él. Pensar que ella se termina convirtiendo en una muñeca es demasiado mágico, aunque está sugerido. Pero tiene que ver con el movimiento que hace él... si alguien me plantea que se termina cosificando a la mujer, para mí no. Pero si alguien dice que Selin termina convirtiéndose en una muñeca y eso es una cosificación, okey, no tengo nada que decir. Pagaré mi pena, al hoyo (risas).
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