HUBO APLAUSOS PARA EL ARTISTA, DE GASTóN DUPRAT-MARIANO COHN
Fue la primera película argentina exhibida en la Competencia Internacional, donde se lució Aruitemo aruitemo, de Hirokazu Kore-eda. En la sección Panorama se pudo apreciar el “renacimiento” de Takeshi Kitano, a través de Aquiles y la tortuga.
› Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
“Si yo expongo este teléfono en una galería de arte, ¿es arte?”, se pregunta, como un Duchamp improvisado, el protagonista de El artista, primera película argentina en Competencia Internacional de Mar del Plata, recibida con una salva de aplausos en sus tres funciones del fin de semana. Por una de esas coincidencias que a veces se producen en los festivales, al mismo tiempo, en otras salas y otra sección (Panorama), se presentaba Aquiles y la tortuga, donde Takeshi Kitano también se pregunta qué es un artista. O si se puede ser un artista de verdadero talento y construir una carrera hecha de fracasos. Si Aquiles y la tortuga representa la resurrección a toda orquesta de su realizador, tras un largo período de baja creativa, otro film japonés, Aruitemo aruitemo, de Hirokazu Kore-eda, apunta para ser uno de los picos más altos de la Competencia Internacional de la 23ª edición del FicMdP.
Primer film de ficción del tándem Gastón Duprat-Mariano Cohn (autores del recordado programa Televisión abierta), El artista está protagonizado por otro tándem, de origen tan tangencial al cine como los propios realizadores. El cantante retromelódico-camp Sergio Pángaro es Jorge, enfermero a cargo de un artista plástico senil (el mítico escritor Alberto Laiseca, que supo protagonizar un popular micro televisivo creado por Cohn-Duprat). A partir de un momento, como sin querer y aprovechando que el otro está semivegetativo, el enfermero usurpa su obra, convirtiéndose de la noche a la mañana en la nueva sensación del mundo del arte. Destilando ironía sobre el mundo de los museos y galerías (al que muestra como un planeta snob de críticos engolados, curadores ególatras, galeristas vampíricos y colados de vernissage), Cohn y Duprat observan al usurpador, sin tratarlo como tal. Por más que manipule y usufructúe al impotente en silla de ruedas, el Jorge de Pángaro (un debut actoral para tener en cuenta) parece, como el Peter Sellers de Desde el jardín, un ser cuasi virginal que surfea, con total impasibilidad, esa extraña conspiración de las circunstancias.
“Soñaba con ser un artista, aunque tal vez haya nacido para eso: para soñar”, se anuncia al comienzo de Aquiles y la tortuga, y las dos horas siguientes exponen el curioso, trágico, cómico, incomprensible destino del protagonista, que como Aquiles, no puede alcanzar a la tortuga, siendo el dueño de los pies más ligeros del mundo. Kitano se acoge al formato de la biografía cinematográfica para narrar ese paradójico destino, desde la infancia hasta la veteranía, interpretando él mismo al artista, en la última etapa, y pintando de propia mano todos sus cuadros. A diferencia de sus dos películas anteriores, donde daba la impresión de buscarse sin encontrarse, mordiéndose la cola de la autorreferencia, el nuevo Kitano es una película de renacimiento, curiosamente llena de muerte. El protagonista fracasa una y otra vez, sumándole al rechazo desgracias, suicidios, accidentes mortales y sordideces de todo tipo (incluyendo el empujar a la prostitución a su hija, para conseguir plata para pintura). Sin embargo y con tal de alcanzar su imposible deseo, el tipo no para de inventar (o eventualmente copiar) formas artísticas. Como lo hace Kitano. Despiadado, el realizador de Flores de fuego no duda en mostrar a su doble como monstruo egoísta y repulsivo. Pero dueño, a la vez, de una potencia creativa inusitada. Desternillante y tristísima, amarga y naïve, viciosa, cruel y encantadora, Aquiles y la tortuga es una especie de ciclotrón cinematográfico, que vuelve a colocar a su autor en el lugar de cineasta imprescindible que parecía haber perdido.
Nada más distinto a la caja de Pandora del nuevo Kitano que la transparencia, se diría inalterable, de Aruitemo aruitemo. Pero la muerte, los fantasmas, el riesgo de disolución, jamás dejan de subyacer bajo la aparente calma, como de un eterno domingo de verano, en el que la nueva película de Hirokazu Kore-eda (el realizador de After Life y Nadie sabe) parecería desarrollarse. Como todos los años, una familia se reúne, en la casa de campo de los padres, para celebrar un nuevo aniversario de la muerte del hermano mayor, fallecido cuando intentaba rescatar a un accidentado. Muy al estilo japonés, no hay en ese recordatorio llantos ni tristeza, sino una gentil placidez, poblada de amables sonrisas, bromas, chistes y una buena dosis de chusmerío familiar y vecinal. Un desborde de colorida humanidad, que podría suponerse más propio de una película italiana que de una proveniente del país de Yasujiro Ozu. Pero el modo en que Kore-eda observa, con largos, calmos y fluidos planos-secuencia y desde una única posición de cámara, no puede sino recordar el estilo del fundacional autor de Historias de Tokio. Perla reluciente, tal vez Aruitemo aruitemo logre revertir el raro destino que le cupo en San Sebastián, donde siendo favorita de todos se fue sin ningún premio.
En la Competencia Latinoamericana, un film mexicano volvió a llamar la atención, como ya había sucedido en la primera jornada con Voy a explotar. Opus dos de Amar Escalante, de quien en el Bafici se había visto Sangre, Los bastardos confirma a este joven cineasta mexicano como artista de la conmoción. Ahora se trata de dos inmigrantes ilegales en Los Angeles, que sobreviven como trabajadores golondrina, a los que alguien contrató para cometer un crimen. La víctima es casi inexplicable: se trata de un ama de casa separada, depresiva y con problemas con su hijo adolescente, a la que se supondría más cerca del suicidio que de un crimen por encargo. Claramente dividida en dos mitades, Los bastardos pasa de la dura crónica social del comienzo a una encerrona, en la casa de la mujer, donde el tiempo parecería congelarse, en espera de una resolución que se intuye inevitable. Aun así, será mucho más brutal de lo esperado. Como lo hacía en Sangre, Escalante observa todo de modo distante e implacable, con planos fijos de larga duración, sequedad de tono y enormes encuadres en scope. En ellos el tiempo parece pesar, como una inminencia densa y larvada. La falta de piedad de Escalante puede resultar discutible. Su talento para la puesta en escena, no.
* Aruitemo aruitemo se verá hoy a las 19 en el Teatro Auditorium, y mañana a las 15 en el cine Ambassador 1. Los bastardos, por última vez hoy a las 13.15, en el cine Del Paseo 3.
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