RECITAL DE JUDAS PRIEST EN EL ESTADIO LUNA PARK
La legendaria banda británica tenía para mostrar su CD más reciente, Nostradamus, pero alegró a las huestes heavies con una lista de temas poblada de clásicos indelebles. Rob Halford trascendió su rol de frontman para convertirse en un verdadero maestro de ceremonias.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Cuando Rob Halford anticipó que el nuevo trabajo de Judas Priest sería un disco doble en clave de ópera acerca de Nostradamus y sus profecías, los fans de todo el mundo prendieron la luz de alerta. ¿Otro volantazo inesperado del grupo inglés? Lo cierto es que la polémica ha quedado para otro momento: los cinco de Birmingham tomaron su reciente material apenas como excusa para darse una vuelta al mundo con sus clásicos inoxidables (más algunas gemas) y mostrar que todavía les queda algo de pólvora en el cañón.
Ya habían amagado con un álbum conceptual a mediados de los ochenta, pero el intento no prosperó y, de esa experiencia, quedaron las nueve canciones de Turbo (1986) y un excedente repartido discretamente en discos posteriores. Hoy, evidentemente más maduros que en aquel entonces, se sacan el gusto con Nostradamus y postergan su presentación (con puesta en escena, cuerdas, vientos: a toda orquesta, literalmente) para cuando jueguen de local.
En esta gira sudamericana que los trajo al Luna Park el sábado y domingo pasados, las prioridades fueron las de un grupo legendario preciado de tal que viene una vez cada tanto: tocar algunas que sepamos todos, ofrecer algunas perlas y dejar una buena imagen ante sus huestes. Judas respetó ese libreto, pero también le agregó un particular esmero escénico y supo vender su nuevo disco en la dosis justa y necesaria. Así, comenzaron con “Dawn of creation” y “Prophecy”, mientras Halford ascendía de capa plateada y bastón por una tarima lateral sobre la cual masculló sus primeras estrofas como un auténtico profeta. Al turno de “Death” (el otro estreno) el cantante atravesó la misma puerta, desde la que luego haría rugir la infaltable Harley Davidson, con un trono bordeado de calaveras. Lo demás fue un repaso de la carrera a partir de Sin after sin de 1977 (“Dissident agresor” y “The sinner”), salteando los discos grabados en ausencia de Halford, aunque siempre con un auténtico Nostradamus de ojos destellantes sobre el telón de fondo. Salvo la balada “Angel” (de Angel of retribution), fue una hora y media del Judas más pesado. Ni Michel Peyronel y su prolijo peinado de platea pudieron contener la agitación ante el tándem de “Breaking the law” y “Hell patrol”, donde el Luna se desató en un pogo aún mayor que en el de “Painkiller”.
En 2001 habían venido con Tim “Ripper” Owens en voces y en 2005 lo hicieron en el marco del festival Monsters of Rock, así que esta primera visita en soledad con su formación más célebre les permitió estirar un poco más la cuerda (o la cadena) y desempolvar algunos olvidados de sus shows en el primer mundo, como “Between the hammer and the anvil” e, incluso, “Rock hard, ride free” y “Eat me alive”, ambos de Defenders of the faith (1984), en donde K.K. Downing y Glenn Tipton se alternaron el protagonismo con el cortejo de un Halford que trascendió su rol de frontman para convertirse en un verdadero maestro de ceremonias. Un tanto excedido de peso para la vestimenta que elige e incluso algo demagogo a partir de los tribunerismos de ocasión como el flameo de la bandera local y el pedido de coritos, pero definitivamente inagotable al cabo de tres décadas en las cuales se consolida como un referente del heavy aun cuando prefiere sacar la lengua sutilmente a hacer los cuernitos con la mano (¡el legendario maloquio!) y sus movimientos sobre los escenarios lo asemejen más a un bailaor flamenco que a un headbanger del más sucio metal.
Por supuesto, no faltaron los clásicos de siempre como “Electric eye”, “The Green Manalishi (with the to-pronged crown)”, “You’ve got nnother thing coming” y la consabida motocicleta a la hora de “The hellion” y “Hell bent for leather”.
En materia de heavy metal y hard rock, la Argentina tuvo este año un aluvión de visitas como pocas veces se tenga memoria. Iron Maiden, Megadeth, Korn, Whitesnake, Queensryche, Ozzy Osbourne, Black Label Society, Sonata Arctica, Marduk, Mötley Crüe, Destruction, Symphony X, Paradise Lost y otras tantas ofertas integran una lista extensa y variopinta.
Judas Priest vistió de cuero al metal cuando estaba en pañales, bajó un cambio con Point of entry (1981) tras el suceso de British steel mientras el género aún estaba en formación y, luego, lo refundó mientras el glam amenazaba romper filas. En esas alteraciones se debatió a lo largo de toda su carrera a partir de la declarada homosexualidad de Rob Halford (¿un gay en el metal? ¡Qué horror!), de su intento de suicidio, su partida y su regreso, de las reconocidas concesiones discográficas, de haberle cedido uno de sus clásicos a una campaña publicitaria de Burger King, de haber sobrepasado un absurdo juicio por contenidos subliminales e incitación a la muerte y hasta de haber considerado la posibilidad de grabar un tema junto a Julio Iglesias. Por poco menos de eso, muchos se quedaron en el camino. Ellos, aun con las heridas del tiempo, se mantienen en carrera y vinieron para contarlo.
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