Sáb 13.12.2008
espectaculos

LA PRESENTACIóN DEL LIBRO EL CASO FERRARI EN LA BIBLIOTECA

“Trabajamos como detectives”

El periodista Horacio Verbitsky, el crítico Noé Jitrik y la historiadora del arte Andrea Giunta acompañaron a León Ferrari para presentar en sociedad un libro fascinante, que reconstruye la dinámica que movió aquellos días calientes de 2004.

› Por Facundo García

A fines de 2004 se montó en el Centro Cultural Recoleta una muestra que resumía cincuenta años de producción artística de León Ferrari. Fue el principio de un torbellino que convocó a setenta mil espectadores, sacudió a la Iglesia, dio lugar a casi mil notas de prensa, provocó cientos de mails de rechazo y apoyo, originó una solicitada de defensa con más de dos mil ochocientas firmas y despertó debates jurídicos casi sin precedentes. Esas repercusiones acaban de publicarse en El caso Ferrari (Licopodio), un libro que se presentó el jueves en la Biblioteca Nacional durante una charla en la que el principal responsable del revuelo estuvo acompañado por la historiadora del arte Andrea Giunta, el periodista Horacio Verbitsky y el crítico Noé Jitrik.

Giunta, la curadora de aquel hito, rompió el hielo comentando cómo fue la compilación: “Era tal la cantidad y la calidad de material que habíamos reunido que teníamos la certeza de que valía la pena armar este trabajo. La idea es que el lector pueda ir entrando en la dinámica que tomaron los acontecimientos y vea cómo fueron variando los ejes”. Hasta ahora, nadie se había ocupado de clasificar el caudal de derivaciones que trajeron aquellos cuarenta días febriles. “Creo que fue una instancia histórica, en la que la palabra ‘arte’ se vio discutida como nunca en este país”, añadió la investigadora del Conicet.

En las más de quinientas páginas finamente encuadernadas pueden consultarse artículos, correos que se enviaron a la casilla del centro cultural, resúmenes de lo que se dijo en la TV y fotografías, entre otros recursos. “Fuimos conectando los hechos como detectives –recalcó Giunta–, y encontramos que quienes pretendían combatir la muestra no eran personas aisladas. Hubo manos poderosas detrás de acciones que pretendían hacerse pasar como espontáneas. Por eso me parece importante que hayamos conseguido reconstruir eso, llegando incluso hasta hace unos meses, cuando las personas que destruyeron obras fueron condenadas a cumplir servicios comunitarios y a abonar una suma que León decidió ceder a la Comunidad Homosexual Argentina.”

Ferrari –que esta semana cumplió sesenta y dos años de casado– asentía en silencio. Más tarde recordó junto al resto de la mesa cómo, en uno de los pocos días en que pudo ir a ver su exposición –en aquella época era difícil que no lo reconocieran, para bien o para mal, por la calle– se le vino encima un admirador emocionado, que quiso agradecerle por haberlo librado “de la tortura de creer que había un infierno en el que las almas sufrirían por toda la eternidad”. Si bien el recorrido tenía una parte dedicada a la abstracción, el ojo de la tormenta estuvo en la veta política; con el famoso avión del Cristo crucificado, los collages sobre religión, política y erotismo y una atrevida serie de Infiernos en los que podía verse cómo ardían los santos. Hubo una clausura judicial seguida de una reapertura, desquiciados que quisieron destrozar todo y hasta amenazas acompañadas con afiches hitlerianos.

Por eso Noé Jitrik declaró que vale la pena estudiar los mecanismos que la “contra” usó en aquel momento para promover la censura. “¿Cómo apareció semejante reacción conservadora? Se trató de una acción que hasta tuvo ribetes poéticos. Había nostalgia, con toda la carga suavemente poética que tiene ese término. Pero era una añoranza por los tiempos de dictadura. No debemos descuidar esa manera de reactivar la nostalgia, porque es de suponer que la vamos a volver a ver de acá en adelante”, analizó.

Verbitsky se internó por pasajes dicharacheros: “Yo creo que en el fondo este hombre es creyente. Me lo imagino mirando a su padre mientras confeccionaba frescos religiosos” (el papá de León Ferrari, Augusto, era arquitecto, constructor y pintor de iglesias). “Por otra parte, sólo un creyente puede haber integrado un grupo que le escribió una carta pidiendo al Papa la supresión del Infierno.” El columnista de Página/12 se refirió al volumen recién editado destacando que “es un regreso a lo que quizás haya sido el revuelo más grande que armó nuestro mayor alborotador cultural”. Y sugirió, entre risas: “Lo que me sorprende es que la visión sobre la Iglesia que él tiene se ha hecho muy radical con el paso del tiempo. ¿Será porque percibe que se le acerca el infierno?”.

Por último, el propio Ferrari salió a sintetizar su postura, a cuatro años de aquel furor que hizo necesario extender el horario de visitas de las salas hasta pasada la medianoche. “El infierno no existe. Es decir, es una cosa que nos han metido en la cabeza. No obstante, ahí adentro, en los cerebros de millones, es real y tiene consecuencias. Es una amenaza de tortura eterna que representa el súmmum de la intolerancia y ha movido a grandes tragedias”, lanzó. Luego, al encarar un balance sobre lo que fue la experiencia del Recoleta, recordó que “al principio fue una acción de arte. Enseguida se convirtió en un enfrentamiento contra el pensamiento retrógrado y la Iglesia. Finalmente, tras las persecuciones legales, terminó siendo un combate por la libertad de expresión. Este libro actualiza y prolonga el significado de aquel episodio y sostiene la defensa de nuestro derecho a opinar y ser diferentes. Ah, y no quiero irme sin agradecer a (Jorge Mario) Bergoglio por haber escrito aquella famosa carta en contra de la muestra, porque hizo una contribución enorme a su publicidad”.

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