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Domingo, 4 de enero de 2009

ONICA.ORG TRABAJA CON CHICOS EN SITUACIóN DE RIESGO

Sueños infantiles que se empiezan a afinar en Do

En la fundación creada por el músico francocanadiense Levy Bourbonnais, el instrumento principal es la armónica, que los pibes aprenden a tocar y a querer. El proyecto es la obsesión de un artista que vendió todo lo que tenía para entregarse al trabajo social.

 Por Luis Paz

Ver a un pibe correr cuesta abajo por los pasillos de una villa tiene múltiples sentidos e implicancias con los que los creativos detrás de los avisos publicitarios de Puertas Pentágono se podrían hacer un festín. Parados desde aquella óptica, si se confeccionara una lista, sería extraño que el pibe que corre hacia aquel montículo de tierra, neumáticos y residuos, el sitio más alto de una villa en Unquillo, lo hiciera para que un francocanadiense le enseñara a tocar armónica. Pero el destino es real, es el certero cruce entre el camino de Levy Bourbonnais, que vendió sus pertenencias y emprendió una cruzada en Latinoamérica para acercar a niños y jóvenes al instrumento, y otra cruzada con pulso local: la de los habitantes más pequeños de los barrios más postergados por reinsertarse en una sociedad que los separó y sacó de todo lugar.

La idea original del proyecto, que tomó forma real en una fundación y forma virtual en el sitio Onica.org, surgió a partir de un intercambio de Bourbonnais, licenciado en jazz performance con armónica en la Universidad McGill (Canadá), con su amiga Josselyn Alvarado, relacionada por su trabajo social con instituciones civiles cubanas. A partir de aquel diálogo surgió la primera posibilidad práctica de realizar un taller de armónica en La Habana, en 2005, en colaboración con La FabriK y el conservatorio Amadeo Roldán.

En 2006, la iniciativa intervino en la realidad de un grupo de niños de la villa El Salvador, de Lima, y en la zona de Huanchaco, también en Perú. En las fotografías que documentan aquella estancia del proyecto se cruzan emocionantemente los rulos alborotados de Bourbonnais con la sonrisa de chicos que, en ocasiones, fueron entonces considerados útiles y productivos por un ajeno por primera vez en su vida.

Los talleres integrales llegaron finalmente a Argentina en 2006, en la localidad de Unquillo, en Córdoba, como un emprendimiento conjunto con cuatro asociaciones: el grupo comunitario Rosas y Espinas; la escuela Juan Bautista Alberdi, la Casa del Niño y el centro comunitario El Vagón. Allí, decenas descubrieron la producción musical. “Yo quería que aprendieran una canción, una sinfonía, pero me di cuenta de que para la mayoría, éste era el primer instrumento”, rememora Bourbonnais, que luego del episodio cordobés pasó de visita por Buenos Aires y se enamoró de todo lo que había por hacer.

Ya de regreso en Canadá, estrechó vínculos con una productora japonesa de armónicas, consiguió el apoyo de la Embajada de Canadá y otras instituciones de ese país y vendió todas sus pertenencias para entregarse al trabajo social a partir del arte musical, sin olvidarse de lo performático. “La armónica es accesible porque es barata, no precisa mucho mantenimiento y para los pibes tiene más onda que una flauta dulce”, explica el músico, matizando expresiones locales con su particular acento anglofrancés.

Con las valijas cargadas de diatónicas afinadas en Do, regresó a Buenos Aires en 2007 con un concierto a beneficio de una fundación que por entonces se inauguraba y que hoy ya modificó, en muchos sentidos, las realidades de cerca de 150 niños y jóvenes. “No me importa cuántos armen una banda, lo que me interesa es que todos tengan las mismas posibilidades de aprender un instrumento, de decidir si les gusta, de conocer la experiencia”, se posiciona Levy. Las dificultades no fueron pocas. En principio, no le fue fácil acercárseles. “Me hubiera sido más fácil si tocara cumbia”, ironiza, poniendo de manifiesto que “a veces la cumbia parece ser la única música que cabe en la villa”.

Cuando se enteró de la existencia de la Villa 31, quiso conocerla y, luego, interceder también allí. “Fue muy duro por la época, en noviembre, con el cambio de gobierno, las vacaciones por venir y el rumbo económico del país.” El panorama no fue mucho más cordial en Villa Castelli, La Rioja, ni en Parque Patricios, donde se realizaron los últimos talleres junto al Chela, un centro mediático latinoamericano que trabaja con personas jóvenes en situación de riesgo. “Sentí muchas diferencias entre Buenos Aires y el interior, que claramente tiene que ver con la demografía de cada lugar. La Capital es el retrato de la locura que en ella ocurre, con tanta gente y cosas moviéndose muy rápido, y eso dificultó armar cosas entre organizaciones”, reconoce.

En los talleres integrales que dicta Onica se enseña desde la interpretación del instrumento hasta la improvisación, pasando por los cuidados para el mantenimiento de la armónica, ejercicios de respiración y la instrucción en la tocata grupal. La mayoría de los chicos que asisten tiene entre ocho y doce años, pero no faltan ejemplos de participantes entre los cinco o seis y los dieciocho. Los pibes se apropiaron así de la teoría y la práctica musical y coronaron el aprendizaje con conciertos públicos a beneficio. Levy, por su parte, aprendió con gusto diferentes culturas y a enseñar. “No fue difícil porque tengo una pasión inmensa por el instrumento, pero existe esa idea del músico concentrado en su carrera y en performar, que no tenía que ver con esta movida. Fue un desarrollo paralelo a la función de maestro”, concede este armonicista, muy solicitado en la música contemporánea local.

Todas aquellas experiencias permiten hoy unificar en dos renglones el fundamento de la iniciativa: “Estimular la iniciación musical de jóvenes que viven en zonas carenciadas con la armónica como instrumento principal”. Y esto siempre entendido desde la música como expresión fundamental de la Humanidad y como elemento estrechamente relacionado con el desarrollo social constructivo en culturas de todo el mundo.

“En la Villa 31, por ejemplo, te encontrás con gente paraguaya, peruana o boliviana, además de con argentinos, y esa pluralidad te permite entender mejor lo que pasó en las crisis latinoamericanas”, destaca Bourbonnais. Pero para que este aprendizaje conjunto sea sustentable en el tiempo, él sabe que debe llevar Onica hacia lo exponencial, multiplicar los canales. En esa línea, en paralelo a los talleres para los más chicos, Levy intenta trasmitir sus conocimientos y pasión a los más grandes, futuros instructores.

Mientras que en Perú y en Cuba el apoyo de las organizaciones sociales hizo innecesaria la participación estatal, lograr una mínima expresión de voluntad, al menos, de las autoridades argentinas, se dificultó sobremanera. “Entiendo que tienen prioridades más importantes que este proyecto, pero a la vez preferimos la idea de mantenernos independientes, porque la plata necesaria para viajar la conseguimos por el gobierno de Québec y las armónicas por donaciones privadas, y porque los gobiernos en general se meten mucho en lo que hacés.”

Entretanto, la experiencia sigue en marcha por los pasillos de las villas latinoamericanas. La última parada fue en Parque Patricios. Levy terminó el taller siendo hincha de Huracán. Y los pibes, con la satisfacción de saberse productivos, con la alegría de la obra artística en marcha y con la certeza de que esa armónica diatónica afinada en Do que les cabe entre las manos podrá mañana hacer las veces de la pelota Pulpito que le permitió a Diego Maradona desmarcarse del estigma y sostener con orgullo que él también es un villero.

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Un grupo de pibes sentado en ronda en un montecito en una villa peruana, con Bourbonnais dándole a la diatónica.
 
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