Dom 25.01.2009
espectaculos

UN MAPA ARBITRARIO DE LOS ESPECTACULOS Y DE LA VIDA EN MAR DEL PLATA

Luces y sombras en el corazón de la temporada marplatense

› Por Facundo García

Tiene alrededor de sesenta. Ha sido linda. Y cuando caiga el sol no va a dormir bien. Su marido –que está al lado, sosteniendo con pinta de infeliz la toalla y el termo– le va a pasar un poco de crema en la espalda, que en un rato estará color cangrejo. Ella ya anticipó todo, hasta tiene la Dermagló’(sic) en la mano, de modo que prefiere no moverse del lugar que consiguió. Por ese túnel que tiene enfrente sale a saludar todos los días –a eso de las cuatro menos veinte de la tarde– Mirtha Legrand, y la anécdota de haberla conocido bien vale bancarse un par de rayos ultravioletas. Recién son las once, las escalinatas que están frente al Hotel Costa Galana se van llenando y marcan el primer jalón del día para una ciudad que ha hecho de la aglomeración estival una marca identitaria. ¿Qué espectáculos, qué artistas genera ese ovillo de personas buscando en dos, siete o quince días lo que no encontraron en todo el año?

Y otro enigma: por qué será que insisten en repetir la visita al mismo destino. Viendo a los caminantes de la peatonal, da la impresión de que cada cual se esfuerza por disimular las razones que lo llevaron ahí. La confidencialidad, no obstante, se cae a pedazos cuando las chicas deambulan disparando láseres con los ojos a los muchachos que responden similarmente y que –agárrense, mayores de treinta– ya se han depilado convenientemente el pecho para estar a la última moda. Vacaciones: oportunidad para un baño, y no sólo de agua. Los brazos, las ingles y las panzas que sufrieron once meses frente al escritorio o el taller persiguen con voluntad casi autónoma un chapuzón de vida. Por eso los teatros, y el impulso de soltar carcajadas aunque las bromas no den risa. Por eso los culos y las tetas tamaño Godzilla en los carteles de las avenidas. Por eso la expresión perdida del padre que carga baldecito, palita y tres o cuatro pibes, y que sin embargo se concede una milésima de segundo para mirar a María Eugenia Ritó en un afiche, olvidarse de los niños y pensar que, después de todo, a él también podría llegarle un milagro de verano.

Los Mirthos

Los Mirthos van cayendo de a dos o tres, y enseguida se dividen en escuadrones que confeccionan cartelitos para poner frente a las cámaras. No es raro que almuercen ahí mismo, en las escaleras que dan a Playa Grande, sin Mirtha y al fragor del mediodía. A medida que se acerca la hora en que la diva sale a saludar a sus incondicionales, una excitación se les va colando en los gestos y en los comentarios cortitos, progresivamente ansiosos. En tiempos en que la cautela y los bolsillos flacos hacen que el receso de miles no sea más que un fin de semana largo, ellos optan por clavarse ahí. Debe tener su importancia.

“Eh, gil, ¿a dónde vas? Lo que hacés es una falta de respeto”, se queja Martín, un grandulón con bigote de mexicano. “¿Por qué es tan importante?”, atina a consultar el cronista, que avanzaba entusiasmado. “Quiero que las fotos salgan bien, porque si no allá en Catamarca no me van a creer que la vi”, se ablanda él. Cerca está María Teresa, la novia del falso charro, que desarrolla el concepto: “Cuando volvamos, seguro que nuestras familias van a querer tomar unos mates y que les contemos cómo es”.

Son cronistas, entonces. Volverán a sus Misiones, Catamarcas y Jujuyes a sentarse en la mesa y confirmar si la Chiqui es elegante o no; con doble mérito si lograron poner su cartel delante de los demás. A las tres y pico están todos mandando mensajitos de texto, o llamando a sus familias para pedirles que “prendan la tele” y se fijen si los distinguen. Hay una suerte de simulación cosmopolita en ese apretujamiento de acentos que se pegotean en diez metros cuadrados. “No, pero pará, yo la admiro como intelectual –se desmarca sin atisbo de ironía Valeria, de Mercedes, Corrientes—. Como a mí también me gusta leer, la sigo permanentemente.” Mientras, Verónica, de Capital, pide ayuda para convencer a su hijo y a su marido de que se banquen los minutos que restan para que salga la conductora. “Ey, vamos a mirar a un famoso ¡y gratis! –arenga–. Vamos a ver si es tan pituca como la muestran.”

Los carteles están en letras grandes, a veces a pura birome. Al final sale la ídola y parece que hubieran aparecido Los Beatles. Los letreros más chiquitos mueren ante las cámaras, fagocitados por unos cartelones descomunales que surgen nadie sabe de dónde. A unos pasos bailan Carla Conte, Los Midachi y Francisco De Narváez, que en su papel de invitados se zangolotean sacadísimos al ritmo de “El símbolo”. De Narváez mueve la cadera y tararea “con movimiento sexy/¡uh! /este ritmo nuevo que traigo para ti”. Resultado: ovaciones que se mezclan con gritos de “¡garca!”.

Paulatinamente, el embudo de la fama se hace más estrecho y el ensueño se escurre. La escalinata queda desierta. En el suelo, los carteles siguen mostrando esas letrotas en caligrafía ingenua, nacidas con la modesta pretensión de que alguien diga al aire que tal persona estuvo ahí, que existe y que chilló hasta desgañitarse para salir de ese anonimato que siempre terminará ganando.

Los tontos y los independientes

“Temporada alta en La Feliz” significa que hay que esperar para cenar, para comprar en el supermercado y sobre todo para ingresar en el teatro. ¿Cómo, no era que la temporada venía medio decaída? Seguro, lo que sucede es que no hay crisis que pueda con Francella ni con Suar; ni con las curvas del teatro de revistas. Si eso no alcanzara para poblar las filas, aún quedarían los que se meten en ellas para afanar. Sí: los comerciantes juran que hay una especie de ratero en pleno auge, el “colero”. “No te guíes por el largo de las hileras para averiguar quién convoca más. Hay varios que se hacen los que están haciendo cola, se quedan parados ahí y te afanan toda la mercadería que está en la vereda”, se enerva Carolina, que –percha en mano– ha decidido cumplir el rol de vieja vigilante.

Las entradas más requeridas son las de La cena de los tontos, y el Teatro Corrientes (Corrientes 1760) les ha puesto horarios por el campeonato: de miércoles a sábado a las 21.30 y 23.30, y los domingos a las 21 y a las 23. La obra regresó a nueve años de su estreno en Buenos Aires, y comprobar que la gente quiere verla es alentador porque es un texto que apuesta a mecanismos teatrales más refinados que el mero enredo; amén de contar con Francella, que anda inspirado en su labor de actor y director. La cena... cuenta la historia de un grupo de amigos que se junta todos los miércoles bajo la consigna de que cada uno lleve al individuo más salame que sea capaz de contactar. Pablo (Suar) invita a su departamento a Francisco (Francella), un tonto que “le han recomendado”. Lo quiere conocer, a ver si da para utilizarlo en el juego. Y ahí se desata una entretenida seguidilla de diálogos que no para hasta el final.

En otra tónica, una vertiente que viene en ascenso es la relacionada con los temas históricos. A esa tendencia pertenece El evangelio de Evita, con Alejandra Darín y Juan Vitali, que carga de intensidad las tablas del Teatro Radio City (San Luis 1752) los lunes y martes a las 22.30 y los viernes a las 21.45. En similar línea está La tentación, con Juan Palomino y Raúl Rizzo, que recupera la figura de Manuel Dorrego y está los lunes y martes a las 22 en la sala Roberto J. Payró del Teatro Auditorium (Bv. Marítimo 2280). Ambas son buenas, lo que no borra la sensación de que falta una oferta alternativa más variada.

Lógicamente, no todo el mundo tiene el bolsillo acorde con las boleterías. Las calles están llenas de artistas que hacen alusión al problema y promocionan el circuito independiente, protagonizado hasta cierto punto por los shows de transformistas y el vaudeville. Reynas o reyes está a las 22 en San Martín 2236. Otro centro neurálgico es el Enrique Carreras (Entre Ríos 1824), donde la compañía Zapping arma movidas los lunes a la 0.15, y los sábados y domingos a la 1. En caso de indecisión, lo mejor es consultarles a los propios marplatenses. Una de sus recomendaciones recurrentes es La suplente, unipersonal de María Rosa Frega que lleva ocho temporadas en cartel y representa una opción más ligada a la estética off. Sus funciones son en La Bancaria (San Luis 2069) los fines de semana a las 21, y los miércoles a las 23.

Los culos

Sin embargo –no jorobemos– el clásico de Mardel es la revista. La que más adeptos conquista es la de Carmen Barbieri, Vedettísima, que se puede presenciar en el Atlas (Luro y Corrientes) de martes a domingo a las 21 y a las 23.45. Es la menos política, pero se aboca a repartir lo que mejor sabe dar. Humor de Tristán, Matías Alé y sus boludeces, mucamas hot con acento paraguayo –¡cuando se terminarán esos estereotipos!– y al final todo el elenco prácticamente en bolas. Good show y un homenaje a la época dorada del género: la Barbieri hace monólogos autorreferenciales y homenajea a su padre y a su abuelo, reconociendo que la puesta es fruto de lo que aprendió de ellos. Y el final explota con Los Nocheros. Para una introducción al universo del conchero, viene bastante bien.

Más sutil es Deslumbrante, producida y dirigida por Miguel Angel Cherutti y Aldo Aresi. Bajo la dirección artística de Reina Reech, Georgina Barbarossa se ríe de sí misma con esa soltura tan suya; y la personalidad del polifacético Diego Reinhold brilla gracias a un humor inteligente que no abusa del insulto ni recurre a la genitalidad como remate obligado. Por su parte, Cherutti canta un par de tangos y hace imitaciones pasables para completar una propuesta que tiene bases sólidas en el uso balanceado de la tecnología y un cuerpo de danza que en vez de hacer acrobacias se preocupa por transmitir. Tiene un par de bajones, eso sí. Como cuando Cherutti “pide un aplauso para De Angeli” sin explicar del todo por qué. Igual es un detalle. Está en el Neptuno (Santa Fe 1750), de martes a domingo a las 21.15 y 23.30.

Danza con Cobos se ofrece en el Mar del Plata (Luro 2335) también de martes a domingo, a las 21.30 y 23.30. Nito Artaza amaga con hacer humor político y logra que uno se pregunte dónde diablos andará Pinti. El resto son chistes francamente malos, remados por una Gladys Florimonte que hace lo que puede y un Cacho Castaña que conoce al dedillo los resortes emocionales del barrio. Los concurrentes, hay que decirlo, se terminan enganchando. Pamela David está linda –tiene que ponerles más pila a sus desplazamientos– y hay una escena del espectáculo en la que reclutan a un señor del público para que actúe como “candidato” a levantársela. Generalmente eligen a un madurito con cara de gracioso. Lo visten de Mr. Músculo y lo suben a intercambiar palabras con la piba, que se lo lleva detrás de bambalinas. Su mujer y sus hijos lo miran irse desde las butacas y el tipo parece ausente, descolocado y alegre. ¿Con qué soñará esa noche, el pobre hombre?

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