Viernes, 13 de febrero de 2009 | Hoy
LA TETA ASUSTADA, DE LA DIRECTORA LIMEñA CLAUDIA LLOSA
El film peruano parece tener todos los ingredientes necesarios para seducir al público, la crítica y el jurado: una historia potente, una protagonista femenina de magnético encanto y una realización muy cuidada y profesional.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
A tres días de la finalización del festival, la competencia oficial de la Berlinale –que no ha cesado de oscilar en todas las direcciones posibles, sin una línea editorial medianamente clara– parece haber encontrado un candidato al Oso de Oro, o al menos a alguno de los premios principales. Se trata de La teta asustada, segundo largometraje de la directora peruana Claudia Llosa (33 años, limeña), que tiene todas las posibilidades para seducir no sólo a la crítica –que ya la premió con un aplauso en la función matutina de prensa–, sino también al jurado, presidido por la actriz británica Tilda Swinton e integrado, entre otros, por la realizadora catalana Isabel Coixet y el cineasta africano Gastón Kaboré.
Todo en el film de Llosa –que tres años atrás se dio a conocer en el circuito de festivales con Madeinusa– parece estar en su lugar: hay una historia potente, que vincula el pasado de violencia peruano con la dura realidad social actual; una protagonista femenina de gran belleza y de inspiración trágica; una serie de elementos folklóricos incorporados a la trama que hacen a la identidad cultural del país; y una realización muy cuidada y profesional, que contó no sólo con artistas y técnicos peruanos, sino también con un importante apoyo de la coproducción española.
El síndrome de la teta asustada, como se explica en las primeras escenas del film, para justificar la extraña, casi autista conducta de Fausta (interpretada por la cantante Magaly Solier), es “la enfermedad del miedo”, una enfermedad que se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas o maltratadas durante la guerra del terrorismo en el Perú. Desde el vientre materno, Fausta sufrió la violación de su madre y el asesinato de su padre, campesinos del norte del país. Ahora ya de muchacha, radicada en los tristes suburbios de Lima, ve crecer su miedo cuando se le muere su madre. Fausta está rodeada de la familia de su tío, que la cuida y la quiere, pero hay un secreto que sólo guarda para ella y para el espectador: para evitar ser violada como su madre, se introdujo en la vagina una papa, a la manera de un tapón.
“Me documenté y, aunque no son muchas, encontré varias historias como la de Fausta”, indicó Llosa en la conferencia de prensa que siguió a la primera proyección del film, cuando se la consultó por el inusitado método anticonceptivo. “La papa es un elemento muy importante en la cultura de mi país, es un alimento esencial de nuestra gente, pero también representa la fuerza y la fertilidad de la tierra.” Con astucia, la directora no hace del asunto de la papa una excusa para el tan temido y trasnochado realismo mágico. Mantiene ese dato crucial del film en una zona de relativa cotidianidad (como cuando un ginecólogo que la revisa le dice, sin darle demasiada importancia, que se va a ocupar de su caso) y eventualmente juega con alguna arista ligeramente perversa (como cuando Fausta debe podar los brotes del tubérculo). Pero se diría que entre la teta y la papa hay ya demasiados elementos simbólicos que la directora necesita mantener bajo control.
Según Llosa, “esta película es un viaje del miedo a la libertad, intenta explorar la idea de la recuperación de la autoestima como parte básica del proceso de curación”. Sus imágenes son siempre sensibles y potentes, pero parecen elaboradas por demás, como si Llosa hubiera preferido sacrificar vida y espontaneidad en aras de un formalismo demasiado calculado. Hay realismo y verdad, es cierto, en los personajes de la familia de Fausta, pero Fausta misma –que Llosa descubrió en Ayacucho cuando era una adolescente y la hizo protagonista de Madeinusa– luce ahora ya cierta sofisticación que no se atenúa ni cuando habla en quechua. Ese toque de exotismo, sumado a la corrección política del proyecto, a la impronta feminista de la historia y la belleza pictórica de sus imágenes hacen de La teta asustada una candidata seria a los premios. Por encima, incluso, del rigor y la madurez de la película alemana Alle Anderen (Todos los otros), de Maren Ade. Pero la actualidad del cine alemán, representado en la Berlinale en sus más diferentes variantes, es un caso aparte, que será tema de la nota de mañana.
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