La temperatura ha ido descendiendo paulatinamente hasta convocar alguna nevada, pero quizá por eso mismo las boleterías del festival están más calientes que nunca. Según informó con orgullo el director de la Berlinale, Dieter Kosslick, hasta la mitad del festival se habían vendido 270 mil entradas, todo un record si se considera que el año pasado, que ya se consideraba exitoso, se vendieron en total 240 mil. “No quisiera pecar de vanidoso, pero no creo que haya ningún otro festival de cine en el mundo que tenga un público tan numeroso y entusiasta”, se ufanó Kosslick. La revista Variety, biblia del negocio cinematográfico, paradójicamente minimizó este dato y en un editorial subrayó la baja calidad de varios de los films en competencia. A su vez, el enviado de Le Monde sugiere que Berlín “ha perdido la batalla del prestigio artístico contra Cannes y Venecia”. Pero reconoce que, en revancha, Kosslick se fortaleció en el frente interno. Bajo su mandato, que ya lleva ocho años, el festival consiguió el apoyo de grandes sponsors, reforzó sus lazos con el Estado y con la ciudad, relanzó de manera espectacular su mercado del film, perfeccionó su infraestructura y funcionamiento y consolidó a la Berlinale como principal vitrina del cine alemán. No parece poco si además, en plena retracción económica, consigue semejante éxito de público. Será cuestión, en todo caso, de afinar la puntería en la competencia.