TERESA PARODI, IGNACIO COPANI Y SERGIO LOBO
Horacio Fontova, el Cuarteto Cedrón, León Gieco, Raly Barrionuevo, Arbolito y Alejandro del Prado, entre otros, motorizarán el encuentro: “Hay una batalla cultural que tenemos que dar”, señalan tres de sus participantes.
› Por Cristian Vitale
24 de marzo de 1976: Ignacio Copani reconoce que lo vivió bajo una inconciencia total. “Tenía 16 años y dije qué bueno, no hay clases.” No así su padre, un peronista que traía en la mochila aquel hiriente viva el cáncer con que el gorila tipo de los cincuenta festejó la muerte de Eva Perón, y varias huellas más en el alma. “Una vez me llamó Chiche Gelblung para preguntarme lo mismo: ‘¿Qué sentiste ese día?’: esperaba que le dijera ‘fue un alivio’, pero en mi casa no. Fue de mucha tristeza y expectativa por lo que se venía. Mi viejo nos anticipó que iba a ser terrible.” Teresa Parodi, con un par de años y golpes más encima, lo vio antes. Ella tenía 27 cuando una vecina irrumpió en su casa de Corrientes: “Teresa, murió Perón... ¿y ahora qué va a ser de nosotros? Para mí el golpe empezó ahí, el 1º de julio de 1974. Sentí una sensación tremenda de vacío... digamos que lo intuí más que saberlo. Había que ponerse a hacer cosas, urgente: empezó en vorágine y terminó en horror. El círculo cerró y quedamos en un estado de indefensión absoluta”, rememora. Sergio Lobo tenía 8 y vivía en San Gregorio, un pequeño pueblo de Santa Fe donde aún estaba fresco el recuerdo de los principios de expropiación que el primer peronismo había impulsado sobre tierras ociosas, cuyos dueños habían abandonado y vivían en Inglaterra. “Vi llorar a mi viejo escuchando la radio”, evoca. “Sonaba la marcha militar y él lloraba. Fue de las pocas veces que lo vi así, mientras otra parte del pueblo festejaba, igual que en el ’55.”
Como fuere, los tres tienen ese día impregnado en su mochila emocional. Por eso, treinta y tres años después, lucen expectantes ante lo que será el Primer Festival de la Canción Social, una iniciativa gratuita organizada por el ECuNHi (Encuentro Cultural Nuestros Hijos) y la agrupación cultural Talastilla, que se traduce en cuatro días de música –desde hoy y hasta el martes– donde antes hubo horror: la ESMA (Libertador al 8400). Ellos, más una nutrida grilla que incluye, entre otros, a Horacio Fontova, el Cuarteto Cedrón, León Gieco, Raly Barrionuevo, Arbolito y Alejandro del Prado (ver programación aparte), serán parte de una conmemoración que, se huele en el aire, tendrá una alta carga emocional, cultural, histórica y política. “Empezamos a llamar a los músicos y tuvimos la suerte de que todos entiendan, como nosotros, que en la canción social existe un vacío que hay que llenar. Es una canción que refleja, que recorta, que es herramienta para la gente que lucha y se organiza a partir de sus dificultades. Acá nadie cobra un peso, e incluso hubo gente que casi se ofendió porque no la invitaron. Todos quieren estar, y ésta es una muy buena señal”, asegura Lobo, quien, además de su rol organizador, participará como músico.
Más allá de lo puntual, Parodi proyecta la patriada musical como el posible inicio de un nuevo movimiento de la canción social en Argentina. “En lugares así puede pasar que resurjan los movimientos y la cosa de ghetto quede de lado”, sostiene. Es el espacio cultural que la Fundación Madres de Plaza de Mayo activa –bajo la dirección de la cantautora– donde antes funcionaba uno de los tantos pabellones de la Escuela de Mecánica de la Armada. “Es un sitio emblemático, por todo lo que implica y significa, para salvaguardar la cultura de la gente. Para impulsar el under desde todas las disciplinas artísticas. La carga de la ESMA sigue estando alrededor, pero nosotros le pusimos luz.” Sigue Lobo: “Cuando Talastilla se define, habla de celebrar la lucha, la cuestión nacional y la gente que dejó su vida en esto. Nos parece que el 24 de marzo es muy emblemático en este sentido, porque ese día empezó un camino muy oscuro para la gente que luchaba desde el arte, desde las organizaciones sociales o políticas. Es muy difícil, por estos pagos, hablar de la canción vinculada con la política o con lo social. Siempre, desde el poder, hay un discurso que dice que el arte es puro.”
–Aunque a veces no parezca...
Sergio Lobo: –Es que esto va encadenado con el tema de la destrucción de los grandes paradigmas, de los grandes ejes. En otras generaciones, había ideales a los que todos adherían en mayor o menor medida... lo de las tribus es tremendo; la canción se ha atomizado.
Teresa Parodi: –Y qué importante es recuperar el valor de la canción, un espacio clave para contar las cosas que nos pasan.
–En tiempos también difíciles: Usted y Copani han tenido varios problemas por contar lo que les pasa en las canciones o desde un lugar de compromiso.
Ignacio Copani: –Con “Cacerolas de teflón” tuve miles de caricias y algunos empujones. No me gusta victimizarme porque muchas veces había tenido problemas, pero me pone triste, me desestabiliza como persona cuando veo que hay violencia. Hay un espacio que está muy agresivo con todo lo que tenga que ver con las expectativas de transformación de este país. El miércoles escuchaba el discurso del rabino Bergman y realmente no podía creer la carga de odio que tenía. Y ese tonito de que me van a enseñar a votar, también puedo escucharlo como que me van a enseñar a componer o a cantar. Me preocupa cómo va a ser la campaña para las próximas elecciones.
T. P.: –A mí me amenazaron en Santa Fe. Fui a tocar y me encontré con que la gente estaba convocada a retirarse, pero nadie se fue. Estábamos con el tema del conflicto por la 125, que los medios instalaron tan alevosamente, con esa ridiculez de campo-Gobierno... una antinomia difícil de aceptar. ¿Qué es el campo?: el campo no es solamente la Mesa de Enlace. Yo, ese día, canté para los sin tierra, para gente que no sé cómo es considerada por los de la Mesa de Enlace. Los sin tierra son muchos en Argentina y tienen una organización fortísima. Uno siempre ha colaborado con gente que luchó por defender sus pequeños campos cuando se los querían rematar. Fue muy loco que, de repente, yo me encontrara siendo enemiga de esa gente que acompañé toda la vida. Fue el resultado de una campaña perversa.
–¿Hubo violencia física?
I. C.: –Una vez me pegó una mujer en un restaurante. Se levantó y me pegó, de una. Yo, si me encuentro con alguien con quien no comparto su ideología, no le pegaría ni lo insultaría. No sé, no es mi enemigo, en todo caso un adversario ocasional. Mi enemigo es Astiz, con ésos sí que no tengo nada que discutir ni armonizar. Igual, que aparezcas en foros de Internet señalado de tener una casa de tres palos verdes, o “acusado” de que Néstor Kirchner te dicta las letras de las canciones, también es violencia.
T. P.: –Siempre hubo sectores en este país que, de una u otra manera, pidieron golpes militares. La marcha por la inseguridad fue algo demasiado estruendoso y de mal gusto. Es como si estuviesen pidiendo un golpe, de otra manera.
I. C.: –Por suerte, creo que si Teresa difundía un recital suyo solo repartiendo volantes, llevaba más gente. Igual, tengo todo el respeto para los que asistieron al acto con las pancartas de sus familiares. Uno, ante la desesperación, se quiere colar en cualquier lado para hacer su reclamo. Pero la utilización del acto fue perversa. Ver un cura de mi propia fe diciendo que acá cualquier delincuente te mata por 20 mangos me parece terrible... me hubiese gustado que convocara a una marcha contra la pobreza o contra la exclusión. Los discursos fueron de baja categoría intelectual, incluso.
–Al menos expresan lo que se intenta explotar en el imaginario, una ingeniería de la manipulación que cada vez se pone más sofisticada.
T. P.: –Te instalan los temas y te hacen la agenda. La tuya y la de tu gobierno.
S. L.: –Hay una batalla cultural que hay que dar. Existe el Pepsi Rock, existen mil festivales y nosotros tenemos que dar la batalla con nuestros recursos.
T. P.: –Obvio. El papel del rock, como movimiento de resistencia, fue importantísimo en muchos momentos de nuestra historia.
I. C.: –Yo creo que hay poca autoexigencia. Hoy no hay Giecos de 20 años ni Fitos ni Teresas. Los chicos que aman el rock and roll con algo de contenido ya tienen más de 40.
–¿Coincide, Teresa?
–Yo creo que dentro del folklore sí hay quienes tomaron un compromiso con una estética y una ética, más allá de lo social. Que siguen la huella de los grandes autores. Pero es cierto, lo que siento es que todo el mundo que agarra una guitarra se cree músico, cuando antes, para serlo, tenías que demostrarlo seriamente, trabajar mucho tiempo para aparecer. Vos heredabas un patrimonio cultural alucinante... no sé: Tejada Gómez, Lima Quintana, el Cuchi Leguizamón, Jaime Dávalos, y te enfrentabas con un gran respeto a tus propias composiciones. A mí me costó mucho decir arriba de un escenario “esta canción es mía”... la avalaba la gente y recién mucho después lo decía. Ahora, las compañías instan a los chicos a grabar un disco, compongan o no. Esto es lo que más daño nos hace, porque después te encontrás con enormes canciones que quedan en el olvido.
S. L.: –Es que la posmodernidad trajo esa cosa de que todos pueden realizar y producir, independientemente de la capacidad que tenga.
I. C.: –Yo creo que faltan vías de comunicación... digo, el artista siempre está cerca de la desazón cuando no tiene la chance de que lo que escuchen. Tengo un montón de compañeros de mi edad que han quedado en el camino, y se dedican a otra cosa. Incluso, hemos llegado a un punto en que los discos de Silvio Rodríguez y Serrat pasan de largo... mucha gente no los conoce.
–¿Todo es así?
I. C.: –No. Por suerte, Alejandro Del Prado grabó un disco hermoso y hay una camada uruguaya que sabe respetar el linaje de sus antecesores. No sé. Allá, los uruguayos alimentaron ese kiosco, nunca se olvidaron de las murgas, del Teatro de Verano. Tabaré Cardozo y el Alemán son dos grandes promesas cumplidas.
T. P.: –Yo creo que aquí se está dando, pero a otro nivel, en las escuelas de música. Es un movimiento de otro tipo, pero con el mismo compromiso y la misma preocupación. Tal vez, la diferencia esté en el trabajo del lenguaje, del texto hablado. Esto impide que se armen movimientos tipo “nuevo cancionero de tal”, que es lo que queremos movilizar con este festival.
I. C.: –Y desde un lugar... ¿cómo explicarlo?: yo no creo que esté cometiendo un acto de arrojo cuando hago una canción. Siempre digo que valientes fueron Víctor Jara o Rodolfo Walsh, ellos se jugaron en un contexto muy bravo. Lo expresó muy bien Pablo Milanés: “Pobre del cantor de nuestros estos días/ que no arriesgue su cuerda por no arriesgar su vida”, porque era un momento en que la canción social ponía en peligro tu vida. Y la ternura, ¿no?: durante mi exilio en México, yo escuchaba mucho a Daniel Viglietti. Me hacía comprender por qué estaba allí y escuchaba sus canciones con esa ternura, algo que no pueden generar las canciones con otras ideas. Todavía hoy, escuchar una vieja canción de Paco Ibáñez me hace poner en situación: yo no estoy acá para ver qué onda. Tengo un compromiso.
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