EL CIERRE DEL VI CAMPUS EUROAMERICANO DE COOPERACIóN CULTURAL
Tras cuatro jornadas que fueron intensas en debates y perspectivas críticas, el secretario de Cultura, José Nun, alentó la integración entre cultura y ciencia. “Ha sido el tema central de las ciencias sociales”, argumentó.
› Por Silvina Friera
El secretario de Cultura de la Nación, José Nun, cerró ayer el VI Campus Euroamericano de Cooperación Cultural, un encuentro en el que 250 especialistas, funcionarios y gestores culturales de América y Europa intercambiaron ideas y proyectos del ámbito cultural bajo el lema “Gestión cultural y ciencia: una relación imprescindible”. Lo acompañaron Alvaro Marchesi, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI); y Eduardo Miralles, presidente de la Fundación Interarts. “Las palabras de cierre tienen siempre algo de melancólico”, bromeó Nun. Pero el éxito del Campus le dio vía libre para hacer lo que anticipó serían “reflexiones provocativas”. Las cuatro jornadas fueron intensas en debates y en perspectivas críticas. “Sorprende que nos planteemos la necesidad de la cultura y la ciencia cuando ha sido el tema central de las ciencias sociales. Max Weber dedicó los últimos años de su vida a explorar las relaciones entre cultura y ciencia”, advirtió el secretario de Cultura. Hilvanando su erudición, no sólo recordó el cuento de Borges, Funes el memorioso, sino que se atrevió a releerlo para llevar agua al molino de la cultura, pero también de la ciencia. “Funes capta y recuerda cada detalle de la realidad que lo rodea, pero los lectores se confunden al creer que el eje de ese cuento es la memoria. En una franca veta weberiana, lo que Borges plantea es que Funes es incapaz de pensar. Y éste era su drama.”
Despejar la paja del trigo, poner el dedo en la llaga de problemáticas que se creen del presente cuando en verdad tienen raíces profundas en el pasado. Eso parece que fue lo que hizo Nun con esa paciencia que tiene para enlazar conceptos, temas y autores. “No hay ciencia sin presuposiciones, sin juicios de valor. No hay ciencia independiente de la cultura”, sostuvo. Así comenzó a allanar el camino de ripios que confunden, de las apariencias que velan el fondo del asunto. Cada vez que se pronuncia la palabra objetividad parece que se desata una catarata de equívocos. “Weber antepone la llamada objetividad, que finalmente se basa en juicios subjetivos”, subrayó el secretario de Cultura. “El esfuerzo de Weber por desandar y demoler las desilusiones del desarrollo científico hizo tomar conciencia al científico de sus culturas determinadas.” Ante el avance del racionalismo científico y el escepticismo, vía Nietzsche, entre otros, “Weber se propuso plantear el desencantamiento de todas las objetividades; hacer tambalear los mitos. Ya no hay dioses que aseguren la verdad ni hay trascendencia”, continuó Nun.
Una de cal y otra de arena para el sociólogo alemán autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. “Weber y otros autores subestimaron la credulidad del ser humano –cuestionó Nun–. Lo atestiguan los horóscopos que muchos de ustedes seguramente leyeron antes de venir acá; los evangelistas con sus prédicas nocturnas por las canales de televisión y el fenómeno de los libros de autoayuda. El racionalismo científico no ha permeado para nada la sociedad. Los avances científicos generan sus propios mitos.” Uno de los mitos que abordó el secretario de Cultura fue la publicidad contemporánea, “que viene a reemplazar en muchos sentidos a las religiones porque la publicidad nos promete que vamos a volver a nacer”. Todo expositor tiene tópicos recurrentes. Quien ha escuchado otros discursos de Nun sabe que uno de sus caballitos de batalla consiste en distinguir la posesión de los derechos ciudadanos de su condición de ejercerlos, “algo que los liberales y neoliberales han tratado de opacar”. Citando como ejemplo la recuperación de la democracia en 1983, el secretario de Cultura precisó que “todos los argentinos recuperaron los derechos constitucionales, pero muchos no pudieron ejercerlos”. A esta altura de la cátedra, el atajo se impuso a través de la clasificación del tipo de ciudadanos. “El ciudadano pasivo le da una relevancia a lo que es inmediatamente próximo, pero el campo de la política y la economía no concitan su atención”, explicó. Dentro de los ciudadanos activos, se refirió a aquellos cuyo interés creado consiste en que “todo salga mal porque eso los constituye como críticos de la sociedad”. En cambio, el ciudadano constructivo “trata de que las cosas mejoren”.
Nun recordó que en la segunda mitad de los años 30 del siglo pasado, Gallup desarrolló la técnica de las encuestas. “Se proponía que la gente participara de la política, que los ciudadanos se volvieran activos, pero su instrumento lo derrotó”, aclaró. “Las encuestas estaban dirigidas a ciudadanos pasivos con poco conocimiento e interés por la realidad política, pero los resultados de la encuesta recaían en toda la sociedad como verdades científicas, un hecho que exige reflexión y discusión.” Este tipo de encuentros, según Nun, contribuye a que la gente de la cultura les pierda el miedo a los científicos. Y viceversa. “Ambos se tienen que dar cuenta de que forman parte de la cultura”, concluyó Nun. Alfons Martinell, director académico del Campus, aseguró que la relación entre cultura y ciencia era un reto porque nunca se había tratado en encuentros de gestión cultural. “Este Campus ha abierto las puertas a una reflexión más amplia sobre el papel que deben jugar las ciencias en las políticas culturales, en un momento de crisis donde, a más conocimiento, más capacidad de reacción a las situaciones de crisis, y donde la investigación científica nos puede aportar muchas cosas”, admitió Martinell. “Los sistemas de cultura y ciencia no siempre se articulan fácilmente; a veces se ignoran y es necesario crear puentes entre ellos. Los espacios donde se encontraban la cultura y la ciencia, como los museos de ciencias naturales, se tendrán que abrir porque cada vez hay más gente de la cultura, creadores, que están realizando su obra sobre bases de investigaciones científicas o a través de tecnologías e innovación. La creación es una forma de innovación, una política científica.”
Las críticas de Marcelino Cereijido, especialista en fisiología celular y molecular, el primer disertador del encuentro, todavía rebotan por las paredes de la Universidad Católica Argentina. “Una de las peores calamidades que ha enfrentado la humanidad es lo que se llama analfabetismo científico, es decir, cuando el conocimiento acerca de las ciencias permanece invisible a la sociedad. Este fenómeno ha dividido al planeta en el Primer Mundo y en el Tercer Mundo. Creo que los gobiernos deben invertir más recursos y darle más importancia a este tipo de conocimiento para crear una cultura compatible con la ciencia”, fustigó Cereijido. “Los museos de ciencias del Primer Mundo sueñan con ser Disneylandia y no transmiten a la sociedad la importancia de poseer este conocimiento”, agregó. “Ojalá que este campus sea una especie de lucha contra el analfabetismo científico.”
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