Lun 27.04.2009
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ENTREVISTA A HORACIO VERBITSKY, AUTOR DE VIGILIA DE ARMAS

“La estrategia de la Iglesia ha sido la deshistorización”

“Yo desnaturalizo su presencia en la realidad argentina. La Iglesia se naturalizó tanto que nadie la ve”, sostiene el periodista, que hoy presentará en la Feria del Libro el tercer tomo de la historia política de la Iglesia Católica argentina.

› Por Alejandra Dandan

Vigilia de Armas es el tercer tomo de la historia política de la Iglesia Católica argentina, la obra con la que Horacio Verbitsky recorre el siglo con la Iglesia como hilo conductor. La edición que se presenta hoy en la Feria del Libro se extiende entre el Cordobazo (de 1969) y el 23 de marzo de 1976, un período en el que la jerarquía eclesiástica se enfrenta el nacimiento del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo (MSTM). Como hasta ahora, Verbitsky apoya la investigación en documentos inéditos y trazos con los que hace foco en personajes como los vicarios castrenses Antonio Caggiano y Adolfo Tortolo, Juan Carlos Aramburu, Enrique Angelelli o Alberto Devoto pero en las páginas se suceden los Macri, Jorge Bergoglio, los miembros de la P-2 y las poderosas empresas vinculadas con el Vaticano. El libro no sólo contiene datos sino que es un intento de entender la historia argentina. Una historia en la que ante cada golpe de Estado la Iglesia tiene un rol “legitimador” y “deslegitimador de la democracia”: “Yo desnaturalizo la presencia de la Iglesia en la realidad argentina –dice el autor–: la Iglesia se ha naturalizado tanto que nadie la ve”.

–El libro muestra a la jerarquía católica al lado del poder político y militar. Caggiano con Onganía, por ejemplo, en su momento de mayor debilidad política. ¿Cuál fue el rol de la Iglesia en ese período?

–La Iglesia ha sido un actor político fundamental. A lo largo de la historia argentina del siglo XX siempre lo fue, a través de la jerarquía. La novedad en este período es que lo es no sólo a través de la jerarquía sino también a través de movimientos eclesiales o surgidos dentro de la Iglesia, como el MSTM. Pero la pauta de participación activa de la Iglesia en política cruza todo el siglo. La historia que escribo va de 1884, con la sanción de la ley de educación laica, a 1983, cuando termina la última dictadura. Es un período de intensa acción política de la jerarquía. Antes había habido una participación no tan marcada y después ha decaído.

–¿Después de 1983?

–Si bien se nota muy claramente la voluntad de recuperar ese protagonismo y esa actividad política, hasta ahora no ha ocurrido... Pero donde hay brasas puede revivir el fuego. Eso tiene que ver con una tradición latinoamericana; Penny Lernoux, escritora norteamericana, católica, destaca cómo en la región siempre detrás del uniforme militar aparece la sotana del clérigo. En el país es muy claro. Hubo momentos distintos, como los ’80 del siglo XIX, cuando se vivió un auge del liberalismo que relegó a la Iglesia a posiciones marginales. Cuando comienza el siglo XX, en Buenos Aires, donde más de la mitad de los habitantes son extranjeros, un sacerdote no puede salir a la calle con sotana porque lo apredrean. Después vino la acción del cristianismo social, de los grupos de los círculos católicos de obreros. En las dos primeras décadas del siglo XX, la burguesía liberal, asustada por la contestación social que no había previsto, con las revoluciones bolcheviques, fallida en la primera década del siglo y exitosa en la segunda, hizo un acercamiento a la Iglesia como elemento de control social, de orden. Esa burguesía liberal se encuentra con una sorpresa: que no es capaz de crear un partido político que defienda intereses en un sistema legítimo. Que sólo puede imponerse por fuera del sistema. Y ahí se produce la confluencia con el tercer actor que son las Fuerzas Armadas, a las que la Iglesia convierte en partido militar, porque el discurso que trabaja sobre ellas es un discurso eclesiástico.

–¿Esa alianza luego se mantiene?

–En la década del ’20 empiezan a tener gran importancia las capellanías castrenses. El joven sacerdote Antonio Caggiano es vicario general del Ejército y eso conduce al golpe del ’30, en el que la Iglesia tiene un rol muy importante. Hasta el final del período que trato, hay no menos de un golpe militar por década. El golpe del ’43, ’55, ’62, ’66, ’76 y dentro de cada golpe subgolpes. En cada uno, la jerarquía católica es legitimadora de las intervenciones militares, deslegitimadora de la democracia con argumentos coyunturales distintos, pero creo que con un substrato común: la extrema reticencia de la Iglesia Católica argentina a aceptar una forma de legitimidad de origen del poder que se base en la soberanía popular, que choca con la concepción de origen divino del poder, lo cual muestra un defasaje grande respecto de la iglesia universal. A partir del papado de León XIII, la Iglesia universal busca acomodarse a la democracia pero no es el discurso predominante en el episcopado argentino: cuando se produce la reforma constitucional del `49, por ejemplo, la Iglesia hace llegar un proyecto de reforma que suprime la cláusula constitucional sobre la soberanía popular y la reemplaza por el origen divino del poder. ¡Eso está apoyado por el Vaticano! Perón lo rechaza, y eso es uno de los orígenes del conflicto con él. Pasa lo mismo con derechos del trabajador: para la Iglesia son un desafío porque siente que tienen una inspiración roussoniana intolerable. El peronismo es lo “bárbaro” o el “fascismo” para nuestras clases medias liberales, para los radicales y sus derivados como la Coalición Cívica Libertadora, pero en realidad el peronismo es la modernidad argentina: el equivalente a la Revolución Francesa argentina, incluso con sus terminologías como sans culotte y los descamisados. La Iglesia es lo que permite que se unan fuerzas tan dispares.

–Como la intervención del PC en el golpe a Perón.

–La derecha nacionalista y la izquierda liberal. De hecho, tengo recuerdos de que era muy impresionante ver en la marcha del Corpus Christi del ’55 desfilar a la dirigencia comunista al lado de alguien de la Iglesia. Muy impresionante. En el presente hay intentos similares. A mí me parece que al cardenal Bergoglio le encantaría poder repetir ese fenómeno, y de hecho se está dando una confluencia política que él impulsa en condiciones políticas distintas y con personajes totalmente distintos. Esto es un mal remedo de aquello y a pesar de lo que se diga de la crispación, son tiempos mucho más tranquilos. Kirchner intentó evocar eso en el acto del Congreso, donde comparó la Mesa de Enlace con los grupos de tareas de la dictadura del ’55, pero evidentemente por suerte no es ésa la realidad que vivimos. Yo creo que si se dieran situaciones como aquéllas, actuarían de la misma manera, así como los dirigentes de aquella época hoy actuarían distinto. Está claro que hay una filiación, pero los momentos son distintos. O Lanusse con Videla: no creo que las diferencias que importen sean de personalidad. Formaron parte de procesos colectivos y decisiones institucionales.

–Usted sigue a las primeras líneas de la Iglesia y esas figuras aparecen con sus grises, con dudas y reflexiones (Primatesta, Caggiano o Tortolo). Y eso se ve en la relación con el MSTM. ¿Hay un intento de situar a los individuos singulares en un proceso colectivo?

–En primer lugar, el tratamiento a estos personajes. Yo desnaturalizo la presencia de la Iglesia en Argentina. La Iglesia se ha naturalizado tanto que nadie la ve, es como la frase de Borges sobre el Corán: no hay camellos porque está escrito por árabes.

–Usted dice no hay una historia de la Iglesia. De la iglesia política, porque historia hay.

–Cito una frase del cardenal Quarracino en la que dice: “la historia ha sido nuestra debilidad”, nuestro déficit. No escribieron ellos su historia porque la estrategia es la naturalización, la deshistorización. Es decir, la Iglesia asume la característica de la estampita o del crucifijo: está siempre presente pero no se ve. Participa en todo pero la estrategia es que no se vea. Y han tenido un enorme éxito: porque el proceso que va desde la primera década del siglo XX, cuando no pueden salir a la calle, al Congreso Eucarístico de 1934, implica una enorme recuperación: se convierte en actor absolutamente central de la política argentina con participación en el derrocamiento de Perón, en la dictadura de Onganía, en la dictadura del ’76, en los conflictos sociales. Y me baso en documentación; dentro de esa estrategia de naturalización, la Iglesia es muy cerrada sobre sus archivos. A pesar de declaraciones como las de Bergoglio, que dice que no hay que temerle a la verdad de los documentos, cuando publican documentos los mutilan. Los censuran y pocas veces publican documentos. Niegan el acceso a investigadores, mienten: dicen que no existen documentos.

–En el debate teológico que promovió Aramburu sobre el MSTM, algunos documentos transcriptos aparecen como “secretos”.

–Yo había pedido acceso a los archivos cuando hicieron la autocrítica del 2000. Le pedí a Estanislao Karlic, me respondió que no tenían archivos. Por escrito y con su firma: la Conferencia Episcopal no tiene archivos. Si viera qué bellos que son los archivos que tienen, qué bien ordenados los tienen: pero no tienen ningún prurito en decir lo contrario. Y al mismo tiempo se proclaman como defensores de la verdad. Claro: para ellos la verdad es una cosa bien distinta de lo que es para nosotros. Para ellos la verdad es la palabra de Cristo.

–¿Manejable e interpretable porque no está?

–Y, en esa época no había muchos archivos. Entonces, primero intento trabajar en base a documentos, trato de interpretar líneas generales, tendencias, momentos históricos, pero además ver a la persona más allá de lo que dicen los documentos, con respeto. Dentro de ese plan general de desnaturalización y de historización. Por eso en todos los tomos comienzo con una cita de la propia Conferencia Episcopal, donde aclaro que no me refiero ni al dogma ni a la fe, sino a la relación sociológica de pueblo concreto de una época concreta. Pero además está el tema del período histórico; la Iglesia argentina es una iglesia atrasada respecto de la universal. La universal hace su ajuste de cuentas con la democracia a principios del siglo XX con León XIII y en 1944 con Pío XII, cuando ya es evidente la derrota de las potencias totalitarias del Eje. La Iglesia hace un giro copernicano con perdón de la palabra y se resigna a que lo que viene en el mundo es la democracia. En la Argentina ese ajuste de cuentas con la democracia se produce en 1981, cuando se cae la última dictadura, que a mí me parece que es un paralelismo con el mensaje de Pío XII de la Nochebuena del ’44, cuando se está cayendo el Eje. Por eso, acá el Concilio Vaticano II tiene un impacto fortísimo, porque va a contramano de todo lo que planteó la jerarquía. Y había un movimiento fuerte que tiene una expresión importantísima en la Juventud Obrera Católica –que desarrollé en el tomo anterior– y luego en el MSTM. Pero esas posiciones de cuestionamiento y de relación distinta con la sociedad, hasta el Concilio, están expresados en grupos minoritarios de sacerdotes y prácticamente no hay obispos que las sostengan.

–Usted nombra tres momentos como antecedentes del MSTM: el Concilio, Medellín y San José. ¿Cuál es la dimensión del impacto en el clero local?

–Es fortísismo. Creo que por eso el MSTM, que tiene puntos en común con movimientos similares de otros países, incluso en Italia, aquí tuvo una fuerza enorme.

–Todo el tomo III aparece atravesado por el MSTM. ¿Cuál es la dimensión que puede darle?

–Creo que hay un principio de acción y reacción. Frente al integrismo cavernícola surge un movimiento de una extrema radicalidad. Tiene que ver también con elementos comunes a otros países. Es el momento histórico, se descongelan los hielos eternos del Vaticano pero también los del Kremlin.

Krushev es el Juan XXIII del comunismo. Pero también de los movimientos de liberación nacional en Asia, Africa y Latinoamérica. Argelia, Mandela, Cuba, la guerra de Vietnam, todos fenómenos que se dan en simultáneo y que en la lectura tradicional están explicados por la confrontación de bloques este/oeste. Es tradicional esa lectura y Caggiano es el mejor exponente de esa mirada, en la que denuncia al Cristo guerrillero y habla del enemigo malo. Pero acá el alineamiento iba a ser sobre el eje norte/sur y eso pone en línea al MSTM con las luchas populares del Tercer Mundo. Y eso conmueve a la jerarquía porque así como el Concilio sorprendió a la jerarquía de principios de la década del ’60, Medellín tuvo un efecto parecido sobre la jerarquía de fines de los ’60. Medellín produce una movilización tercermundista muy fuerte. Y le da un paraguas muy importante a este movimiento sacerdotal de la Argentina.

* Horacio Verbitsky presentará con Guillermo O’Donnell Vigilia de Armas hoy a las 20.30 en el Salón Rincón de Lectura de la Feria del Libro.

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