En otras ocasiones, cuando le preguntaron por qué una historia de la Iglesia, usted habló de Adolfo Scilingo, el arrepentido que confesó su participación en la represión.
–Es que yo me dije cómo puede ser que una institución cuyo fin declarado era hacer el bien, esté luego bendiciendo el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina de personas y poniendo hasta una propiedad de descanso del arzobispo de Buenos Aires como campo de concentración. Empiezo tratando de entender eso. Sabía que existía un campo de concentración, pero no había profundizado en el tema. Cuando Scilingo me dice que poco antes del golpe les decían que el método iba a ser el asesinato clandestino y que estaba aprobado por la jerarquía eclesial y que cuando volvían del mar, los capellanes los confortaban con parábolas bíblicas, me volvió el otro tema. Cruzo las dos cosas y digo: ahí hay un núcleo de significación profunda que hay que desentrañar para entender este país.
–¿Y a lo largo de los tres tomos lo entendió?
–Entiendo más, moraleja no tengo. Me falta el cuarto tomo y estoy dudando de hacer un quinto con una síntesis del siglo sin el cuerpo documental. Yo trato de aprender, me parece que es importante para el país, para el futuro. Estos libros son un intento de entender la Argentina, es la historia de un siglo con la Iglesia como hilo conductor.
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