Lunes, 11 de mayo de 2009 | Hoy
A 35 AñOS DE LA MUERTE DEL PADRE MUGICA
El periodista Martín De Biase encaró un trabajo minucioso sobre la vida y el asesinato del sacerdote. El resultado es Entre dos fuegos, un libro que recorre la evolución política de Mugica y su trágico final haciendo hincapié en el rol de la Triple A y de Montoneros.
Por Cristian Vitale
Fue el 11 de mayo de 1974, apenas 35 años atrás. El padre Mugica había dado una misa más en la iglesia San Francisco Solano de Villa Luro y lo esperaba su Renault 4 para, seguramente, trasladarlo a otra misión. Nunca llegó al auto azul. Un tipo de bigotes se le acercó y le propinó una andanada de tiros en el abdomen y el tórax, ahí nomás del corazón. En el hospital, agonizante, pronunció sus últimas palabras: “¡Ahora, más que nunca, tenemos que estar junto al pueblo!”. Nacía una leyenda. Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, nacido 43 años antes en el seno de una familia de alcurnia, pasaba a la historia como el cura villero, nada menos. En una figura sin medias tintas: un subversivo, para la reacción; un ser imprescindible, para el mayoritario resto. Siguiendo el eje, Martín De Biase, licenciado en periodismo y abogado, encaró un trabajo minucioso y comprometido sobre su vida. Tal vez, su primera biografía: Entre dos fuegos, vida y asesinato del padre Mugica, que será presentado mañana a las 18.30 en el Auditorio Manuel Belgrano (Esmeralda 1212).
“Cuando lo asesinan –reflexiona De Biase–, Mugica estaba claramente entre dos fuegos: el de la Triple A, que lo consideraba el cura violento, guerrillero, el cura rojo; incluso, pocos días antes, aparece una nota en la revista El Caudillo –órgano oficial de la Triple A– que es una especie de editorial amenaza. Y por otro, Montoneros. La ruptura clara con Montoneros, ¿no? En 1973, cuando Cámpora asume el gobierno, la postura de Mugica es clara: había que enterrar los fusiles y respetar las figuras democráticas. El estaba ahí, discutiendo el tema dentro de la misma villa, ¿no? Con el movimiento villero peronista, que se había dividido entre la JP radicalizada y los leales a Perón, el grupo al que finalmente queda ligado Mugica. Por eso, cuando lo matan, hubo quien pensó que podían haber sido los Montoneros... después quedó claro que fue la Triple A, ¿no? De todos modos no se investigó demasiado. Yo vi la causa, e incluso está en el libro. Almirón, el que se supone que lo mató, hoy está preso.”
–¿Cómo despierta su interés por abordar la figura de Mugica?
–Crecí escuchando versiones encontradas sobre él: desde gente que elogiaba su compromiso y su trabajo con los pobres hasta otra que lo acusaba de ser el cura violento, el guerrillero. Y bueno, empecé a entrevistar a gente conocida, me fui enganchando cada vez más con el tema. Me nació por una curiosidad periodística más que por una cuestión de militancia ideológica.
–¿Siguió siendo así después del libro? ¿Hay un antes y un después?
–Creo que me ayudó mucho a crecer el hecho de haber investigado la época. Sin duda, conocer su figura me ayudó. Me atrajo y rescato muchos aspectos de su vida para la mía... eso no significa que yo haya querido escribir una historia rosa, o desprovista de objetividad. La verdad es que traté de ser lo más objetivo posible, y algunos errores que pudo haber cometido él están esbozados en el libro. Pero los aspectos positivos de su personalidad superan a los negativos... no sé, por ahí él a veces tenía opiniones controvertidas respecto de algunos temas, pero nadie puede negar su compromiso por los pobres. Incluso, muchos sectores que en su momento lo criticaron, y que lo siguieron haciendo después de la muerte, hoy lo enaltecen. Hay mucha gente que lo rescata, incluso de sectores conservadores católicos o no católicos. No me deja de sorprender.
–Impensable esa escena en que Mariano Grondona lo felicita durante una misa que él oficiaba en la iglesia del Socorro, después de haberse definido políticamente durante el acto, y haberse ganado la desaprobación de las “señoras ricas”.
–No nos olvidemos que ambos pertenecían a una familia de clase alta, y era la gente con la que se relacionaba en aquel momento. Tampoco por el hecho de trabajar con los pobres, Mugica iba a romper con la gente de su clase. A no hablarle más. Seguía teniendo trato, aunque tuvo muchos choques. Su hermana recordaba una frase de él: “Yo puedo decir algunas cosas, porque no me pueden acusar de resentido”. Claro, proviniendo de esa familia ¿quién podía acusarlo de ser un resentido social?
–Un camino inverso: de esa cuna de oro a un compromiso total con la pobreza, no sólo con el otro sino consigo mismo...
–Es la pregunta del millón, ¿no? ¿Cuál fue el hecho desencadenante que hizo que pasara a ser de una persona que tenía ideas conservadoras como seminarista, a cura revolucionario? Yo creo que no hubo un hecho puntual: fue, más bien, un proceso de cambio interior que fue viviendo. Una situación importante, sí, fue cuando promediando su etapa de seminarista empieza a misionar en una zona de conventillos en Balvanera con monseñor Iriarte y ese trato con la gente pobre lo conmovió. Le hizo cambiar algunas cosas de su visión.
–Iriarte fue como un fogonero de esa especie de “conversión temprana” del joven Mugica.
–Apenas se ordena, las autoridades lo quieren llevar a la curia, pero Mugica se va con Iriarte a misionar al Chaco santafesino. A través de Iriarte, Mugica fue entrando en el mundo de los pobres.
–¿Su identificación con el peronismo fue más espontánea?
–Sí. Lo desencadena precisamente la misión en los conventillos de Balvanera, cuando se produce la caída de Perón. Vio tanto silencio y tristeza en la gente, que fue un impacto fuerte para él. “Si la gente pobre está triste, es porque yo estoy en la vereda de enfrente”, decía. Desde el punto de vista político es un disparador para que después él pase a militar en el peronismo.
–Hernán Benítez es otro personaje nodal en la vida de Mugica. Usted marca en el libro que él, después de la caída de Perón, se recluye en su casa de Vicente López, mientras que otros indican que tuvo una participación activa durante la resistencia peronista...
–No conozco tanto su vida. Sé que él era más evitista que peronista, era el confesor personal de Eva Perón y siempre estuvo más al lado de ella. Y, obviamente, tuvo un papel importante cuando estaba Perón en el gobierno, porque obviamente tenía sus cátedras en organismos oficiales, etc. Pero cuando Perón cae, le sacan esos cargos, como todos los que habían tenido participación en el gobierno. Si bien se queda, ocupa un rol menor. Aunque desde el punto de vista intelectual tuvo influencia porque siguió escribiendo libros pro peronistas, su figura no fue la misma. Incluso, hay un libro de cartas que se escribía con Perón, en las que él le criticaba al general que instara a los jóvenes a la lucha armada, porque eso iba a traer consecuencias graves: muertos y desaparecidos, ¿no? Fue como una visión anticipatoria la del padre Benítez. Respecto de la pregunta inicial, no tengo pruebas de su militancia activa en la resistencia.
–Según su visión, ¿fue Mugica un hombre encajado en aquella contradicción insalvable entre cristianismo y marxismo?
–Eran los conflictos del momento. En los grupos católicos se pensaba en todo ese tema de llevar el evangelio a los pobres. Mugica mismo lo expresa durante el famoso diálogo entre católicos y marxistas de mediados de los sesenta. Hay coincidencias, claro, pero también diferencias que él considera insalvables. Si bien podían trabajar juntos en determinados ámbitos, no podían coincidir ni filosófica ni ideológicamente.
–Tal vez una contradicción que profundiza su identificación con el peronismo, como una solución o una fuga.
–No sé... porque en su ligazón con el peronismo hay muchos factores sentimentales. Identificarse con la figura de Perón y ver que, a través de su figura, los pobres habían accedido a mejoras en su calidad de vida. Incluso, dentro del movimiento de los curas para el Tercer Mundo, el peronismo fue un tema crucial. Estaban los peronistas y otros más de izquierda: socialistas, comunistas y trotskistas, que discutían mucho el camino a seguir. En lo que sí acordaban era en pelear para que se liberara a todo aquel que caía preso por razones políticas, sea cual fuera su ideología. Y, claro, en su compromiso irrenunciable con las causas populares, una tarea en la que Mugica dejó la vida.
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