Miércoles, 1 de julio de 2009 | Hoy
ESPECTáCULO DE LA COMPAñíA SHEN YUN PERFORMING ARTS EN EL AUDITORIO DE BELGRANO
Por Alina Mazzaferro
Desde el programa de mano, la compañía Shen Yun Performing Arts anuncia que su misión es continuar un legado, preservar un “tesoro de la humanidad”: la cultura tradicional china. Ahora, ¿cómo abordar un espectáculo de artes tradicionales chinas con ojos occidentales? Es sabido que el teatro chino se presenta como enigmático ante el espectador no entrenado, desde el momento en que su carácter es presentacional y no representacional (no existe el concepto de representación naturalista) y que se trata de un “espectáculo total” donde se combinan todas las artes, desde la danza y la música hasta la literatura y la mitología oriental, con un tempo muy distinto al de las disciplinas europeas y americanas. Sin embargo, la de Shen Yun no es para nada una experiencia jeroglífica, más bien todo lo contrario. Una pareja de presentadores introduce y explica –en chino y en un rudimentario español– cada número coreográfico musical, para que nadie se quede afuera de la simbología de cada cuadro. Lo cierto es que esta metodología vuelve a la obra bastante más didáctica y menos mágica o espeluznante. En lugar de dejar volar su imaginación y vivir una experiencia oriental, el espectador occidental analiza y aprende.
De este modo, el de Shen Yun se revela como un espectáculo for export, preparado para una mirada occidental, y decepciona a quien esperaba encontrarse con la cultura china, tal como es concebida y consumida por los chinos. Aun así, cada número acerca parte de la filosofía, la mirada y el folklore chino. Porque éste no es uno de esos espectáculos para exportar construidos a modo de comedia musical, con gran despliegue técnico. Más bien es lo contrario: una pantalla donde se proyectan dibujos y fotografías hace de fondo escenográfico y la iluminación llama la atención por lo rudimentaria. La precariedad de la puesta contrasta con la multitud de cuerpos en escena vestidos con coloridos trajes típicos. Todo sucede como si la pantalla estuviera ahí para agregarle un fondo a la manera occidental a un conjunto de personajes que parecen extraídos de una época en la que la tecnología no existía.
Cada número despliega toda la historia y la mitología china: los seres celestiales, los monjes budistas de trajes naranjas y pelo azulino, los ideogramas, la legendaria flor de Udumbara que florece una vez cada tres mil años, las danzas étnicas con trajes de larguísimas mangas, los tambores, el erhu (un instrumento musical típico) y los personajes de leyendas –como Yue Fei, a quien su madre le tatuó cuatro ideogramas en su espalda que decían “sirve al país con lealtad” y así lo hizo; o Chang E que debió elegir entre tomar el elixir de la inmortalidad para refugiarse por siempre en la luna o quedarse en la tierra para salvar al mundo de nueve soles abrasadores–.
El espectador también aprende que los palitos chinos no sólo sirven para comer arroz, sino que son usados por los “bailalines mongoles”, como dice la presentadora, en una danza de mucho ritmo y vigor en la que golpean los palillos sobre sus hombros y rodillas. También están los imponentes números femeninos, en los que la China se revela tímida y seductora a la vez, dejando entrever su rostro por detrás de los amplios abanicos. Los movimientos de la danza clásica de ese país son delicados y elegantes, pero también arriesgados, pues el maestro de ceremonias ha explicado que los vertiginosos giros y piruetas no son números de acrobacia sino que son movimientos que pertenecen desde tiempos inmemoriales a la danza clásica china, a la que, por su complejidad y extrema codificación, equipara al ballet.
La China contemporánea se hizo presente en escena, momento en que Shen Yun aprovechó para criticar duramente al régimen comunista, cuyos representantes aparecieron siempre de negro, con la hoz colorada en la espalda, siempre violentos, enfrentando a un pueblo chino practicante de las disciplinas espirituales tradicionales. Precisamente, una de las primeras cosas que Shen Yun dejó en claro es que la cultura de la China premoderna que la compañía pretende conservar y difundir ha sido prohibida y combatida y prácticamente se ha perdido en la China comunista. Se trata de danzas y canciones combinadas con antiguas leyendas de profundas moralejas que recuerdan la importancia de la dignidad, la verdad y la compasión. Esa noche, en el Auditorio de Belgrano, toda la comunidad china se hizo presente para homenajear el legado de sus antepasados. Y ya no importaba si los presentadores obligaban a la audiencia a repetir “ni-jau” –así se pronuncia “hola” en chino– para saludar al próximo solista ni tampoco si el espectáculo por momentos recordaba a los shows amateurs que abundan a fin de año en ese mismo teatro. Porque después de todo, Shen Yun era una fiesta para esa colectividad, un reencuentro cultural.
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