Viernes, 6 de enero de 2006 | Hoy
MARCOS ADANDIA, DIRECTOR DE LA REVISTA “DULCE EQUIS NEGRA”
Con un título inspirado en una canción de Patti Smith, la revista-libro pretende dar cuenta no sólo de buenas imágenes, sino también de textos de Bayer, Galeano y John Berger.
En algunos mapas, la presencia de la letra X significa la promesa de un tesoro. Y si bien es comprensible que muchas personas duden en admitir que en esta página se esconden las coordenadas para encontrar algún cofre escondido, lo que sí puede asegurarse es que en los párrafos que siguen la recurrencia de la X señala un espacio –en este caso cultural– especialmente valorable. Dulce equis negra es el nombre de la publicación semestral que dirige Marcos Adandía, un fotógrafo que piensa que si se rompen las cáscaras que mantienen al arte dentro de los lugares comunes, se pueden liberar sensaciones nuevas. En la mañana nubosa e iluminada en el Parque Lezama, Adandía traza una cartografía propia de la coyuntura cultural argentina mientras se refiere al proyecto editorial.
–¿Qué es Dulce Equis Negra?
–El nombre se lo debemos a Juramento, una canción de Patti Smith en la que la artista se distancia de las culpas y dice que va a grabar en la palma de su mano una “dulce equis negra”, como si necesitara marcar que ahí está ella, con sus luces y sus partes de sombra. El proyecto surgió como una reunión de gente que necesitaba intentar un rescate de la verdad y la seriedad, dos cosas que se postergaron en los noventa. Ojo, hablo de una seriedad que no se contrapone a la risa. Porque cuando alguien sonríe verdaderamente es porque se ha tomado la vida con seriedad.
–Una especie de reencuentro...
–Algo así. Tengo cuarenta y dos años y una larga experiencia de militancia, y creo que la consigna en estos tiempos es volver a juntarse y reconocerse. Ver quién es cada uno. Jacobo Fijman dice en el último número de la revista que el arte debería volver a ser un acto de sinceridad. Si empezamos por la sinceridad, pensar lo ideológico va a ser más fácil. E incluso lo económico se simplifica.
La convocatoria de los dos números editados hasta ahora ha sido amplia. Hay trabajos de Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano y Jorge Boccanera, entre otras plumas destacadas. También participó John Berger, una de las mentes más lúcidas del pensamiento europeo actual, con quien Adandía se vinculó “casi por milagro”. A esos aportes se suma la tarea de fotógrafos como Sergio Goya, Cecilia Lutufyan y David Fernández, quienes junto con varios artistas de México y del interior del país completan el equipo. A pesar de esa pluralidad, una de las constantes de cada texto, ensayo fotográfico o serie pictórica es la voluntad de demoler las previsibilidades del lector corriente desde un lugar diferente cada vez.
–¿Cómo logró que un emprendimiento independiente consiga el aporte de artistas tan distantes entre sí?
–Las cosas se dieron de manera casi mágica. Contactar a (John) Berger fue un sueño que surgió en una mesa de café. Un día fuimos a un asado y conocimos a un francés que prometió contactarnos. Y así, de la nada, se hizo el vínculo y Berger empezó a mandarnos sus textos de onda, con una humildad que no esperábamos encontrar en un tipo consagrado y de 80 años. Las cosas simplemente pasan, como si una reunión fuera el principio de cierta magia... creo que somos una sociedad que viene de una derrota muy profunda y nos cuesta entender que de una fiesta que arman algunos pibes pueden surgir cosas enormes. Nosotros empezamos casi jugando y ya llegamos a Mendoza, Salta, Rosario y Montevideo, además de Buenos Aires.
–La revista retoma elementos documentales desde un deseo de reinterpretar. Los trabajos sobre las fotos de los fusilados de Trelew (en el Nº 1) o la serie que registra cómo quedaron algunos objetos después de la bomba de Hiroshima (en el Nº 2) son ejemplos de esa actitud. ¿Qué posibilidades abre el hecho de volver a esas imágenes?
–La injusticia desenfadada que reina en estos momentos tiene que ver, en alguna medida, con la falta de debate acerca de algunas cosas que vimos y seguimos viendo con indiferencia. En ese sentido, regresar reflexivamente a algunas fotos puede ser una forma de volver a pensarnos desde el principio. También es la oportunidad de vincularse, haciendo un homenaje a las personas que durante tanto tiempo fueron borradas por el poder.
–Y en ese sentido, ¿encuentra alguna dimensión espiritual en la fotografía?
–Creo, con Andrei Tarkovski, que “el arte debe transmitir energía espiritual”. Si pasa eso pasa todo lo demás. Yo estoy convencido de que el arte puede ser entendido como un lugar donde encontrar lo sagrado; como una búsqueda que nos pide constantemente que seamos mejores personas. Berger relata la historia de un pintor que quería pintar una montaña y no podía. La montaña no “se entregaba” al pincel ni al lienzo. Un día, la mole de piedra le dijo al hombre: “Bueno, si vos te das a mí, yo me voy a dar a vos”, y entonces las cosas cambiaron. En ese mismo sentido, nosotros usamos la brújula de la emoción compartida como criterio editorial. Por eso en Dulce Equis Negra se pueden encontrar rarezas como una entrevista a Evgen Bavcar, un fotógrafo ciego que aborda el expresionismo con una profundidad filosófica y una contundencia sorprendentes. Si tuviéramos prejuicios no lo hubiéramos podido encontrar. Pero abrirse al sentimiento abre las puertas del arte, del conocerse y del conocer a otros.
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