Domingo, 8 de enero de 2006 | Hoy
HORACIO SALAS Y SU NUEVO LIBRO
En Lecturas de la memoria, el escritor mezcla recuerdos personales con la vida y obra de varias figuras de las letras.
Por Silvina Friera
La autobiografía es el género preferido de los tímidos. Horacio Salas lo insinúa en el prefacio de Lecturas de la memoria (Fondo de Cultura Económica). En este libro se funden los recuerdos personales del poeta, ensayista, historiador y periodista con la vida y la obra de Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón, Alberto Girri, Santiago Dabove, Pedro Orgambide, Alfredo Veiravé, Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Victoria Ocampo, entre otros escritores. Un denominador común, según advierte Salas, une a estos autores tan dispares y difíciles de sentar a una misma mesa: diversos tipos de intolerancia que padecieron por parte del poder de turno, por sus propios colegas, por prejuicios ideológicos, por mezquindades de poca monta o por modas teóricas que como estrellas fugaces brillan, al principio, demasiado fuerte y se debilitan con la misma intensidad con la que supieron iluminar el panorama literario argentino. Salas va dejando al tímido en el closet y confiesa en la entrevista con Página/12 que alguna vez pensó en escribir una historia argentina a partir de la intolerancia. “Somos un país intolerante, con divisiones e internismos que se extienden como un gas tóxico sobre la sociedad y la cultura”.
En Lecturas de la memoria, Salas analiza los cuestionamientos (y la incomprensión) que recibieron la mayoría de los escritores seleccionados, pero también demuestra cómo el silencio muchas veces es el peor de los verdugos. “Mujica Lainez siempre decía: ‘Si la nota es grande y con foto, me pongo contento’”, recuerda Salas. “El antiperonismo golpeó a Marechal con el silencio absoluto; a Cortázar todos le pegaban por algún motivo: los peronistas lo trataban mal porque decían que era un gorila, los gorilas lo criticaban porque era peronista y la izquierda lo tildaba de pequeño burgués.” Y para terminar admitiendo la vigencia de un verso de Cortázar en el que afirmaba que “ser argentino es estar lejos”, una lejanía que no es necesariamente geográfica, a González Tuñón lo quisieron expulsar del Partido Comunista, y cuando Salas y Héctor Yánover fueron a pedir el salón a las autoridades de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), para organizarle un homenaje al autor de El violín del diablo, se negaron y esgrimieron que no era conveniente homenajear a un poeta comunista y “peligroso”.
–¿Cuánto influyeron las modas literarias en el silenciamiento que sufrieron ciertos escritores?
–Las modas literarias le han hecho y le siguen haciendo mucho daño a este país. Hoy se lee lo que es canónico para la universidad, por eso en el libro recuerdo a los poetas silenciados como Girri y Olivari. El olvido es otra cualidad de nuestro ser nacional. En estos días escuché a un chico joven que decía: “No voy a leer Rayuela porque es un libro así de grueso”. Mi deseo es que se pueda mirar hacia atrás y rescatar a los grandes olvidados, porque es una obligación de todos los que escribimos no tener la mirada cerrada y sesgada, sino abierta hacia aquellas obras o autores que incluso puedan no gustarte.
–¿Qué responsabilidad les asigna a las editoriales a la hora de ignorar a un autor o géneros como el cuento o la poesía?
–Si hoy Proust llevara En busca del tiempo perdido a una editorial argentina, se ligaría una patada: “Mirá este maricón, qué largo escribe”. Si hoy Héctor Tizón llevara su primera novela, no sé si la publicarían. Que hablemos de mercado en un lugar donde una novela de éxito puede vender 2000 ejemplares es un mamarracho.
–Usted, que frecuentó a Marechal y lo llama “maestro”, señala que nunca le perdonaron el hecho de ser peronista. Pareciera que hay una identificación muy fuerte con esa figura, ¿a usted le pasó algo similar por ser peronista?
–No como a Marechal, pero la Revolución Libertadora echó a mi padre, que era secretario de la Corte. Eramos muy pocos los escritores peronistas: Rozenmacher, con quien colaborábamos en un diario clandestino que se llamaba Compañero; Fermín Chávez, Leónidas Lamborghini y Marechal. Nos maltrataron mucho y había que callarse la boca porque no se podía ser peronista, te consideraban un maldito. Como éramos difíciles de entender, entonces mejor no entendernos y a otra cosa. Eso no fue un obstáculo para mí, que siempre tuve una actitud muy abierta y democrática, que se incrementó mucho más durante mi exilio en España, país que me enseñó la paciencia y el gusto por la democracia.
–Dice que Victoria Ocampo es muy argentina porque pasó buena parte de su vida dando explicaciones. En el libro advierte que un altercado con ella le hizo perder su trabajo en Canal 7. ¿Podría explicar qué fue lo que sucedió?
–En 1968 tenía una columna de cultura todos los días en un programa que conducía Antonio Carrizo, Revista en acción. Un día fueron unos poetas a reclamar por un concurso literario, organizado por Ocampo, que se había declarado desierto en dos o tres convocatorias, y yo hablé del reclamo. En el mismo programa le hicieron un reportaje a Victoria Ocampo que había sido grabado. Lo llamó al director del canal y le pidió que me echaran porque la había tratado de ladrona, cuando lo único que había dicho es que los poetas jóvenes se sentían defraudados. Pero ella sólo escuchó la palabra fraude. Al día siguiente salió una carta en el diario La Nación firmada por ella. Me llamó el director del canal y me dijo: “Entre Victoria Ocampo y vos no voy a dudar, te quedás fuera del canal”. Para embarrar más el asunto, aprovechó alguien que nunca falta para ir al canal y me denunció como un “conocido comunista” (risas). Al tiempo ella me citó en Sur y me recriminó: “Usted dijo que yo era un fraude”. Le expliqué que no había dicho eso y me dijo: “Mire, soy muy chinchuda... voy a llamarlo al director del canal para que lo vuelvan a contratar”. Me negué por una cuestión de dignidad, no podía aceptar que con un llamado telefónico me sacaran o me pusieran. Ella no sabía cómo solucionarlo y me preguntó: “¿Lo puedo invitar a tomar un té con galletitas Imperiales?” (risas).
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