Martes, 4 de agosto de 2009 | Hoy
GUILHEM SCHERF, CURADOR DE LA MUESTRA DE ESCULTURAS DE JEAN-ANTOINE HOUDON
La exposición que se inaugura hoy en el Museo Nacional de Arte Decorativo presenta diecinueve obras del artista francés que consiguió una nueva luz al retratar a personajes célebres: “Marcó la evolución en la sociedad francesa del siglo XVIII”.
Algunos de los que recuerdan con nostalgia los años de la convertibilidad suelen excusar su parecer en experiencias turísticas inolvidables en ciudades y paisajes para el espasmo. El revés de la Historia les dio duro, pues ya no pueden complacer esos deseos sin hacer cuentas de casi cuatro por uno, técnicamente pares pero aun así distantes de las que siempre hicieron los que tantean monedas para el chanchito. A no desanimarse los unos ni los otros: la justicia social es posible, o al menos algo parecido a ella. Para aquellos que quieran revivir su paseo de ensueño por París y también para los menos afrancesados, el Museo del Louvre trajo diecinueve esculturas de su muestra permanente para una exposición que se inaugura hoy y permanecerá abierta hasta el 27 de septiembre en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Av. Del Libertador 1902). Es una selección de las 45 obras de Jean-Antoine Houdon, considerado uno de los escultores más importantes del mundo, con curaduría del conservador en jefe del Departamento de Esculturas del Louvre, Guilhem Scherf, y el patrocinio de la Embajada de Francia. El gancho de la exposición no se agota allí. Son, en su mayoría, retratos realizados a celebridades del siglo XVIII: Denis Diderot, Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Benjamin Franklin, Sophie Arnould, George Washington y el conde de Mirabeau, esculpidos en yeso, terracota, acero o mármol.
Jean-Antoine Houdon (Versalles, 1741-París, 1828) fue uno de los artistas más renombrados de su época. En 1775, en una carta dirigida a George Washington, Thomas Jefferson se refirió a él como “el primer escultor del mundo”. Hijo de un miembro del personal doméstico de un funcionario real, a partir del reconocimiento que le valió a comienzos de 1770 el retrato al escritor y filósofo de la Ilustración Denis Diderot, su clientela se extendió desde su ciudad natal hasta las cortes de Alemania y Rusia y aun hacia la por entonces joven república de los Estados Unidos.
Aunque aplicó su arte a todos los géneros (estatuaria, escultura funeraria, piezas para aficionados y retratos en busto), su gloria y fortuna la alcanzó con los retratos, que replican la verdad física y mental de los modelos. Tal aura cautiva incluso al ojo menos avezado: cuando los ventanales del salón se abren, la luz ilumina a los Iluminados y los inmortaliza. “Houdon es uno de los artistas más importantes del siglo XVIII porque renovó el arte del retrato en Francia y retrató a figuras importantes de la Corte, y también a personajes irrelevantes. De alguna forma, fue el responsable de marcar en las esculturas la evolución en la sociedad francesa del siglo XVIII, cuyas ideas se plasmaron en la Revolución”, explica Scherf durante la charla con Página/12.
–¿En qué características reside la particularidad del trabajo de Houdon?
–Principalmente, quería transcribir la realidad anatómica pero además psicológica de sus modelos. Franklin es un ejemplo llamativo, uno de los retratos más lindos de la exposición. El era el embajador de Estados Unidos y tenía una misión clara: que Francia se aliara contra los ingleses. Se presentaba en los salones de París y de Versalles vestido con ropa bastante sencilla, de negro, y el cabello hacia atrás, sin peluca, sin polvo en la cara, lo que no se podía pensar en ese momento. Siempre se lo identificaba en las grandes convenciones diplomáticas en Versalles porque aparecía con el pelo desprolijo. Entonces Houdon realizó el retrato de esa forma. Si lo comparamos con el de Rousseau, por ejemplo, se ve que la de este último es mucho más formal. La idea era que ellos mismos se reconocieran.
–¿Y esa búsqueda en qué marcas se evidencia?
–Lo más importante fue el salto que dio al dar vida a la mirada de la escultura. Si se presta atención a las de la Antigüedad grecorromana, se encuentra que los artistas dejaban los ojos en blanco... A veces estaban pintados. Al final de la época romana se ponía algo así como una raya y ya los contemporáneos de Houdon daban la impresión del iris con una puntada. Pero fue él quien empezó a escarbar para dar la ilusión del miramiento, dejando un pequeño pedazo de yeso, que es la clave de la innovación: ese pedacito agarra la luz y crea un juego con la sombra.
–La obra de Houdon se suele ubicar entre dos movimientos artísticos contrarios, que además se sucedieron: el neoclasicismo y el prerromanticismo. Indudablemente, es acertado en cuanto a la determinación temporal de su vida y obra. ¿Es un error en cuanto al estilo?
–Cuando se pone a Houdon entre el neoclasicismo y prerromanticismo es para dar una ubicación de fecha, para referirse a la última parte del siglo XVIII y al principio del XIX, que son los que corresponden a la vida del artista. Si hablamos de la estética de su obra, no podemos ubicarlo en el marco del prerromanticismo, quizá con una excepción: su Apolo sacudido por el viento, porque tiene el cabello echado por el viento, lo cual produce una confrontación entre un perfil bastante lineal y un soplido de inspiración poética, reconociendo que Apolo es el dios de las artes. Pero, en general, sus retratos se aproximan a una estética cercana a la grecorromana. Como en el retrato a Diderot, uno de los primeros que realizó y que mostró en una exposición en el Louvre en 1771.
–Justamente la de Diderot no fue su ópera prima, pero sí es considerada como la primera de la seguidilla de sus esculturas más célebres. ¿Por qué?
–Es que el caso de Diderot es muy interesante. El es uno de los filósofos y autores más importantes del siglo XVIII, el autor de la Gran Enciclopedia. Y tenía una red de artistas y otra gente de influencia a su alrededor. Cuando Houdon regresó de sus estudios en Italia, supo que hacer un retrato de este filósofo iba a ser muy importante para su carrera, para acercarse a los intelectuales y periodistas. E hizo el retrato de Diderot como éste lo quería: como si fuera un pensador antiguo. No hizo una copia de las formas de la Antigüedad en su obra, sino que propuso su propio estilo de retratista, su manera de transcribir la verdad anatómica de la cara y sobre todo la vivacidad del filósofo, su ánimo y entusiasmo, que eran cualidades que lo caracterizaban. De hecho, Diderot era conocido como alguien que hablaba mucho y Houdon lo representó hablando.
–¿Cómo realizaba sus retratos?
–En general, le gustaba tener el modelo sentado frente a él y esculpir. Tomaba medidas estrictas, con compás, de la cara, los hombros y el ancho. Le llevaba varias sesiones. Un ejemplo interesante es el de Washington. Houdon era tan conocido en París al principio de 1780 que los norteamericanos le pidieron que fuera a EE.UU. para hacer el retrato de Washington, que en esa época era el gran libertador de Norteamérica. Entonces, el escultor hace el molde directamente sobre la cara y esculpe un poco a grandes rasgos. Inmediatamente, regresa a Francia con ese material y empieza a esculpir en mármol. Washington no estaba en París y como Houdon tenía una preocupación muy fuerte por pegar la realidad a sus trabajos, pidió al embajador de EE.UU., que tenía la misma corpulencia que Washington, que posara para estar más cerca de la realidad del modelo.
–¿Y cómo hizo para esculpir a personalidades que ya habían muerto?
–Es el caso de Mirabeau, cuyo busto fue tallado a partir de una máscara funeraria. Unas horas después de la muerte, antes de que se modificara el ápice de su expresión vital, Houdon tomó con yeso una máscara de la cara. De hecho, la máscara original de Mirabeau se encuentra en Ginebra. A partir de esa máscara, se hizo un molde y se esculpió la obra definitiva.
–¿Entre sus contemporáneos era más conocido por haber retratado a eminencias de la época que por su técnica?
–Ambas cosas, en realidad. Y además creo que su genio fue haber sabido adaptarse a su época, creando una forma de democratización y generalización del retrato. Este ya no estuvo reservado a la alta sociedad, a la corte de Versalles y al rey. Houdon fue representante de una burguesía intelectual y financiera talentosa, y al mismo tiempo de varias capas de la sociedad francesa, que fomentó la Revolución Francesa.
Entrevista: Facundo Gari.
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