Martes, 4 de agosto de 2009 | Hoy
PLASTICA › EXPOSICIóN ANTOLóGICA DE AíDA CARBALLO (1916-1985) EN LA FUNDACIóN OSDE
La muestra, que resume 40 años de trayectoria, la reafirma como una gran grabadora pero también subraya su calidad de dibujante. Locura, ciudad, erotismo, de la vida a la obra.
Por Fabián Lebenglik
“No acepto que nadie diga que descendí a los infiernos. Simplemente conocí otra ciudad, la de los locos, que es un arrabal, apenas, del infierno.” Así lo dijo la artista, según el libro Aída Carballo. Arte y locura, que publicó Alberto Perrone en 1995, cuando se había cumplido una década de la muerte de la artista. La locura es dato central en la vida y la obra de A.C., del mismo modo que lo es la autorreferencialidad, casi un hilo conductor en la obra de Carballo, que a lo largo de su vida padeció varias internaciones psiquiátricas. Otros temas de su obra: la ensoñación, el amor en pareja, la vida cotidiana, la ciudad. “Pienso que lo que hago es soñar despierta –decía–, una especie de desdoblamiento de la imaginación sobre el papel.” La palabra desdoblamiento resulta reveladora, porque si por una parte se asocia inmediatamente con el material (el papel), la artista está hablando de lo que hace, y en este sentido la mención de un “desdoblamiento” también es una forma de nombrar en clave la locura. Pero para seguir con la vertiente onírica, en estos días la Fundación Osde presenta Entre el sueño y la realidad, una muestra antológica de Aída Carballo (1916-1985), curada por Gabriela Vicente Irrazábal.
La muestra, que abarca cuatro décadas de trayectoria, desde los años cuarenta hasta su muerte, incluye grabados, pinturas, dibujos, bocetos, objetos de cerámica, material audiovisual y documentación sobre la artista.
La exposición se estructura alrededor de las series que A. C. fue realizando la artista: la serie de los locos, los amantes, los levitantes, los colectivos, las muñecas, los gatos. También da cuenta de su larga tarea como ilustradora de libros y en el suplemento literario del diario La Nación (entre 1974 y 1984).
Según escribe la curadora, “El deseo de Aída es hacernos partícipes de su vida. Casi como una corresponsal o una cronista, ella va dejando un registro preciso y precioso de sus pasos”. Por eso la exposición se abre con el grabado Autorretrato con autobiografía, de 1973. Allí se ve la cabeza de la artista de perfil, levantando y mostrando la palma de su mano abierta. Mientras el rostro muestra sólo unas pocas arrugas en la frente, el entrecejo y los ojos, que son más bien líneas expresivas, la mano está profusa y profundamente surcada por arrugas, líneas y grietas, como si fuera un mapa de las marcas que le fue dejando la vida. Por detrás, manuscrita, se lee una breve autobiografía: “Y, bien, soy porteña. Nací a mediodía, a fines de julio en familia honesta, sobre piernas sólidas posé mi insolencia, alegre en los juegos, mechón despeinado, las manos pequeñas, la mirada negra. Transcurría el tiempo del viejo Yrigoyen, papá diputado socialista, De la Torre, Justo, el lío Vasena, Repetto, la Internacional. Había una casa...” Allí comienza a trazar el itinerario en el que se entrecruzan la propia vida y el contexto.
Para el grabado Autorretrato con narices, de 1964, hizo un boceto en lápiz donde se puede apreciar, entre muchos otras obras, su calidad de dibujante. “Dibujar es escribir las formas –decía la artista–, es la manera más pura y abstracta de la plástica, directamente ligada al lenguaje de los sueños.” Ese ida y vuelta (entre sueño, locura, amor, cotidianidad) marca una compleja relación dialógica consigo y el contexto.
En la serie de los locos, el registro de las situaciones revela por momentos una sordidez y al mismo tiempo una sensibilidad conmovedoras. Se trata de dos series, de los años cincuenta y luego de los sesenta, donde se ven dibujos a lápiz y a tinta y litografías.
En el libro citado de Perrone, se ahonda sobre sus internaciones con testimonios de la artista. “Primero fue un diagnóstico de la Clínica Modelo, de la calle Montes de Oca: amnesia nominal, delirio polimorfo, alucinación auditiva. Mientras estuve en los sanatorios privados puedo decir que eran una suerte de hoteles especiales: tenía tranquilidad y silencio. Yo había ganado buen dinero con mis actividades, pero durante esos años, impedida de trabajar, llegué a tocar fondo. Estaba permanentemente confusa y a la vez tenía una lucidez extrema. Me negué a pagar más cuentas, que en esos lugares son siempre abultadas y no había más opción que ir al Vieytes. La primera noche fue un auténtico pavor. Aquello difería sensiblemente de lo que yo conocía.” En su diario de internación, A.C. consigna: “Lunes. Sensación de opresión. Grito. Muchas locas. Me ponen el chaleco. Noche monstruosa, día dopada. Nuevo médico atiende mi relato confuso. Lugar horrendo (...) Vinieron dos nuevos médicos. Me escucharon. Conté y relaté todo lo sucedido, entrecortada. Si supieran lo extraordinaria fuerza de voluntad que hago para sobrevivir. Todo es hostil. Siempre me mienten o casi siempre. Las locas son realmente extraordinarias, dicen cosas que a veces no sé qué pensar por lo ajustadas al mundo que me rodea... Me siento sin esperanza, tal vez por años. Sabe, quien dirige esto, cómo matar el arte”.
En la serie de los amantes –que originalmente la artista presentó con un poema de Macedonio Fernández–, las obras exhiben parejas abrazadas, besándose, vestidas o desnudas, en las que la incomodidad de las posiciones revela siempre una urgencia apasionada en la búsqueda del cuerpo del otro. La artista propone el disfrute del amor y señala que por parte de la sociedad “el error fue ponerle al amor una plataforma moral”.
“Lo mágico de esta serie –según escribe Gabriela Vicente Irrazábal– es la realización del entorno: la naturaleza, la terraza, la noche. El dibujo minucioso de Aída Carballo contextualiza la escena: el detalle de cada planta o de cada piedra o del agua o de la noche, junto a la elección del blanco y negro para estas estampas y el buen manejo de la luz, hacen que esta serie consiga la trascendencia de la pasión.”
En la serie de los levitantes, las técnicas se abren en abanico: grabados, acuarelas, dibujos, un óleo. Las escenas de esta serie tienen un notorio clima surrealista y fantástico. En La sospecha, mientras la figura del detective asciende desde un sótano a una habitación que está en segundo plano, el criminal levita en primer plano ante la mirada sorprendida de un gato. Como en el juego de las diferencias, sobre esta obra terminada (una xilografía de 1969) se ofrece también el boceto a lápiz, en donde pueden rastrearse ciertos detalles, luego omitidos en el grabado. La levitación en esta serie se presenta en algunas obras como algo extraordinario y en otras como un ejercicio casi rutinario, lo que le confiere a la serie múltiples aproximaciones e interpretaciones.
* En la Fundación Osde, Suipacha 658, hasta el 22 de agosto.
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