Quien haya visto cualquiera de las dos películas Madagascar no sólo se habrá quedado tarareando hasta el hastío las pegadizas estrofas de “I’ like move it” (“Quiero mover el bote”, en la versión en castellano), que canta con peculiar entusiasmo Julien, “el rey de los lémures”. También habrá recordado con gracia, mucha gracia (probablemente más que las películas en sí), al grupo de paranoicos pingüinos que viven en el zoológico del Central Park, entre Alex, Marty, Gloria y Melman. Al punto de que al salir del cine o terminar de ver las películas de animación producidas por DremWorks uno se quedaba con la inequívoca sensación de que Kowalsky, Skipper, Cabo y Rico pedían más que los roles secundarios que la saga les había reservado. Y por suerte esa necesidad llegó en pantalla chica: desde ayer, Nickelodeon pone al aire, de lunes a viernes a las 17.30, Pingüinos de Madagascar, una serie protagonizada por los cuatro delirantes animalitos. Allí, los pingüinos conforman una extraña fuerza de elite con habilidades de comando y cuarteles clandestinos de clase mundial que deben resguardar el orden del zoo en la clandestinidad que tan bien les sienta. En este caso, sin la compañía de Alex, Marty, Gloria y Melman, la tarea se limita exclusivamente a atender los problemas que le causa su nuevo vecino, el Rey Julien, que llegó al zoológico en compañía de sus súbditos Maurice y Mort. Siempre proclives a desbaratar situaciones de la manera más delirante posible, Pingüinos de Madagascar logra mantener la cuota de acidez y gracia que los animalitos mostraron en el corto de Navidad que acompañaba a la película de la que nacieron. La primera temporada de la serie permite conocer un poco más a los pingüinos sin por ello perder acción dramática ni el humor lisérgico con el que supieron sobresalir.