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Martes, 11 de agosto de 2009

CINE › SAM RAIMI HABLA DE ARRáSTRAME AL INFIERNO, SU CELEBRADO REGRESO AL FILM DE TERROR

“Lo que me interesa es el terror fantástico”

El realizador de la saga de El Hombre Araña vuelve al género de sus orígenes, aunque reconoce que antes que con Diabólico o Noche alucinante conviene relacionar su nueva película con Un plan simple, por su condición de cuento moral.

 Por Chris Dickens

Hasta que The Evil Dead aterrizó en el Festival de Cannes, a comienzos de los ’80, esa clase de festivales no solía amparar esa clase de películas. La ópera prima de Sam Raimi era la de un joven fan del terror y el comic, a quien orgías sanguíneas, shocks y mutilaciones parecían producirle tanto placer como grúas y travellings. Un lustro después, con Evil Dead 2, este nativo de Michigan cruzaba el gore más desaforado con el humor de Los tres chiflados. Estrenadas en Argentina como Diabólico y Noche alucinante, poco más tarde Raimi reforzaría su stock con la caricatura negra de Crimewave (coescrita con sus amigos Joel y Ethan Coen), el comic filmado de Darkman y la revisión del western en plan historietístico, en Rápida y mortal. Entre la fatigada El Hombre Araña 3 y El Hombre Araña 4, que filmará el año próximo, tal vez para recuperar oxígeno Raimi acaba de regresar al género de sus orígenes, con Arrástrame al infierno. Gracias a ella, el realizador de Un plan simple volvió también a Cannes, en mayo de este año. Y hace su rentrée en la cartelera porteña, a partir del jueves próximo.

Tal vez sea Un plan simple la película con la que más convenga relacionar la nueva de Sam Raimi, antes que con Diabólico o Noche alucinante. Como el realizador reconoce en la entrevista que sigue, Arrástrame al infierno no es otra cosa que un cuento moral. Con la diferencia de que no se trata esta vez de un par de pueblerinos dejándose desaconsejar por su ambición, sino de una empleada bancaria (la rubia Alison Lohman, “chica de la puerta de al lado” por excelencia) que, para congraciarse con su jefe, desaloja a una pobre desposeída, que la manda al infierno. Pero no como forma de decir, sino literalmente. En esta entrevista, Raimi habla sobre el placer de dar miedo, las diferencias entre ludismo y moral, la contraposición entre presupuestos mínimos y monstruosos y, finalmente, sobre los terrores del capitalismo.

–Se lo siente muy a gusto en su regreso al género de terror.

–Es que me encanta el género, y supongo que ese placer se transmite a lo que uno hace. Lo que me gusta es el terror fantástico, el que no pretende parecerse a la realidad. Las películas de asesinos seriales, de crímenes muy realistas, de torturas, no me gustan nada. Me interesan las que estimulan la imaginación. Cuando filmo, lo que quiero es cargar al público de energía. Darle placer, incluso en sentido físico. Que griten, que peguen saltos, que se rían.

–¿Manipularlos?

–Llevarlos hacia alguna parte, diría yo. Creo que ahora tengo más claro que en mis comienzos qué es lo que asusta a la gente. Eso de repente me permite anticiparme, ganarles de mano, darles a veces lo que están esperando y otras dilatándolo. O poner un momento cómico donde se espera el susto, y viceversa. Pero todo eso no como fin en sí mismo, sino como medio para alcanzar un fin determinado.

–¿Cuál sería ese fin?

–Que el espectador se ponga en la piel de la protagonista, una chica común y corriente, no más mala o perversa que cualquiera de nosotros. Una chica débil, eso sí. Tanto como cualquiera puede serlo el espectador. Se deja llevar por la ambición y le pasa lo que le pasa.

–¿Definiría a Arrástrame al infierno como “cuento moral”?

–No me opondría a definirla así.

–Las películas de la saga Evil Dead, en cambio, eran más lúdicas, ¿no?

–En esas películas la idea básica era divertirse, pasarla bien con cosas que a mí o a muchos fans del género podían gustarnos. Pero en términos de personajes eran bidimensionales. En ésta pretendí (no sé si lo habré logrado) sumar una dimensión más. Arrástrame al infierno está enteramente construida alrededor de la protagonista, una chica linda, simpática, agradable, a la que se le opone una mujer vieja, fea y desagradable. Pero sucede que la que tiene razón es la vieja, mientras que la heroína toma una decisión cuestionable.

–¿Puede verse a Arrástrame al infierno como metáfora del capitalismo?

–Tal vez, aunque debo aclararle que nunca la pensé de modo tan literal. Lo que yo tenía claro era que la historia giraba alrededor de una persona que se dejaba llevar por el egoísmo. Y el egoísmo y la ambición son propios de la sociedad en la que vivimos.

–Otra diferencia con sus primeras películas es que en aquel momento usted todavía no era un director de culto, y ahora lo es. ¿Eso cambia la manera de relacionarse con el público?

–La intención es que eso no incida, porque no pretendo ser yo quien atraiga al público, sino la propia película. No filmé Arrástrame al infierno pensando: “Acá voy a hacer un guiño, o una autorreferencia, para que los que vieron aquellas películas lo pesquen”. No encaro las cosas de esa manera. Tenía una historia, unos personajes, y lo que pretendía era que funcionaran por sí mismos, que fueran autosuficientes. No me veo a mí mismo como un “autor” o algo así.

–Después de años de filmar con presupuestos enormes, ¿le costó achicarse?

–Sin duda. El presupuesto de la serie El Hombre Araña me permite hacer lo que quiera, y acá no era lo mismo. De repente, un día de rodaje complicado venía el asistente de dirección y me preguntaba cómo íbamos a resolverlo. Yo le decía: “No hay problema, si hoy no podemos terminarlo volvemos mañana y listo”. El tipo me explicaba que no, que mañana ya teníamos que estar en otra locación. Era ese día, y no se podía pagar otro día más. Eso me ayudó a reubicarme en lo que es filmar con un presupuesto normal.

–¿Cómo se la planteó, en términos de estilo?

–El estilo tenía que surgir del personaje, de lo que le pasa. Ella se desespera cada vez más, porque tiene sólo tres días para poder deshacerse del demonio que la acosa. La película debía “desesperarse” junto con ella, ponerse cada vez más dura. En términos de técnica, menos filtros difusores, menos movimientos de grúa, una luz cada vez más cruda y directa.

–Proyectos no le faltan, ¿no?

–Por suerte no. El año próximo espero ponerme al frente de la nueva secuela de El Hombre Araña, y no abandono la idea de filmar una cuarta parte de Evil Dead. También me ofrecieron dirigir Warcraft, basada en el videogame de ese nombre. Me parece que daría para una gran fantasía épica y fantástica. La idea es estrenarla después de Spiderman 4.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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“Las películas de asesinos seriales, de crímenes muy realistas, de torturas, no me gustan nada”, reconoce Raimi.
 
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