Mié 12.08.2009
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MARíA BJERG Y SUS HISTORIAS DE LA INMIGRACIóN EN LA ARGENTINA

“La historia es un gran relato”

A través de una escritura más literaria que “académica”, la autora da cuenta de la vida de cinco inmigrantes europeos. Una forma de homenajear, también, el derrotero de su propia familia.

› Por Silvina Friera

El recuerdo de un enigmático relato de la escritora danesa Karen Blixen, sobre un hombre que escucha un gran ruido que lo despierta y se interna en la oscuridad para averiguar la causa –una grieta profunda en el fondo de un estanque por donde se escapaban el agua y los peces–, es la flecha que dispara un libro asombroso, Historias de la inmigración en la Argentina (Edhasa), de la historiadora María Bjerg. La primera extrañeza la genera una escritura más literaria que “académica”, que despliega una especie de ranura por donde vuelve a entrar el deseo, ese gran olvidado por muchos historiadores que analizan los fenómenos con mayúsculas, sin atreverse a hurgar en las emociones que algunos temas sirven en bandeja. Las historias de vida de esos hombres y mujeres que muchas veces por obra y gracia del azar llegaron al puerto de Buenos Aires están amasadas por esperanzas, nostalgias, lamentos; un puñado de sentimientos que se tejieron a dos orillas, entre la aventura diaria de habitar en una tierra desconocida, lejos de los afectos, con los pies tanteando el nuevo espacio, pero con la mirada aún dirigida al otro lado del mar. Como el hombre del cuento de Blixen, que a la mañana siguiente, al mirar a través de la ventana, descubrió que el rastro dejado por su peregrinar nocturno había trazado el perfil nítido de una cigüeña, los inmigrantes que eligió Bjerg –la alemana Ella Brunswig, la danesa Karen Sunesen, la italiana Eugenia Sacerdote y Marcos Alpherson y Boris Garfunkel, originarios de Podolia, una región del imperio ruso ubicada en la actual Ucrania– dibujaron su cigüeña cuando evocaron el pasado narrando sus historias personales antes y después de la migración.

Doctora en historia por la Universidad de Buenos Aires, investigadora del Conicet y profesora de Historia Social en la Universidad de Quilmes, una parte de la familia de Bjerg emprendió el viaje desde Dinamarca a la Argentina en los años ’30 del siglo pasado. Esta mujer de pestañear tan rítmico que parece que estuviera abanicando sus ojos para despejar cualquier basurita o interferencia, que le impida captar los detalles de lo que mira, aclara que su familia “fue y vino varias veces”. “Normalmente se casaban todos dentro de la colectividad, pero mi padre, que también nació en Dinamarca, rompió con ese mandato y se casó con una mujer bien argentina de la zona de Santiago del Estero. No había manera de rastrearle a mi madre una ascendencia europea. Mi papá se casó con una típica morocha argentina”, bromea la historiadora.

La autora de Entre Sofie y Tovelille. Una historia de la inmigración danesa a la Argentina (2001) y El mundo de Dorothea. La vida cotidiana en la frontera de Buenos Aires en el siglo XIX (2004) dice a Página/12 que siempre le interesó jugar con la ampliación y reducción de escalas. Este juego la ha llevado a enfocar su mirada hacia lo micro, siguiendo la estela dejada por toda una corriente de la historiografía italiana encabezada por Carlo Ginzburg con El queso y los gusanos. “Trato de reflexionar mucho sobre la construcción del relato; siempre les digo a mis alumnos que un buen historiador tiene que conocer las estrategias narrativas y cómo se construyen los relatos, porque la historia es un gran relato. Soy una ávida lectora de ficción y creo que tengo un poco el complejo de una escritora de ficción frustrada”, admite Bjerg. “Cuando Edhasa me propuso escribir este libro, como me dieron tanta libertad para hacerlo y la única condición era que tenía que estar pensado para un público mucho más amplio que el círculo de colegas historiadores, sentí que era una ocasión que me venía regalada en bandeja para hacer estos experimentos narrativos y tratar de producir un encuentro entre el nivel micro y macro de la historia. En la segunda parte del libro me di la libertad de contarles a mis lectores las vidas de un puñado de inmigrantes. El relato de la escritora danesa Karen Blixen, ese cuento sobre la cigüeña, revela que “todos tenemos una enigmática trayectoria en nuestras vidas, pero por otro lado es también un guiño y homenaje a Blixen, a quien admiro por su capacidad para contar. Los historiadores debemos ejercitarnos en ser buenos relatores de cuentos”, advierte Bjerg.

De las historias de vida que incluyó en su libro, Bjerg cuenta que se identifica con dos mujeres: Eugenia Sacerdote, “esa científica italiana que fue investigadora del Conicet y que tuvo un derrotero tan complejo que ciertamente si los azares de la vida en vez de desviarla hacia el sur la hubiesen desviado hacia el norte probablemente hubiera ganado el Premio Nobel”. El otro relato que le atrae por la melancolía y la amargura que destila es el de la alemana Ella Brunswing, que vivía en un mundo de hombres en la Patagonia de los años ’20. “Ella hizo un esfuerzo imaginario para vivir en la Patagonia, pero sintiendo que estaba en Alemania. Creó una noción de hogar transnacional, que trasciende el mar y las fronteras, y de alguna manera es una viajera inmóvil con su imaginación porque todo el tiempo está viajando al hogar.”

–¿Qué papel cumplían las cartas que escribían los inmigrantes a sus familiares?

–Las cartas configuraban un hogar transnacional. La inmigración es en muchos sentidos un viaje; no es la conexión más obvia que migrar es viajar o moverse, sino que el regreso juega un papel muy importante en la mente del inmigrante. El regreso es un anhelo, un símbolo, es toda una representación de su nueva identidad. Escribir esas cartas es lo que les permitía mantener ese vínculo transnacional que los transformaba en viajeros permanentes, en viajeros inmóviles que se imaginaban siempre regresando, y las cartas configuran ese espacio, esa idea del hogar; que el hogar no es el lugar donde estás o el lugar que dejaste sino que es un nuevo espacio que vos creás con tu imaginación.

La historiadora reconoce que cada vez está más cerca de la crítica literaria y la construcción de ficción. “La historia tiene un contenido subjetivo y ficcional muy importante que quizá visiones más conservadoras de la historiografía lo descuidan. Creo que ya soy grande e hice todos los deberes –ironiza Bjerg–. Ahora puedo darme esta libertad, sin renunciar al rigor del protocolo tácito sobre cómo se construye ese conocimiento histórico. Respetando ese protocolo, hay toda una cantidad de libertades entre comillas que uno puede darse, como ponerle un ingrediente de creatividad al relato; que la historia no sea sólo una disciplina leída en un pequeño círculo sino que un público más amplio pueda acceder a ella. Pero sin banalizarla, porque también es cierto que hay mucha producción de divulgación que ha banalizado la historia y trabaja con cuestiones anecdóticas que no tienen ningún significado. Se puede hacer una producción seria, que respete el protocolo de trabajo y se deslice hacia un relato más creativo y cercano a los relatos de ficción.”

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