EN EL CIERRE, HOMENAJE A HORACIO FERRER
El poeta fue el gran protagonista de un emotivo espectáculo, que reunió en el escenario del teatro Avenida a Susana Rinaldi, Raúl Lavié, Guillermo Fernández, Julia Zenko y Raúl Garello, entre otros. Terminado el festival, ya tomó la posta el Mundial de Baile.
› Por Carlos Bevilacqua
El título del último encuentro del XI Festival de Tango de Buenos Aires en el teatro Avenida (De Buenos Aires a Horacio Ferrer) llevaba a imaginar una serie de artistas interpretando sus letras y a él en una actitud pasiva, recibiendo el tributo desde las primeras filas del auditorio. ¿Pero quién que conozca a Ferrer puede imaginárselo cruzado de brazos cuando de su obra se trata? Era lógico que el gran compinche creativo de Astor Piazzolla quisiera participar, además de conveniente para los organizadores y provechoso para el público. Lo difícil de presuponer era el grado de participación que tuvo, transformando la función de anteanoche en algo más parecido a un De Horacio Ferrer a Buenos Aires. Lo cierto es que el resultado fue formidable: la personal estética del homenajeado, muchas veces catalogada de surrealista, quedó ampliamente retratada en sus propias interpretaciones y en las de varios músicos con experiencia en la tarea de cultivarla.
De traje gris oscuro, camisa naranja, corbatín al tono y su característico clavel en el ojal, Ferrer inauguró la noche recitando “Balada para mi muerte”, en sintonía con una sutil pista de la música compuesta por Piazzolla. Se terminó de presentar con los versos de “Credo de amor en tango”, letra menos conocida que la anterior en la que enumera qué cosas son para él el tango. A continuación, arrancó lo que se presentó como el “desfile de estrellas amigas”. El primero en aparecer fue el cantor Guillermo Fernández, para interpretar “Chiquilín de Bachín” con el acompañamiento al piano de Juan Trepiana. Le siguió otro cantor de fuste, aunque con la voz algo ajada por el tiempo: Raúl Lavié, así y todo brillante intérprete de “La bicicleta blanca”, esa fantasía en la que Ferrer imagina cómo sería la llegada de Dios a nuestra ciudad. Mientras el homenajeado recitaba su filosófico poema “Existir”, el gran Miguel Angel Zotto fue acompañando las imágenes y el ritmo de las palabras en un baile de colección que desplegó abrazado a Daiana Gúspero. Para la última parte del espectáculo quedaron las damas: Julia Zenko en una vehemente versión de “Preludio para el año 3001” con Matías López Gallese en piano y Susana Rinaldi, quien optó por leer una carta en la que Cátulo Castillo reivindica el estilo de Ferrer en sus comienzos, cuando todavía era resistido por los más acérrimos defensores del canon tanguero. Tan apasionada como se había mostrado la noche anterior sobre ese mismo escenario (cuando cantó con la Orquesta del Tango de Buenos Aires), la Tana no pudo evitar un fragmento a capella de “La última grela”. A todo esto, el homenajeado observaba los acontecimientos sentado junto a una pequeña mesa, ubicada en un costado del escenario.
Entre esas intervenciones, hubo abundantes dosis de Ferrer por Ferrer. En soledad y sin ayuda memoria alguno, el vate montevideano recitó –y por momentos canturreó– los poemas “Canción de mi adolescencia”, “Loquita mía” y “Será que estoy llorando”. Ya con módicos acompañamientos, también declamó la admiración de “Mi viejo Piazzolla” con un piano desgranando la melodía de “Oblivión”, los piropos de “Lulú” para su esposa (la artista plástica Lulú Micheli, presente en un palco) con Raúl Garello al fueye y el réquiem profano de “Contramilonga a la funerala”, de la operita criolla María de Buenos Aires, sobre una grabación de la Orquesta de Piazzolla.
También intercalados entre esas actuaciones se proyectaron breves pero contundentes videos sobre diversas etapas de su historia: la infancia entre padres eruditos, sus años de bohemia en el Uruguay de los ‘50, el encuentro con Piazzolla, la creación de la Academia Nacional del Tango y sus valiosos trabajos como historiador del género, entre otros hitos. Desde una de esas grabaciones emocionó al recitar el tierno “Soy un circo”. Con todo, las imágenes más fuertes fueron las de algunos recitales históricos, como el del cantor uruguayo Gustavo Nocetti (fallecido en plena juventud tras un accidente automovilístico) en una espléndida versión de “Libertango” o el de Susana Rinaldi cantando un fragmento del “Oratorio del Pueblo Joven” acompañada por una orquesta sinfónica. Pero el pico de emotividad llegó con un video de 1969 en el que una joven Amelita Baltar agita al público en el final de “Balada para un loco”, de cuyo estreno se cumplen por estos días 40 años. Ese aniversario fue la excusa para homenajear a Ferrer, uno de los artistas más importantes de la historia del tango y, también, el motivo por el cual se programó que el final lo encontrase al poeta entre cantando y recitando aquello de “Quereme así, piantao, piantao” en un broche justo para una velada muy intensa. No hubo lugar para bises, todos parecían satisfechos. Lo que sí dejó Ferrer como despedida fue una humorada con su sello: “Estas palabras tienen un doble sentido: por un lado, gracias por venir y por el otro... ¡gracias por venir!”.
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