ULTIMAS PELíCULAS EN COMPETENCIA EN SAN SEBASTIáN
En sintonía con el ruido que despierta en la Argentina, todos en San Sebastián coinciden en que el premio mayor debería ser para El secreto de sus ojos. Mientras tanto, los tres films presentados sobre el final levantaron un poco el tono general.
› Por Horacio Bernades
Desde San Sebastián
Películas de origen español, turco y coreano cerraron la competencia oficial de la 57ª edición del Festival de San Sebastián, levantando, en el último par de días, el nivel de una sección que en promedio no pasó de una apenas correcta medianía. Lo cual no es, a esta altura, defecto de este festival, sino la tónica de cualquier evento cinematográfico en el mundo entero. Si se prefiere mirar la otra mitad del vaso, la participación, en competencia, de una gran película (Hadewijch, de Bruno Dumont), sumada a una media docena de otras más que atendibles, canta que la mitad más uno estuvo por encima de la media, en una carrera por las Conchas que cuenta, en total, con quince postulantes. Entre ellas, la favorita absoluta del público y la crítica presentes no es otra que El secreto de sus ojos, único film argentino y latinoamericano en competencia oficial (aunque aquí se la da como española, habida cuenta de que está coproducida por la compañía local Tornasol Films). Si hoy, en la media tarde boreal, el Jurado Oficial no anuncia la película de Campanella (también precandidata al Oscar, ver págs. 26-27) entre las Conchas, puede anticiparse que arderá Troya en San Sebastián.
“No se trata de la historia argentina explícitamente, aunque está llena de referencias a ella”, aclaró, en conferencia de prensa, el realizador catalán Isaki Lacuesta (de quien se habían visto, en el Bafici, Cravan vs. Cravan y La leyenda del tiempo), refiriéndose a su película Los condenados, una de las que cerraron la competencia oficial. En términos estrictos, lo que dice Lacuesta es cierto, ya que en su película nunca se menciona literalmente a la Argentina. Pero no es menos cierto que no habrá espectador local que al verla no piense lo contrario. Protagonizada por un elenco casi enteramente porteño (desde Daniel Fanego y Arturo Goetz, hasta Leonor Manso y María Fiorentino), pero filmada en medio de la selva peruana, tal vez la densa vegetación y altas montañas sean el único elemento no argentino de Los condenados. En la película de Lacuesta, un grupo de ex guerrilleros se reúne, en un paisaje que bien podría pasar por el noroeste argentino, con la intención de practicar una excavación. Lo que buscan es el cuerpo del líder del grupo, caído allí en los ’70. Al estilo de films como Reencuentro, de
Lawrence Kasdan, la reunión de todos ellos dará ocasión a confrontar –entre recelos, secretos enterrados y cuentas pendientes– posiciones encontradas, que tienen que ver con el modo en que se procesa la memoria histórica, la lucha armada y el uso de la violencia política.
Rociada de referencias a las distintas experiencias guerrilleras en la Argentina (desde la de Jorge Masetti, en 1963, hasta la de Montoneros en general, pasando por Uturuncos y, desde ya, el foco del ERP en Tucumán), Los condenados fusiona todas ellas, en vistas a “desinscribirlas históricamente” (acertadísima definición de Fanego en la conferencia de prensa) y universalizarlas. Intención transparentada por una mención al paso a la ETA, hecha por el personaje de Nazareno Casero. Quien, junto con la joven actriz española Bárbara Lennie, viene a encarnar la opción entre ruptura y continuidad que atraviesa a la generación de los hijos de aquellos militantes. Filmada con fluidez y bien actuada, el problema de Los condenados es justamente que le cuesta encarnar, en personajes, las ideas que quiere poner en juego. El recurso al tema borgeano del traidor y del héroe está llamado a abrir, por otra parte, una polémica que tendrá coletazos en Argentina, donde Los condenados deberá estrenarse, tarde o temprano.
Para hablar de la película turca Diez para las once, así como de la coreana Vengo de Pusan, es necesario bajar de lo macro a lo micro, de lo histórico-político a lo íntimo y personal. Aunque no sin resonancias más generales, por cierto. Dirigida por la realizadora Pelin Esmer, Diez para las once gira alrededor de un personaje magnético, un ex ingeniero en telecomunicaciones y coleccionista octogenario que vive en una especie de museo propio, entre pilas de diarios, polvo, radios viejas y tomos de filatelia. El problema es que el edificio en que vive no está preparado para resistir sismos, el índice Mercali de éstos tiende a subir en Estambul y parece no haber más remedio que tirar el edificio abajo. Pero al hombre, dueño de una testarudez que los años no han hecho más que potenciar, sólo lo sacarán de allí con los pies para adelante. El gran mérito de la película es el de no caer en la clase de paternalismo perdonavidas en el que la mayoría de las películas lo hacen, cada vez que ponen en su centro a un protagonista de la tercera edad. Seco, tozudo y caprichoso, si el viejo despierta simpatías no es porque se lo proponga. Además, la experiencia previa de la realizadora en el campo del documental permite que en cada salida a la calle la ciudad se convierta en un personaje más. Y no es un feo personaje Estambul.
En la coreana Vengo de Pusan, una adolescente solitaria, que no estudia ni puede conseguir empleo, atraviesa una suerte de via crucis personal, a partir del momento en que decide ceder en adopción al bebé que acaba de tener, producto de una relación ocasional. Sin duda que la película de Jeon Soo-il puede interpretarse como una defensa a ultranza de la maternidad, con el consecuente castigo a quien ha osado infringirla. Pero está tan bien narrada como el cine coreano suele hacerlo, incluyendo alguna escena magistral. Como una en la que, en un único plano de larga duración, se observa, a través de una ventana, en silencio y a la distancia, un karaoke que degenera en brutal castigo. A propósito, si un subtema tiene la película de Jeon Soo-il es el de la ley del más fuerte en la sociedad coreana, con una serie de abusos, castigos y violencia callejera, que dejan un serio interrogante acerca del estado de la convivencia allí. Lo que está fuera de toda duda es la crisis económica por la que atraviesa ese país. Todo un tema, no sólo aquí sino en Animal Town, otro film de ese origen, que pudo verse en la sección Zabaltegui.
Y ahora sí, es la hora de las Conchas.
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