EL ATíPICO PRODUCTO DE UN CINEASTA EN LA CáRCEL
Producto de una combinación de astucia, paciencia y suerte, el film de Hoijman retrata el camino de Simón Pedro Nobre con alto rigor documental, pero también la influencia del policial clásico.
› Por Horacio Bernades
Altas dosis de paciencia, astucia y buena fortuna habrán permitido a Alejo Hoijman, realizador, guionista y editor de Unidad 25, lograr aquello por lo que cualquier documentalista estaría dispuesto a vender o empeñar su alma, su honor, su nombre. Premiada en la edición 2008 del Bafici, en Unidad 25 Hoijman narra un proceso completo, desde el momento en que se inicia hasta el instante en que se consuma. Algo que a un realizador de ficción no debería costarle nada, pero a lo que un documentalista accede sólo tras la más larga, esforzada e improbable de las cacerías. Hablando de ficción, Unidad 25 no se abre del modo en que los documentales suelen hacerlo, sino a la manera de un policial clásico. Primer plano sobre un rostro, que identifica a su portador como protagonista. El hombre va esposado, en la parte de atrás de un vehículo policial. Una corta panorámica permite ver una reja y, detrás de ella, unos policías. Un diálogo en off, entre el chofer y la guardia, permite comprender que están entrando en una cárcel. Llegado ese punto, al espectador más o menos avezado no le cuesta nada suponer que allí transcurrirá el resto de la película.
¿Cómo hizo Hoijman para estar, con la cámara lista, justo en el momento en que llegaba a la cárcel el protagonista que estaba necesitando para su película? María Moreno se lo pregunta, en el suplemento Radar del domingo pasado, y Hoijman lo confirma: todo fue cuestión de paciencia, astucia, buena fortuna. Y, se transparenta también, capacidad de negociación. Hoijman sabía de antemano qué quería narrar, y para eso necesitaba un protagonista que no fuera evangelista. Aguja en un pajar: los 245 internos de la Unidad 25 lo son. Simón Pedro Nobre tiene 18 años y, a pesar de la carita de ángel (más que un pibe chorro parece un actor; de esa buscada falta de tipificación habla también Hoijman con Moreno), viene de Olmos, con una condena por asesinato a mano armada. “Si vos no creés en Dios, ¿por qué viniste acá?”, le pregunta uno de sus compañeros, en medio del tenaz proceso de adoctrinamiento. “No sé...”, duda el muy reservado Simón, y mira para abajo. “Si hubiera sabido que había que orar, no venía.”
En su carácter de cárcel-iglesia, en la Unidad 25 no hay –eso se dice, al menos– facas y ajustes de cuentas, biabas y bailes, humillaciones y aislamiento. “Olvídense de eso”, les dice un jefe de guardias a sus subordinados. “Se charla con el siervo, hay que intentar convencerlo. Si no afloja, se lo lleva a la ducha y, en último caso, media hora de disciplina. Eso es todo, métanselo en la cabeza.” Lo de “siervo” obedece al escalafón evangélico, que aquí se usa más que el penitenciario. En la Unidad 25 no hay guardiacárceles y tumberos: hay siervos y pastores. Y cuando se habla de “disciplina”, ¿de qué se habla? No se sabe: esa pregunta queda sin respuesta. En cuanto a lo de “métanselo en la cabeza”, de eso parece tratarse todo: de meter cosas en la cabeza. De ahí las lecturas de la Biblia, con interpretación incluida, que los guardias-pastores cumplen a diario ante los siervos-internos. Lecturas que, como era de prever, priorizan la noción de obediencia. “La policía está puesta por Dios, el castigo es necesario.”
De ahí también las reiteradas, repetitivas, internadoras canciones de alabanza al Señor, con los presos alineados en dos filas enfrentadas y uno que va y viene entre ellos, cantando, aplaudiendo y, sobre todo, vivando. Tratándose de presos en un penal, no debería sorprender que esas canciones sean idénticas a las de la cancha, trocando “lo vamo’ a reventar” por “el Señor triunfará”. En esas sesiones, Simón Pedro es el único que no canta, no viva, no palmea. Historia de una conversión, en el curso de Unidad 25 la escena se repite, la tensión aumenta. ¿Cuánto más podrá aguantar el disidente sin que lo expulsen del rebaño? “Uno de nosotros”, podrían cantar los demás finalmente, como hacían en la clásica Freaks los seres-fenómeno, luego de que la protagonista se convirtiera en mujer-gallina.
Antes de eso, tres grandes momentos íntimos, captados por la cámara de Hoijman desde una prudente distancia. En el primero, Simón, recién llegado, le confiesa a un compañero que no ve la hora de irse. En el segundo, un interno de rostro cubierto, que bien podría ser Simón, le cuenta al mismo interno cómo “boleteó” sin vueltas al dueño de un auto con pasacasete. El otro, en respuesta, le enumera las Uzi, los chalecos antibala y los lanzamisiles que usaba cuando integraba una banda de piratas del asfalto. Finalmente, Simón recuerda lo linda que era su novia, a la que violaron en su presencia, cuchillo al cuello. Lo hace sin dramas, confirmando que la distancia que va del horror a la naturalidad es tan mínima como lo es el hábito.
8-UNIDAD 25
Argentina, 2008.
Dirección, guión y edición: Alejo Hoijman.
Fotografía: Gastón Girod.
Estreno en los cines Hoyts Abasto y Arte Cinema.
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