Jue 15.10.2009
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ALEJO HOIJMAN HABLA DE LA EXPERIENCIA DE REALIZAR SU NOTABLE DOCUMENTAL UNIDAD 25, QUE SE ESTRENA HOY

“La cárcel y la religión son formas de obediencia”

A la hora de armar su película, el cineasta eludió las formas clásicas, mezclando elementos narrativos: “El límite entre cine documental y ficción no debe discutirse en el territorio de lo estético, formal, sino en el de lo ético”.

› Por Oscar Ranzani

Hace cinco años, el cineasta Alejo Hoijman leyó una nota en Página/12 que reflejaba el sistema de funcionamiento de la Unidad 25 de Olmos, la única cárcel-iglesia de la Argentina. Interesado por los “sistemas de imposición de mentalidades”, Hoijman vio en ese artículo periodístico el germen de su próximo largometraje. Ganador del premio a la Mejor Película Argentina en la edición 2008 del Bafici, Unidad 25 –que se estrena hoy– es un documental que no recurre a las entrevistas ni a la voz en off para poner al descubierto las prácticas de conversión al evangelismo en una unidad penintenciaria, sino que utiliza una modalidad de observación, con una estética cercana a la ficción. Sin adoptar un tono de denuncia explícita, sino más bien apelando a la mirada crítica del espectador, el acierto de Hoijman radica en haber realizado un largometraje que plantea preguntas antes que respuestas. Para concretarlo siguió los pasos de un detenido que, a diferencia de lo habitual, ingresó en la Unidad 25 sin ser creyente. Esto le permitió exponer el proceso de adoctrinamiento religioso en ese penal, al que generalmente llegan reclusos de otras unidades carcelarias que ya son creyentes o que provienen del pabellón religioso de otra cárcel.

Como la idea del director era registrar un proceso completo de adoctrinamiento en la Unidad 25, decidió narrar su documental “desde el punto de vista de un preso que no fuera religioso y que llegue a esa cárcel por primera vez”. Con esa idea en mente, comenzó a ir a la cárcel-iglesia para estudiar, en principio, cómo era el procedimiento de llegada (algo muy dificultoso de filmar, porque se desconoce la hora exacta), cómo recibían a los ingresantes, qué papeles les hacían firmar y qué preguntas les formulaban, entre otros aspectos. Un día, con la suerte de su lado, Hoijman supo que iba a llegar un grupo de diecisiete presos por las vacantes que se habían generado. El director y su equipo decidieron filmar a cinco detenidos al mismo tiempo, como si cada uno fuera el protagonista definitivo.

“La mayoría de los presos que llegan no entienden nada, pero a la noche ya están cantando y aplaudiendo porque miran al resto y se adaptan cumpliendo con la disciplina”, señala Hoijman. Eso no le servía para registrar el proceso que pretendía. Hasta que detuvo su mirada en la cara de uno de ellos, Simón Pedro, que le había interesado porque era muy joven y, además, “porque no encajaba en el estereotipo de lo que uno ve en la televisión que debe ser un preso o alguien que cometió un delito”, explica el realizador. “Es un chico cuya imagen representa a alguien de clase media, que no es real, porque viene de un estrato social muy bajo, con una vida extremadamente dura. Como el público de mi película iba a ser mayoritariamente de clase media, yo quería lograr una identificación entre el espectador y el personaje que atraviesa todo eso”, agrega Hoijman. La decisión final llegó cuando en el primer rezo colectivo había uno que no aplaudía ni cantaba: era Simón Pedro.

–¿Qué incidencia tienen las autoridades del penal en estas prácticas de adoctrinamiento?

–Desde que empecé con la idea de la película hasta que terminé de filmarla, las autoridades de la cárcel fueron cambiando. Y cada una de ellas tenía una política un poco distinta. Cuando fui por primera vez, el propio director era un guardiacárcel de carrera y también era pastor evangelista. Les leía la Biblia. En el momento en que filmábamos la película, el director era religioso evangélico, pero no era pastor. Tenía un conocimiento muy profundo del evangelismo, de los rituales, de toda la cuestión religiosa, pero no participaba de un modo activo. En realidad, en esa cárcel hay dos autoridades superpuestas: está el sistema disciplinario carcelario y el sistema disciplinario religioso. Cada uno tiene su estructura piramidal de jerarquías. Uno está manejado por el Sistema Penitenciario propiamente dicho, y lo mismo pasa con la autoridad religiosa. En este último caso, hay algunos pastores externos a la cárcel que no tienen un cargo formal, pero que en la práctica son la autoridad religiosa de la unidad penitenciaria. Pero formalmente hay designada una autoridad religiosa dentro de la cárcel que se conforma con presos: ellos componen la pirámide jerárquica del mundo religioso. Eligen a un preso que tiene carisma de líder, ya reconocido como tal por sus propios compañeros, pero además tiene conocimiento de lo religioso. Lo nombran pastor y pasa a ser lo que en cualquier otra cárcel sería el poronga. Lo curioso es que acá está nombrado por las autoridades penitenciarias. Y hay una jerarquía de gente que responde a este pastor-preso. El tiene una oficina especial dentro de la cárcel, un representante en cada pabellón y, a su vez, cada representante de pabellón tiene un representante dentro de cada celda. Es todo un sistema de autoridad muy metido en el mundo de los presos. Y si un preso mueve un dedo cometiendo una infracción en el sistema disciplinario, el primero que se entera es el pastor, que después tiene como responsabilidad decidir si denuncia a ese preso al sistema policial.

–Viendo el documental uno entiende que el proceso de adoctrinamiento es prácticamente un lavado de cerebro. ¿Cómo lo percibió usted estando allí?

–En la película se ven dos sistemas carcelarios. Está el común, con las cárceles muy violentas, donde continuamente hay riesgo de vida para los presos, y está este sistema “b”, donde las condiciones de vida en cuanto a higiene, comida y violencia son mucho mejores, pero hay que atravesar esta transacción de convertirse al evangelismo. Entonces, en la película hay dos sistemas. ¿Cuál elijo yo? Ninguno de los dos, ni “a” ni “b”. No es una película que tome partido por uno de los dos. La solución va a ser un sistema “h”, que no está, que hay que crearlo. Las cárceles deberían ser lugares para la reinserción social. Las personas que cometieron delitos deben ser reeducadas, tener posibilidades de estudiar y de reinsertarse sin tener que convertirse a ninguna religión ni estar obligadas a adoptar un sistema de visión del mundo religioso. Que cada uno tenga la religión que quiera, pero no debería ser producto de una especie de extorsión en la cual: “O te mando a un lugar donde te matan y te violan o te volvés religioso”. Es lo contrario a una decisión libre.

–¿Cómo se puede saber si los presos fueron cooptados o simulan ser creyentes para tener los beneficios de esta cárcel?

–No sé si hay manera de saberlo. Hay dos extremos: uno es el preso que no cree en nada y lo dice en voz baja y en el otro extremo está el preso que pareciera estar absolutamente convencido y compenetrado con lo que hace. Habrá otros sobre los que la imagen puede decir una cosa y en la práctica hacen otra y es muy imposible saber la realidad. Pero el grupo mayoritario está en el medio. Es aquel que cumple con las reglas, pero sin saber muy bien por qué. O sin preguntárselo del todo. Esa es una de las preguntas que guió la película. Es un documental filmado en una cárcel pero que, al fin y al cabo, no lo describiría como un documental sobre cárceles. Me interesa que la película dialogue con la sociedad. No-sotros, como ciudadanos supuestamente libres, estamos todo el tiempo cumpliendo con un montón de reglas de convivencia y demás. Esas reglas las cumplimos a conciencia: desde la menos significativa como esperar el semáforo en rojo hasta la democracia en general o ir al Registro Civil a anotar a un hijo. Ahora, nosotros ciudadanos libres, ¿acaso creemos absolutamente en todo lo que hacemos o hay cosas que las hacemos sin saber bien por qué, sin cuestionarlas? Ese esquema es el que representa al grupo mayoritario dentro de la cárcel, y también fuera de ella. Unidad 25 intenta hacer un señalamiento de ese mecanismo de funcionamiento: poner en evidencia que hay reglas y que esa reglas uno no las veía del todo es el primer paso para poder cuestionarlas y, en todo caso, transformarlas.

–¿Estas prácticas disfrazan un método de control penitenciario?

–No disfrazan, lo son. En la película hay una visita de estudiantes del Servicio Penitenciario: las autoridades les cuentan cómo funciona y explican cuán bien diseñado está el sistema de control religioso, que es un sistema de autocontrol. Les hace el trabajo mucho más fácil a los guardias. Y por eso hay una especie de convivencia. Gran parte de las problemáticas se resuelven entre internos que forman parte de la jerarquía religiosa y los que no, sin llegar a las autoridades policiales. Es como si el sistema religioso fuese una especie de sistema operativo de normas y de poder, que hace el trabajo más sencillo al Sistema Penitenciario.

–¿Cómo analiza la relación entre obediencia y poder en este contexto?

–La cárcel es el mundo de la obediencia en sí mismo. Es donde uno está más privado de sus derechos de ciudadano porque así lo indica la ley. Es el lugar por definición donde obediencia y poder deben estar relacionadas. La religión es otro. ¿Por qué? El cristianismo y las religiones en general invitan a la obediencia de una cantidad de reglas con la promesa de ser salvados del infierno; de un infierno que vendrá el día que uno muera, de un castigo que llegará a posteriori. En esta cárcel, el sistema evangélico propone la salvación de un infierno terrenal, ya. La obediencia no es moneda de transacción para evitar un infierno en un futuro incierto o a veces lejano, sino para salvarse del infierno hoy: una cárcel común. La mayoría de las cárceles comunes son lo más parecido a aquello que se define comúnmente como el infierno. Escapa a la imaginación de cualquier ciudadano que nunca estuvo en una cárcel. Los presos de la Unidad 25 siempre llegan de otras cárceles, es muy raro que lleguen apenas después de haber cometido un delito desde la calle. Y los presos con los que hablamos cuentan historias aberrantes que escapan a la imaginación humana. Y eso que las cárceles son lugares manejados por hombres, las reglas son impuestas por hombres; pero la humanidad tiene su costado oscuro. ¿Por qué digo esto? A mi modo de ver, tanto ese infierno que es una cárcel común, es tan humano (en su oscuridad) como la salvación que se promete en esta cárcel. En la Unidad 25 hay una salvación que los religiosos considerarán divina. Yo la considero humana. Si es verdad que a algunos presos el sistema religioso en esta cárcel los convierte en mejores personas, mi visión es que se debe al fortalecimiento de ciertos vínculos humanos que hay en ella: de solidaridad, de diálogo, de contención. Eso los puede llegar a hacer mejores personas.

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