Lunes, 26 de octubre de 2009 | Hoy
ENTREVISTA A JORGE HALPERíN POR SU LIBRO LAS MUCHACHAS PERONISTAS
El periodista explora el impacto de la mujer en la vida política. “Hay una creencia de que las mujeres tienen mayores virtudes cívicas, pero otra cosa es aceptarlas gobernando”, apunta. Halperín indaga en el modo en que el imaginario procesa “lo femenino” en el poder.
Por Silvina Friera
Aunque pasaron treinta tres años y todos los cataclismos imaginables en la Argentina, el pensamiento de un burgués pequeño sigue inalterable. El periodista Jorge Halperín sale a la cancha con los tapones de punta en el prólogo de Las muchachas peronistas (Aguilar), que escribió junto con Diego Tomasi. El libro analiza por qué Eva, Isabel y Cristina, llevadas al poder por el mismo movimiento político, desatan un sinfín de tempestades políticas y de odios viscerales que las convierte en innombrables: “esa mujer”, “la puta”, “la yegua”. El libro no busca equiparar, sino contextualizar los momentos altamente conflictivos en que ejercieron el poder estas mujeres. Pero la investigación encuentra afinidades en el rechazo que sufrieron por parte de las clases altas y medias (paradigmático es el “Viva el cáncer” contra Evita), los juicios comunes brutales a los que fueron sometidas, bajo apelativos como “arribista” y “vengativa”, y el hecho de ser consideradas “ineptas” para ejercer el poder. De las tres se dijo que sólo llegaron por el dedo elector de sus maridos, sin importar el respaldo popular con que contaran.
¿Cómo funciona lo masculino y lo femenino en el imaginario del peronismo y de los argentinos en general? ¿Por qué virtualmente ninguna otra fuerza política llevó mujeres al poder de manera tan significativa, siquiera en el interior de sus organizaciones? Halperín explora el impacto que ha tenido la mujer en la cultura política argentina, guiado por un puñado de “insumos fundamentales” provistos por el politólogo Edgardo Mocca; los politólogos y encuestadores Analía del Franco, Ricardo Rouvier, Enrique Zuleta Puceiro y Roberto Bacman; la socióloga Nélida Archenti; Carolina Barry, investigadora del Partido Peronista Femenino; el psicoanalista Juan Carlos Volnovich, estudioso de los temas de género; el semiólogo Oscar Steimberg y el plástico Daniel Santoro, entre otros.
A Halperín lo sorprendió la “calentura” con la que se estaba formulando el rechazo hacia Cristina Fernández, con una intensidad que sonaba a odio. “El día de la elección mandé a un muy buen productor a la calle para registrar si eso que yo estaba olfateando, un clima de odio creciente, era real o no”, recuerda Halperín en la entrevista con Página/12. “Estamos hablando de cuando Cristina aún no había empezado a gobernar, el día que la eligieron. A tal extremo llegaba ese odio que las respuestas eran del tipo ‘por supuesto que voté a Lilita, no iba a votar a ésa’.”
–¿Quién es “ésa”? –preguntó el productor de Halperín.
–No te voy a decir el nombre, no vas a conseguir que la nombre, en poco tiempo la van a echar a patadas –respondía, ofuscada, la mujer entrevistada.
–¿Quién la va a echar a patadas?
–Los militares.
–¿Y usted qué va a hacer?
–Voy a aplaudir...
La comprobación de lo que olfateaba en el aire lo impulsó a indagar en los costados más viscerales de la política. “Nunca me interesé por los textos del feminismo y miro con mucho interés al peronismo, pero nunca con la idea de ser parte del peronismo, aunque siempre le reconozco muchas innovaciones –admite Halperín–. El libro, además de profundizar en toda la visceralidad de la política y las creencias, tenía que ofrecerle al lector datos concretos de cómo gestionaron el poder esas tres mujeres.” El periodista recuerda que, además de promover el voto femenino, a principios de los años cincuenta el peronismo instaló el parlamento con más proporción de mujeres del mundo, “no había en el mundo otro parlamento que tuviera tal proporción de mujeres”, aclara el periodista. En 1952, 23 diputadas y 6 senadoras asumieron un lugar en el Congreso Nacional. En total, incluyendo las diputadas provinciales, fueron 109 legisladoras en todo el país.
“Ninguna de las otras fuerzas presuntamente más democráticas, como los radicales y socialistas, les dieron a las mujeres una chance de llegar al tope de poder. La única fuerza que lo hizo es esta fuerza tan contradictoria que es el peronismo. En el imaginario colectivo, el peronismo es macho y el radicalismo es hembra. Los liderazgos radicales, por sus formas más pomposas o más retóricas, de gente civilizada, aparecen como más femeninos. Y sin embargo, los peronistas les abrieron las puertas a las mujeres”, compara el autor de Las muchachas peronistas. “Hoy tenemos una oferta femenina en el paisaje político bastante notable para lo que es la historia argentina. Una gobierna; otras tres están expectantes, consiguen masividad de votos y son protagonistas de la política. Pero las ayudó el rechazo hacia la política y la televisión.”
–Es paradójico que el ascenso de la mujer se dé en un contexto de decadencia de la política. ¿Cómo explica que las mujeres asciendan cuando las acciones de la política están en baja?
–Allí donde hay una decadencia de cierta actividad, la mujer encuentra espacios. Cuando la política está en descrédito, hay que probar lo distinto. Y lo distinto también son las mujeres. Pero las mujeres encuentran otra ayuda. La política ya no se rige por los sistemas clásicos, las formas clásicas de barricadas, ahora la política es a través de los medios de comunicación, fundamentalmente la televisión. Esto hace que las mujeres puedan eludir todo el sistema de filtros de los partidos, manejados todavía por los hombres. Tienen que construir una opción por fuera de los partidos, como hizo Carrió y prácticamente Margarita Stolbizer, que se salió de la estructura de poder del radicalismo para tener peso.
–¿Por qué se imponen esos sistemas de filtros si muchas mujeres miden muy bien, a veces mejor que los hombres?
–En el terreno de las creencias, muchos hombres que manejan los partidos piensan que es más fácil pactar con un hombre, que los hombres son previsibles; que si vos hacés un pacto, van a cumplir. La mujer es más imprevisible. Esto tiene que ver con prejuicios y con la falta de experiencia de dejar militar a las mujeres en los ámbitos de poder. Si no milita porque se le cierra el paso, podés hacerte cualquier prejuicio, total no tenés cómo confirmarlo. Todo este fenómeno a su vez proyecta un nuevo prejuicio que es que las mujeres supuestamente tienen virtudes cívicas superiores a los hombres, cosa que yo no creo. No creo que ni los hombres ni las mujeres sean superiores, ni en el plano intelectual ni en el moral. Gabriela Michetti, Elisa Carrió, podrán tener defectos, pero son consideradas honestas y virtuosas. Fijate qué paradójico: hay una creencia de que las mujeres tienen mayores virtudes cívicas, pero otra cosa es aceptarlas gobernando.
–¿Por qué cree, como señala en el libro, que la gente destaca como valor de la política el consenso cuando la esencia de la política es conflicto?
–Hay una creencia, incluso en el progresismo y eso lo señala Chantal Mouffe, de que la democracia tiene que ser consensual. Hay una idea de que es verdaderamente civilizado. Por supuesto que el Gobierno también busca el conflicto. Supuestamente es anacrónico y antiguo buscar el conflicto de intereses, como en los ’70, y lo moderno sería propiciar el acuerdo. Esta tendencia que impera en el sentido común y que los medios de comunicación reafirman todos los días es lo que Ricardo Rouvier define como “la democracia del cementerio, la democracia sin conflictos”.
–¿El fuerte rechazo que genera Cristina en algunos sectores está relacionado con el hecho de ser una mujer que sale a confrontar “a la vieja usanza”?
–Sí, exactamente, ella acepta la idea del conflicto. De hecho durante su carrera legislativa afrontó la pelea contra el menemismo; en consecuencia es visible que para Cristina el conflicto es inherente a la naturaleza política. La manipulación de la política es la negación de los conflictos de intereses; entonces una empresa periodística que tenga intereses en el campo, en negocios que contaminan, informa sin ningún miramiento por sus propios intereses. Podemos imaginarnos ese mundo ideal que cantaba Louis Armstrong (risas). Pero el mundo es conflicto también. En ese sentido hasta se supone que la mujer debería ser menos conflictiva que el hombre y para colmo Cristina no lo es. Da la pelea. La promesa que tenían los Kirchner en la gestión que empezaría con Cristina era mejorar la calidad institucional. Ellos mismos, en cierto modo, no podían sustraerse al prejuicio de que era mejor una mujer para manejar la calidad institucional. Así como hay un prejuicio de que la mujer no puede gobernar, también hay un prejuicio de que cuando actúa en política tiene mayores virtudes cívicas que los hombres y buscan el entendimiento.
En el libro, Halperín recuerda cómo el artista plástico Daniel Santoro vivió el odio a Evita en tiempo presente. Cuando presentó el libro Evita para principiantes en la librería Cúspide de Recoleta colocó una pancarta de promoción, una Evita tamaño natural, pintada, con el libro en la mano. Pero duró un día. “Cuando pregunté el motivo –cuenta Santoro–, me dijeron que desde la casa central de Cúspide los habían llamado y tuvieron que retirar la promoción porque la gente se quejaba mucho.” Unos meses después se presentó en el mismo local el libro de Pacho O’ Donnell sobre el Che Guevara. “No hubo ningún problema con el Che. Quizás esa gente piensa que el Che ‘es uno de los nuestros’, aunque haya hecho la revolución. Sin embargo, a todas esas mujeres de Barrio Norte, el Che las hubiera fusilado sin piedad –ironiza Santoro–. Eva, ¿qué hubiera hecho? Nada. Lo que hizo ella fue peor: ser pobre y tener poder.”
–¿A qué atribuye el enojo y la visceralidad de los sectores medios contra este gobierno?
–Uno puede ensayar algunas hipótesis. Una vez que la clase media asomó la cabeza de la crisis, que pudo recuperar los ahorros, dejó a un lado la solidaridad con los pobres. “Ahora no impidan ir a trabajar, no me corten el paso, no me molesten.” A esto se sumó la pelea del Gobierno con los militares por la reactivación de los juicios. Muchos sectores de la clase media le dieron consenso a la dictadura y no ven con simpatía las políticas de derechos humanos de los Kirchner. Esa mezcla de piquetes que les molestan, las políticas de derechos humanos, el enfrentamiento con la Iglesia y la imagen tradicional del peronismo en lo peor que tiene, en los punteros y aparatos, toda esa combinación hace a un rechazo general que es muy difícil de superar.
–¿Por qué quien investiga algún aspecto del peronismo siempre tiene que aclarar si es o no es peronista?
–El peronismo dio vuelta la cultura política y ocupó de tal manera el escenario que vos no tenés otra alternativa que “ser” o “estar en contra”. Si querés decir algo a favor y no sos peronista, tenés que aclarar que no sos, como si estuvieras esperando la andanada de cuestionamientos que te llegarán del otro lado. Como lo aclaro en el prólogo, no soy peronista, pero me gusta mirar lo que no vemos tan fácilmente. En el ’47, Gino Germani hizo un censo y descubrió que el país tenía un grado de equidad como pocos en el mundo. La brecha entre ricos y pobres era bajísima en ese momento. Ninguna sociedad de América latina tenía semejante equidad. Argentina lanza la innovación y después retrocede. Es la primera, se adelanta y después no se lo banca, no lo puede digerir. Qué paradoja que tiene el peronismo, porque también produce cada bestia bruta... El peronismo es como la Argentina: innovador y a la vez brutal, una síntesis perfecta de este país.
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