A LOS 100 AñOS, MURIó CLAUDE LéVI-STRAUSS
Imposible sintetizar su legado en algunas líneas. Capaz de estudiar a Marx y Freud y luego internarse en la selva amazónica, el filósofo francés llevó a las alturas su gusto por las ideas, que lo condujo a explorar el conocimiento con auténtica pasión.
› Por Silvina Friera
El maestro de cara angulosa y ojos pequeños, que odiaba los viajes y a los exploradores, hizo escuela. Enseñó nada más ni nada menos que a mirar contemplando lo remoto como ordinario y sorprendiéndose ante lo cotidiano. El valor de la pluralidad humana y la necesidad de defenderla, el estudio de los fenómenos sociales y culturales, enfocados en los mitos, fueron la espina dorsal de sus reflexiones, de su escritura traviesamente literaria, que incita a preguntarse si no será uno de los grandes autores de la literatura francesa. Las hipótesis y conjeturas, se sabe, las responde, cuando puede, el tiempo. Anticiparse y definirlo como escritor también, ahora que se multiplicarán las alabanzas al “sabio del siglo XX”, sería una empresa probablemente destinada al fracaso. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX y padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, que influyó de manera decisiva en la filosofía, la sociología, la historia y la teoría literaria –y hasta bien podría ser tenido como uno de los precursores de la ecología, en el más amplio de los sentidos–, murió el viernes pasado a los 100 años, según informó ayer la editorial Plon. En uno de sus libros más celebrados, Tristes trópicos, de 1955, escribió una de esas frases que suelen dar mucha tela para cortar, más allá de la coyuntura en la que fue pensada: “La humanidad se instala en la monocultura; se dispone a producir civilización en masa, como cultiva la remolacha”.
Este sabio longevo, que nació en Bruselas en 1908, estudió filosofía en la Sorbona, porque su gusto por las ideas era “lo que menos dificultades me planteaba”, como dijo. Leyó a Marx durante sus años de estudiante y militó en la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) a fines de la década del 20. Otra de las grandes revelaciones intelectuales de su vida fue Sigmund Freud, quien le enseñó que “incluso lo que se presentaba bajo los aspectos más irracionales, los más absurdos, los más chocantes, podían ocultar una racionalidad secreta”. Las influencias no se detienen en estos dos titanes. Lévi-Strauss fue hijo intelectual de Emile Durkheim y de Marcel Mauss; se interesó en la lingüística de Ferdinand de Saussure y Roman Jakobson y el formalismo de Vladimir Propp. Y más allá de los nombres que conforman esta suerte de breve retrato de sus lecturas capitales, además era un apasionado de la música, la geología, la botánica y la astronomía.
Su vocación nació, como le gustaba contar, de un telefonazo. Marcel Mauss y su equipo estaban buscando, entre los licenciados en Filosofía, gente que quisiera trabajar en el recién creado Departamento de Etnografía, una ciencia que acababa de adquirir rango universitario y que hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. “Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de Filosofía, en Mont-de-Marsan y en Laon, en 1932 y 1933. El primer año es apasionante, tienes que construirte todo un programa, pero los cursos siguientes te limitas a retocarlo. Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo. Y de ahí que aceptase un puesto en la universidad de San Pablo y comenzase mis viajes de etnólogo.” Lévi-Strauss tenía 27 años cuando abandonó la confortable vida académica francesa para meter las patas en el barro del Mato Grosso y la selva amazónica brasileña. Esa prolongada estancia con los indios del Amazonas marcaría a fuego la identidad de este hombre que vivió en Brasil entre 1935 y 1939. ¿Qué encuentra el antropólogo en esa sociedad humana “reducida a su expresión básica”? Lo que el zoom de su mirada acerca, lo que enfoca con una precisión hasta entonces desconocida, son las fauces del colonialismo y cómo el viejo “buen salvaje” de Rousseau deviene en desechos del progreso industrial europeo.
“El viaje del etnógrafo tiene muy poco que ver con la aventura romántica que pude imaginarme antes de marchar hacia Brasil”, confesó el antropólogo muchos años después de aquella emblemática experiencia. En esa región selvática se encontró al “Otro”, a los indios, a hombres “sin Historia”, que lo iniciaron en otra manera de pensar, donde el mito juega un papel más importante que la razón. Partiendo de los indígenas Bororo, Nambikwara y Tupi Kawahib de Brasil, Lévi-Strauss comenzó su gigantesca investigación sobre la mitología de los indígenas del continente. “He sido siempre un americanista a causa de la impresión imborrable provocada en mí por el Nuevo Mundo, a lo que se agrega el trastorno, que dura aún, causado por mi contacto con una naturaleza virgen y grandiosa”, escribió. “Creo que ningún otro continente necesita tanta imaginación para estudiarlo”, aseguró el pensador e investigador, que plasmó posteriormente esta visión en ese curioso y paradigmático artefacto narrativo que es Tristes trópicos, modelado con la arcilla de la escritura literaria. Cerca de la frontera con Bolivia, precisaba en el libro, se cruzó con los Tupi Kawahib. El intento de comunicación fue frustrado por la imposibilidad de entablar un diálogo. Imposible sortear la muralla que levantaba la lengua. “Estaban realmente dispuestos a enseñarme sus costumbres y creencias, pero yo nada sabía de su lengua. Estaban tan cerca de mí como una imagen vista en un espejo. Los podía tocar pero no podía entenderlos. Allí tuve mi recompensa y al mismo tiempo mi castigo, pues, ¿no consistía mi error, y el de mi profesión, en creer que los hombres no son siempre hombres? ¿En pensar que algunos merecen más nuestro interés y atención porque en sus maneras hay algo que nos asombra?”
La transformación radical que él iniciaría en la etnología contemporánea consistió en elaborar un método original que mezclaba las aguas del estructuralismo y el psicoanálisis a la hora de interpretar los mitos; método que el antropólogo francés utilizó para estudiar la organización social de las tribus de Brasil y la de los indios del norte y sur de América. Tres bloques de hormigón constituyen las aportaciones que puso sobre el tapete de las ciencias sociales: la teoría de la alianza, los procesos mentales del conocimiento humano y la estructura de los mitos.
La teoría de la alianza plantea que el parentesco está más vinculado con la alianza entre dos familias por matrimonio respectivo entre sus miembros que con la ascendencia de un antepasado común. El autor de Las estructuras elementales de parentesco astilló la distinción entre pensamiento “primitivo” y “civilizado”; la mente humana organiza el conocimiento en parejas binarias y opuestas que se “modulan” de acuerdo con la lógica. El mito y la ciencia, entonces, están estructurados por pares de opuestos relacionados lógicamente.
Una de las críticas que tuvo en su momento cierto predicamento acusaba a Lévi-Strauss de mirar con nostalgia las sociedades que producen mitos, que tienen estructuras de parentesco sofisticadas, pero totalmente ajenas al cambio, conservadoras y cerradas en sí mismas. Esta lectura, para muchos errática y reduccionista del más complejo pensamiento del antropólogo francés, ocasionó que en su momento se interpretara que la antropología debía dedicarse al estudio de las sociedades arcaicas, “sin historia”, cuando, en rigor, el autor de libros fundamentales como El pensamiento salvaje (1962) y su monumental Mitológicas (cuatro tomos publicados entre 1964-1971) siempre se interesó por la estructura en el porvenir. La concepción del tiempo en las sociedades modernas se ubica en el horizonte del progreso, mientras que las sociedades que él estudiaba conservaron una sabiduría particular que las impulsaba a resistir cualquier modificación de su estructura resistiendo la idea de progreso. En este nudo se afincaba el reproche hacia la nostalgia que cultivaba el pensador francés.
Luego de su inmersión por la selva amazónica y su trabajo como profesor en la universidad de San Pablo, volvió a Francia en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y estuvo movilizado como oficial entre 1939 y 1940, pero fue dado de baja por su origen judío. Escapó de la ocupación nazi y se instaló en Estados Unidos, donde impartió clases en la New School for Social Research de Nueva York, ciudad en la que conoció y trató al lingüista Roman Jakobson, cuya obra fue fundamental para la evolución de sus ideas. A su regreso a Francia, fue sudirector del Museo del Hombre de París, enseñó en el Collège de France, desde 1959 hasta su jubilación en 1982; y en 1973 se convirtió en el primer antropólogo en ingresar a la Academia Francesa. A Lévi-Strauss le gustaba bromear y afirmar que había descubierto el estructuralismo antes de leer. “El secreto del estructuralismo creo haberlo intuido mientras estaba en el frente, en la Línea Maginot, como oficial de enlace que esperaba servir de intérprete a las tropas británicas. Allí, mientras esperábamos una batalla que no comenzaba, pude observar con detalle cómo, detrás del aparente azar de la belleza ondeante de un campo lleno de flores, estaba una organización estricta de cada una de ellas”, explicaba. “Luego, en Nueva York, el encuentro con Roman Jakobson fue definitivo. Me reveló que era estructuralista sin saberlo.” Catherine Clément, filósofa y especialista en la obra del antropólogo francés, recuerda la irritación del etnólogo al descubrir, en casa de ella, sus libros puestos en el mismo estante que los de Michel Foucault, Roland Barthes, Louis Althusser o Jacques Lacan. “Los únicos estructuralistas al lado de los cuales acepto figurar son Emile Benveniste y Georges Dumezil”, aclaró Lévi-Strauss.
“Demasiado cientificista”, sentenciaron al estructuralismo muchos filósofos. “Demasiado filosófico”, protestaron muchos científicos. Algunos con mayor o menor ironía vieron en Lévi-Strauss a una suerte de mago que no dejaba de sacar de su galera estructuras por todos lados. A otros les resultó imperdonable que el antropólogo planteara preguntas que supuestamente no respondía al pie de la letra de lo que otros esperaban. “Al estructuralismo se le reprochó ser antihumanista y eso es parcialmente cierto”, admitía. “Es imposible para un etnólogo no tomar en consideración la destrucción sistemática y monstruosa que los occidentales hemos hecho de las culturas distintas de la nuestra desde, como mínimo, 1492. No es posible separar o aislar esa condena de la destrucción de la que hoy son víctimas especies animales y vegetales, y todo eso en nombre de un humanismo que situó al hombre como rey y señor del mundo. La definición que el humanismo clásico hace del hombre es muy estrecha, lo presenta como un ser pensante en vez de tratarlo como un ser viviente y el resultado es que la frontera donde se acaba la humanidad está demasiado cerca del propio hombre.”
Lévi-Strauss reconocía que el escepticismo llega con la edad. “El espectáculo que ofrece la ciencia contemporánea invita a ello. Durante el siglo XX esa ciencia ha progresado mucho más que en todos los siglos anteriores, una aceleración enorme en la producción de conocimientos y, al mismo tiempo, ese progreso vertiginoso nos abre abismos insondables, cada descubrimiento nos plantea diez enigmas, de manera que el esfuerzo humano está abocado al fracaso. Pero está bien que sea así.” Ese escepticismo se profundizó en una de las últimas entrevistas que concedió, en 2005, en la que pronosticaba que “vamos hacia una civilización de escala mundial en la que probablemente aparecerán diferencias”. “Estamos en un mundo al que yo ya no pertenezco. El que yo he conocido, el que he amado, tenía 1500 millones de habitantes. El mundo actual tiene 6000 millones de humanos. Ya no es el mío.”
El mundo cultural francés cayó rendido a sus pies el año pasado cuando celebró los 100 años de su “hijo más ilustre”. Suplementos especiales, documentales, exposiciones y reediciones de sus libros proliferaron en lo que bien podría haber sido declarado el año Lévi-Strauss. La crítica literaria, el psicoanálisis, la lingüística, la historia, la filosofía llevan medio siglo dialogando con él. Incluso contra él, sin que ninguna haya podido esquivar el influjo de este “pensador salvaje”. “¿Para qué sirve actuar, si el pensamiento que guía la acción conduce al descubrimiento de la ausencia de sentido?”, se preguntó en Tristes trópicos. “Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán”, reflexionaba el antropólogo. El legado de Lévi-Strauss se podría sintetizar, si esto fuera posible en apretadas líneas, en su ponderación de que el saber científico avanza, a paso inseguro, bajo el látigo de la contención y la duda.
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