Jueves, 7 de enero de 2010 | Hoy
OPINIóN
Por Silvina Friera
Un logro histórico de la SEA (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina) fue la Pensión del Escritor. Esa conquista necesaria –aprobada en la Legislatura de la ciudad por todos los bloques, excepto el PRO–, en vez de fortalecer institucionalmente al sindicato, desembocó en una alianza con el gobierno de Mauricio Macri y su ministro de Cultura, Hernán Lombardi. Esta es una de las cuestiones medulares que omite en su misiva Víctor Redondo (publicada en esta sección anteayer); casi el mismo texto, apenas modificado, que firmó hace unas semanas Oscar Taffetani, ex secretario general de la SEA, quien finalmente presentó su renuncia. ¿Por qué no asumir este vínculo y hacerse cargo de los bueyes con los que están arando? Todas las instituciones tienen una relación conflictiva y tensa con los distintos poderes del Estado: a él le plantean demandas que, a veces, después de pelear largo y tupido, se resuelven a favor, como en el caso de la Pensión. Cuando se obtiene una importantísima victoria, el problema es cómo se capitaliza el poder conseguido de cara al futuro.
La SEA hipotecó sus banderas y el prestigio acumulado desde marzo de 2001. La crisis estalló en enero del año pasado a raíz de un polémico comunicado firmado por la Comisión Directiva (CD) contra “el genocidio sionista en Gaza”. Se fueron, sin retorno, Ana María Shua, Leopoldo Brizuela, Angélica Gorodischer y Mario Goloboff, entre otros. La CD de entonces expulsó a Horacio López, el escarmentado redactor del comunicado en cuestión. Eduardo Mileo decidió acompañarlo en el exilio. El triunfo de la Pensión devino en un derrotero de “contemporización”. La luz amarilla se encendió durante la inauguración del Festival Internacional de Poesía, en la Feria del Libro, cuando para sorpresa de muchos, la presidenta de la SEA, Graciela Aráoz, se deshizo en elogios hacia Lombardi. Le agradeció al ministro el hecho de “abrirles las puertas a los poetas”, mientras las puertas de varios centros culturales se cerraban definitivamente.
La luz roja, o la gota que rebasó el vaso, tuvo como escenario la Feria del Libro de Frankfurt (Alemania). Aráoz acompañó a la delegación del gobierno de la ciudad, que exhibió en su stand la reedición de Palabra viva, una valiosísima recopilación de textos de escritores desaparecidos durante la última dictadura realizada por la SEA, publicada originalmente en 2005 por la Conabip y presentada en la Feria del Libro con la presencia del entonces presidente Néstor Kirchner. Es penoso entregar esos poemas, relatos, artículos periodísticos y cartas de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo, Roberto Santoro, Miguel Angel Bustos, Roberto Carri, Raymundo Gleyzer, Norberto Habegger, Susana “Pirí” Lugones, Carlos Mujica, Héctor Oesterheld y Enrique Raab, entre otros, al gobierno de Macri.
Cuenta Redondo que Aráoz se pronunció pública y categóricamente en contra de la designación de Abel Posse, el troglodita ex ministro de Educación, en su discurso de asunción como presidenta reelecta el pasado 10 de diciembre. La pronunciación válida –como el errático comunicado sobre Gaza– es la solicitada publicada en los diarios de circulación masiva o el comunicado institucional enviado en cadenas de mails. Ambos brillaron por su ausencia. Los lectores de este diario siguen sin saber cuál fue la posición de la SEA sobre la designación de Posse, silencio que resulta inadmisible para una institución que se ha definido por estar comprometida en la defensa de los derechos humanos. ¿Creen Aráoz y Redondo que la mejor opinión es el silencio? Curiosamente, con Gaza se pronunciaron; con Posse, callaron.
Cuesta creer que la SEA rife energías gratuitamente, que se equivoque, fiero, de “enemigo”. Intentaron repudiarme –Osvaldo Bayer, desde Alemania, se negó a firmar un comunicado en ese sentido–, pero la iniciativa quedó reducida a la misiva firmada ahora por Redondo. Esta abortada movida tuvo un costo político: la salida de Bayer, primero; luego, la de Taffetani. Dos escritores que se fueron de la SEA, López y Mileo, barruntaron con amargura el derrape institucional: “Una organización de los que trabajan con la palabra, ¿a qué queda reducida si no actúa y se pronuncia contra el crimen y la represión de Estado, contra la opresión nacional o la miseria social? Termina como una organización mutual, que debe convivir y negociar, sin agresiones, con el poder de turno. A esto ha sido llevada la SEA”.
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