Vie 08.01.2010
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OPINIóN

Qué nos pasa a los argentinos

› Por Fernando D´addario

El indicador debería ser anotado como una de las tantas variables económicas que el Indec se obstina en ignorar: la producción de ídolos en la Argentina está cayendo en picada. Cada cual es libre de encontrar las causas. Los gurúes neoliberales adjudican el déficit a la falta de confianza para la inversión privada. En este país signado por el populismo, dicen, los ídolos recién empiezan a rendir cuando están muertos. Los abanderados de la moral republicana están que trinan porque nos estamos comiendo las reservas, y desde las usinas intelectuales del campo se desliza la profecía de que, por las malas políticas para el sector, muy pronto vamos a tener que importar ídolos del Brasil y hasta del Uruguay. En su momento, se perdió la oportunidad de exportar definitivamente a Soledad Pastorutti. Ahora ya es tarde.

Lo cierto es que el stock existente ofrece pocas garantías para el futuro. El Olimpo de héroes nacionales está dominado por una suerte de gerontocracia. Consumimos las joyas de la abuela y nadie dice nada. Parece que para ser ídolo en la Argentina se deben cumplir dos requisitos: ser mayor de cincuenta años y no haber hecho nada digno de mención en los últimos veinte. En un claro ejemplo de capitalismo parasitario, los centros de producción naturalmente más idóneos (la música, la televisión, el cine) se conforman con lo que hay, porque sigue siendo redituable. El rock –que en otro siglo fue un disparador de conflictos generacionales y representó el culto a la sagrada juventud– tiene como máximo ídolo al Indio Solari, un señor muy talentoso que está en edad de iniciar los trámites en la Anses. Las máximas divas del espectáculo argentino son desde hace 25 años Mirtha Legrand y Susana Giménez.

Es una lástima, porque este país supo ser una tierra fértil para mitologías de todo tipo. La política alumbró en su momento a Evita y al Che Guevara. Mirando al futuro, hay que tener la imaginación de Tolkien para imaginar a un Cobos o un Macri envueltos en devociones viscerales. En el ámbito deportivo nuestro ídolo más genuino, Maradona, salió campeón del mundo hace 24 años y no ejerce su profesión desde hace 15. Messi, pichón de héroe, es un ídolo catalán que juega para la Argentina sólo porque cuando nació su padre se equivocó y lo anotó en Rosario. En términos de carisma, a Del Potro le falta un golpe de horno para tomar la posta de Vilas. Está Ginóbili, sí, pero vive y trabaja tan lejos que no tiene ese día a día que necesitan los pueblos para estrechar vínculos con sus ídolos. Además, para palmearle el hombro hay que subirse a un andamio. El boxeo anda bien: a falta de Nicolino y Bonavena tenemos a la Hiena Barrios.

Quedará para otra nota y para otro autor dilucidar las razones sociológicas de este, digamos, “cambio de paradigma”. Habrá quien le eche la culpa al posmodernismo, propiciador de pasiones líquidas y de relaciones utilitarias entre protagonistas y consumidores; algún marxista escéptico se sumará a aquella cita de Brecht (“Desgraciados los pueblos que necesitan héroes”) y no faltará el optimista que relativice el diagnóstico: “Qué, ¿acaso no tenemos a Ricardo Fort?”.

Pero los periodistas deberíamos estar preocupados: se nos están muriendo de a uno y dentro de poco no vamos a tener de qué escribir.

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