Miércoles, 10 de febrero de 2010 | Hoy
LA COMPAÑIA VAIVEN PROPONE NOCTURNA
El director Gustavo Silva y la trapecista Serena Méndez Gastaldo explican la lógica del espectáculo montado en la terraza del C. C. Recoleta. Se trata de una puesta en escena que combina tango y acrobacia: “El circo está siempre cambiando, se contamina de todo”.
¿Quién no soñó con volar alguna vez? Gustavo Silva siempre se había movido en el mundo del arte, pero cuando agarró el trapecio, a los 26 años, no lo pudo soltar más. En el ’92, apareció por primera vez en público “colgado de un árbol” en Parque Centenario y se convirtió en “El Mono”. A los 50, la sensación de suspensión en el aire es la misma, sólo que a través de sus alumnos de La Arena, la escuela de circo que dirige Gerardo Hochman. Amante del tango, Silva ya se había metido con ese género en Primer vuelo, un espectáculo que estrenó en 2006. Ahora repone Nocturna, combinación del 2x4 y la acrobacia, que va de jueves a domingo a las 21 en la terraza del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). “Intentamos contaminarnos y producir una suerte de lenguaje que mixture. Es la búsqueda que caracterizó a La Arena desde sus comienzos”, explica el director a Página/12. Una dama que se le escapa a un cusifai, dos desenfrenadas en el intento de seducir a otro: la sensualidad y el erotismo arrabaleros, con la particularidad –y la magia– de ocurrir mayormente en el aire.
La palabra es: hipnotizan. Durante los 65 minutos que dura el espectáculo es imposible quitar los ojos de encima a la docilidad de esos 15 cuerpos que se codean con las estrellas. “Lo que se genera es una identificación: el público siente que vuela. Pobre Icaro. Nosotros lo estamos resolviendo con menos generosidad, pero con un poco más de inteligencia”, bromea el trapecista mientras devuelve el mate. Nocturna se compone de un compilado de microhistorias que combinan distintos tipos de trapecio, aro, báscula y coreografías convencionales. El corazón de los números está en el imaginario tanguero de ayer y de siempre, porque suenan desde Aníbal Troilo hasta Bajofondo. “Alguna vez me dijeron ‘qué bueno eso de usar tango electrónico’, pero el espectáculo comienza con una vieja milonga. No creo en las separaciones. Eso sí: no me siento capaz de hacer el número que hacía el bisabuelo de mi profesor o con la misma ropa”, sostiene Silva.
“Es mucho más fácil hacer espectáculos con nuestra música porque nacimos escuchándola”, concluye. “Esto no se me ocurrió a mí. Lo que hice fue copiar a los chinos y a los rusos”, concede, con un dejo de humildad. El encuentro con el género rioplatense fue gradual. Sus primeras creaciones, Acróbatas en el aire (1999) y Vaivén (2005), no lo incluían. En Primer vuelo, se sentía “galopar en el aire”, con la música de Gotan Project, pero “no estaba el concepto” del nuevo espectáculo, que se puede resumir en “pequeñas historias que se cuentan de noche”. Nocturna se estrenó en 2008 en Ciudad Cultural Konex y en 2009 fue repuesto en el Centro Cultural Recoleta. Este año, llegó con nuevas coreografías y más cuadros colectivos, lo que exigió que los trapecistas tomaran clases de tango con más furor. En un momento en el que el género campea en las carteleras, Silva define la esencia de su espectáculo: “Lo nuestro no es danza aérea. Es circo. La primera son bailarines que trabajan con arneses, que dan la poética de la suspensión y que es muy bella. Pero lo nuestro pasa por el gesto acrobático que conmueve”.
Silva es uno de los representantes de lo que en los ’90 se dio en llamar Nuevo Circo, término acuñado por Hochman para aludir a la poética que comenzaba a gestarse y que implicaba el fin de los enanos, las mujeres barbudas, los leones y cosas por el estilo. Cuando los locales formaron el legendario grupo La Trup, el contexto internacional había dado un buen espaldarazo para esa forma de expresión: la aparición del Cirque du Soleil, en 1984. “El circo está siempre cambiando. A partir de las escuelas chorrea a todos lados y se contamina de todo. Nos metimos artistas que no nacimos en un circo y que llegamos a él con otros conocimientos previos. De ahí surgieron mezclas como la que se plasmó en Emociones simples (Hochman, 1993)”, explica Silva. Pese a la imbricación de lenguajes, lo que permanece es “la esencia de emocionar con el gesto acrobático”. Y también, las características tradicionales de la troupe: “El trabajo en equipo, la confianza, la perseverancia y la generosidad de entregarte al otro. Cuando estás volando y te soltás no vas a las manos del otro. Vas a un lugar donde sus manos todavía no están, porque están viniendo. En todos los pibes, con más o menos felicidad, percibo que se juntan todas esas cosas”.
Los pibes son sus alumnos y también los intérpretes de Nocturna, bajo el nombre de Compañía Vaivén. No es casual que Silva haya elegido estar acompañado por uno de sus discípulos durante la entrevista: se percibe que es de esos maestros que logran empatía sin hacer esfuerzo alguno. Quien ceba mate es Serena Méndez Gastaldo, que aprovecha para secretear que “es genial trabajar con él” cuando su profesor se aparta. Así como Silva tiene el apodo más representativo para contar su historia, ella porta un nombre que le calza justo para hablar de sus peripecias en el aire. En el show se luce en el trapecio de vuelo, con una imagen que transporta: su pelo largo que se hamaca con ella, que tiene la mirada fija en el espacio sideral. “Cuando conocí el trapecio de vuelo, se me tornó muy aburrido el fijo. Cada uno tiene una conexión con un elemento particular. Me enamoré de la sensación de estar colgada ahí arriba. Hay que tener mucha paciencia, repetir una y otra vez”, cuenta la joven de 21 años. “Esto es un mantra, aunque suene medio pelotudo. La idea es que aparezca lo que cada persona tiene de esencial. Hay que dejar de ser el protagonista, correrse del miedito, de la boludez, del ‘¿me queda bien el pelito?’ para que la gente se identifique con vos y se sienta volar un poquito”, redondea Silva.
El miedo puede atenuarse, pero el riesgo está siempre latente. De ahí que ellos vivan lo que hacen como “una entrega”. La decisión de no buscar artistas por fuera de La Arena, más que deberse a un capricho o a una ideología, parece un resultado inevitable: “Convivo con ellos. Me empiezan a provocar cosas, con sus movimientos, miradas, gestos, cuerpos, maneras de hablar, personalidades, la musicalidad que tienen en el aire. Y además, uno no puede no estar pendiente de esa persona porque le está enseñando cosas peligrosas. En ese momento, el alumno ocupa todo tu ser”. El trabajo con ellos excede lo meramente artístico. El espectáculo se hizo “a pulmón”, porque las particularidades de la puesta “vuelven difícil laburar con otra gente”. “Todo lo hice yo con mis manos. Una red sale 10 mil dólares”, subraya Silva.
Esta vez, a diferencia de otros espectáculos que lo tuvieron a la cabeza, Silva decidió no volar. No obstante, aún se define como trapecista. “Lo mío es como (César Luis) Menotti, que dice que todavía es jugador de fútbol pero que los técnicos no lo ponen. Nadie me llama. Además, me parece que el cuerpo ya no transmite lo mismo y la cabeza se te va para otro lado. Pero soy muy feliz viendo volar a ellos. Me siento volar en ellos”, expresa. Aunque en algún momento imaginó que la pausa en el rol de intérprete lo llevaría a buscar otros rumbos, en la música o en la actuación, la fascinación por “lo inmediato y palpable” del mundo del circo fue más fuerte: “El teatro me da más a chamuyo, sin ánimos de cuestionarlo. Puedo decir ‘salto mortallll’, pero en el circo lo tengo que hacer”. Entonces, por más que la fotografía sea la excusa para lanzarse por primera vez a la red que construyó, sobran motivos válidos para aún llamarlo “Mono”.
Entrevista: María Daniela Yaccar.
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