Domingo, 4 de abril de 2010 | Hoy
OPINION
Por Eduardo Fabregat
300 son los ejemplares que se imprimieron de cada uno de los libros que lanzó la editorial independiente Malas Palabras Buks: Srtas. de salón - Meretrices&Caftens&Cocó y 1878: El puente de los suspiros X2, de Nicolás Aguirre Pizarro, y Muere cucaracha, segunda parte de la Historia general del cerebro de Artó. Detrás de esos seudónimos en realidad está Eduardo Ojeda Ortiz, responsable de libros felizmente inclasificables, combinaciones de poesía y dibujo, rescate de archivos de viejos diarios, ficción, fotos y volantes de putas, párrafos tachados y correcciones “a mano”. Cada librito es una extraña aventura, una de esas experiencias literarias en las que uno no sabe muy bien cómo entró, ni está muy seguro de poder encontrar la salida. Papel magnético.
13 son las canciones de Amapola del 66, el primer disco de estudio de Divididos en 8 años. Ya hay quien polemiza si la espera valió la pena, quien dice que “suenan igual” y quien sostiene que está bien que “suenen igual” porque hay algo que se llama identidad, quien se queja de los 70 pesos del precio (CD + DVD) y otras cuestiones. Pero lo que este cronista quiere recomendar es algo a contramano de las costumbres de consumo de estos tiempos. Por lo menos en las primeras tres o cuatro escuchas, evitar el MP3 y el aparatito reproductor con miniauriculares: la profundidad, calidez e intensidad del original en la compactera, los parlantes tamaño natural suponen una diferencia abismal con respecto al archivo de frecuencias limadas. A la hora de convertirlo para el consumo fuera de casa, se recomienda el formato FLAC o WAV.
8 discos acaba de lanzar Litto Nebbia en combinación con la Secretaría de Cultura de la Nación. Una celebración del rock argentino es un monumental esfuerzo para rendir homenaje a la primera etapa 1963-1973. 105 artistas dejan constancia de 196 canciones del generoso libro de partituras argentas: como en cualquier emprendimiento de esta clase, hay puntos altos y otros no tanto, pero no deja de ser un laburo asombroso, en el que participan estrellas reconocidas y músicos under. Es otra certificación de la potencia creativa de esos tipos a los que tres cuartas partes de la sociedad miraban torcido, y hoy cuentan con auspicio oficial.
860 es el número de la avenida Corrientes en el que se erige una fachada histórica. El 7 de agosto de 1936, el empresario Clemente Lococo se dio el gusto de reinaugurar con pompa y boato una sala que existía desde 1872, y ya había sido remodelada por un incendio en 1929: desde entonces, el Teatro Opera se convirtió en un símbolo de la vida cultural de Buenos Aires, vértice de un porteñísimo triángulo que completan el Gran Rex y el Obelisco, sede de incontables noches excepcionales para el arte. Debe ser por eso que resulta tan chocante pasar hoy por allí y descubrir a un teatro con marquesina de banco.
La cuestión del sponsoreo, tan habitual en un Primer Mundo donde abundan los Kodak Theater, Allianz Arena y United Center, viene levantando ronchas desde que al mundo del rock se le quiso imponer por decreto comercial que Obras Sanitarias fuera nombrado como Estadio Pepsi Music. Nadie termina de acostumbrarse, sobre todo porque ya casi no hay recitales allí (y al ritmo que van las cosas en Buenos Aires, uno teme que pronto no haya recitales en ningún lado). No está mal que grandes empresas quieran apoyar económicamente emprendimientos culturales: el problema es cuando en nombre de ese apoyo se apropian del lugar, ponen su marca –literalmente– por encima de todo, desvirtúan el origen. En los pasillos del Monumental de Núñez, ese caldero de necesidades, se viene hablando desde hace semanas del proyecto por el cual la cancha pasaría a tener el fantochesco nombre de Estadio Claro Antonio Vespucio Liberti. Es una pista de lo que podría ser el futuro. A cambio de unos buenos morlacos, a nadie podría parecerle curioso hablar del Teatro Mercedes Benz Colón, el Obelisco Prime, el Buenos Aires Lawn Tennis Wilson Head, el Ricky Fort Maipo, el Everlast Luna Park, el Gran Rex y Kesitas y el Estadio Pedro Viggogain. Todo debe irse.
(Al cierre de esta edición, el grupo de Facebook Para que le devuelvan su nombre al Teatro Opera de la calle Corrientes contaba con 6041 miembros. Es una buena base para seguir moviendo el tema.)
1993 fue el año en que se editó La jungla del poder - Volumen 1. Nunca hubo un Volumen 2, pero al cabo su autor cumplió con creces: Sumo por Pettinato (Reservoir Books) retoma y amplía aquel texto en un relato vibrante, por momentos descarnado, en otros enfurecido, con una rara elegancia para tratar de recordar y describir el huracán que significó esa banda irrepetible. El músico y conductor televisivo no trata de dar una “versión definitiva” ni arrogarse la propiedad de la historia. Entrega párrafos llenos de amor, una memoria –o, de acuerdo a algunos pasajes, una desmemoria– que vuelve a señalar que hoy todos hablan de Sumo, todos aseguran haber estado en sus shows, pero en su época el grupo vendía entre 5 mil y 8 mil discos y apenas le daba el cuero para un Obras Sanitarias. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos discos de Sumo (originales y recopilaciones) se han vendido desde la muerte de Luca Prodan. Un mundo perfecto, el programa que conduce Pettinato en América, promedia seis puntos de rating, unas 540 mil personas.
422 películas, entre largos y cortos, ofrecerá la edición 12ª del Buenos Aires Festival de Cine Independiente, en 21 salas de 12 sedes. La más larga, Vapor trail de John Gianvito (en la sección Trayectorias), dura 264 minutos. Las más cortas, de sólo un minuto, son Composición para goteras en lluvia sostenida del Grupo Humus (Baficito), Restricted de Jay Rosenblatt (Found Footage) y Fire & Rain de James Benning (Forum). Se puede hacer un promedio y calcular que, grosso modo, en el festival habrá unas 600 horas de material cinematográfico. Entre el martes 7 y el domingo 18 de abril transcurrirán 288 horas.
El Bafici es una misión imposible.
90 minutos les llevan a Miguel, Alan, Verónica y Annie convertir el coqueto escenario inicial en un campo después de la batalla, el incesante y por momentos violento intercambio de miserias, obsesiones, coincidencias y desacuerdos inherentes al tejido social. En Un dios salvaje, Gabriel Goity, Fernán Mirás, María Onetto y Florencia Peña ponen el cuerpo (nunca tan apropiado el término) para una performance de altísima intensidad, que confirma una vez más sus dotes actorales. El espectador se parte de risa, pero en el trasfondo está siempre esa frase de la autora Yasmina Reza que señala que “mis obras siempre fueron consideradas comedias pero yo pienso que son tragedias, divertidas pero tragedias al fin”. Si hubiera que buscar un sponsor, la cosa podría andar por el lado de Paseo Amargo Monferrato La Plaza.
20 años cumplen Canción Animal de Soda Stereo, Bang! Bang!! Estás liquidado (que salió a fines de 1989, pero sonó en cadena radial durante todo el verano del ’90), Tercer Mundo de Fito Páez, Filosofía barata y zapatos de goma de Charly García, Volumen 5 de Los Fabulosos Cadillacs, Exactas de Luis Alberto Spinetta, El cielo puede esperar de Attaque 77. Como suele decirse en el medio, siempre se cumplen años de algo; el año pasado podría haberse hecho una lista similar, el próximo podrá hacerse otra de análogo impacto. Es un recurso periodístico que muchas veces permite hacer atletismo nostálgico, elaborar teorías con cierta lógica o decididamente trasnochadas. Lo que asombra, en todo caso y para quienes pasaron largamente los treinta, es cómo algunos discos se recuerdan como editados el otro día, y cuando se hacen las cuentas..., pasaron dos décadas. El calendario es una cosa rara. O, como dice el colombiano Fernando Vallejo en el flamante El don de la vida: “Con la vejez el tiempo se echa a correr y los años se nos vuelven meses y los meses días”. Cuestión de números.
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