VISIONES RADICALES DE CHINA: NUEVOS DOCUMENTALES INDEPENDIENTES CHINOS
“Las películas son diferentes en forma y contenido, pero las aúna la visión opuesta a la propaganda oficial y la radicalidad de lo que muestran o del lenguaje alejado del clasicismo con que lo hacen”, explica Shelly Kraicer, programador de la sección.
› Por Ezequiel Boetti
En sus casi 10 millones de kilómetros cuadrados yace más del 20 por ciento de la población mundial. Es el gigante asiático que asoma como nueva potencia mundial, la República Popular China. Gobernada por el Partido Comunista (PC) desde 1949, a principios de la década del noventa comenzó un franco crecimiento económico que catapultó su PBI hasta el tercer escalón del podio. Esa bonanza esconde, sin embargo, un reverso menos luminoso que el régimen del primer ministro Hu Jintao –también mandamás del PC y de la Comisión Militar Central, columnas vertebrales de la autoridad estatal– se obstina en ocultar. Es justamente hacia esa oscuridad que el octeto de documentales que conforman “Visiones Radicales de China: Nuevos documentales independientes chinos”, uno de los focos que ofrece la 12ª edición del Bafici, direcciona la potencia de sus imágenes.
Desde el sopapo que el crudo retrato de una prostituta le asesta al espectador en Wheat Harvest, de Xu Tong, hasta el compendio de secuencias tijereteadas por la censura estatal que recopiló Huang Weikai –imágenes granuladas, sucias y urgentes de una Beijing antónima a la ciudad olímpica–, en Disorder la programación que seleccionó el crítico Shelly Kraicer es un muestreo del rumbo que los nuevos cineastas le dan a esta filmografía. Desde arquitectos hasta xilógrafos, varios provienen de ámbitos ajenos al cine. “Busqué una representatividad que refuerce la idea de diversidad de los documentales independientes. Las películas son diferentes en forma y contenido, pero las aúna la visión opuesta a la propaganda oficial y la radicalidad de lo que muestran o del lenguaje alejado del clasicismo con que lo hacen”, explica el canadiense especializado en cine oriental y programador del festival de Vancouver.
El máximo exponente del primer grupo es Ximaojia Universe, donde Mao Chenyu recorre, temporal y geográficamente, el pueblo del título mientras busca recuperar el legado religioso de sus ancestros. Para Kraicer el mérito radica en la observación de “las tradiciones chinas con una suerte de utópica inspiración espiritual/arqueológica, y la captura de la manera en que los seres del pasado continúan habitando el presente”, según reza el catálogo. Entre los que retratan la caída en desgracia de las márgenes de la China contemporánea triunfa la mencionada Disorder, que se debate entre su pertenencia a este foco, por temática, o al de Found Footage, por forma. Refrito de fragmentos censurados de los noticieros públicos, Huang Weikai y sus camarógrafos amigos conforman una “sinfonía de la ciudad” que trasmuta la visión clásica de estos films. Construidos como una mirada hacia el futuro desde el presente, “aquí es a la inversa, se habla de la destrucción, la regresión y de cómo se degenera la sociedad”, analiza el crítico, quien vive en Beijing desde hace siete años.
El derrotero de aquellos que emigran más por obligación que por deseo es una situación conocida en Argentina por el díptico de Jia ZhangKe Dong y Still Life (Bafici 07), y por Up the Yangtze (Bafici 08). Al igual que éstas, Bing Ai, de Feng Yan, focaliza en construcción de la represa Tres Gargantas en el curso del río Yangtsé y en las consecuencias para los pobladores de la zona. Survival Song, de Yu Guangyi, hace lo propio con una familia forzada a dejar la casa, ya que el gobierno construirá una reserva forestal. Nombre desconocido para el público occidental, Ai Weiwei participó en la construcción del estadio Olímpico de Beijing. En Disturbing the Peace narra el viaje de un grupo de investigadores que debe testificar en el juicio de un activista. “Encender la cámara oculta en un cuarto repleto de policías y escucharlos hablar genera un miedo auténtico”, asegura el programador.
Bajo el opus dos de Zhao Dayong subyace un análisis sociológico. De casi tres horas de duración, Ghost Town es justamente eso, un pueblo fantasma ubicado en el sudoeste de la República donde sobrevive apenas un puñado de habitantes. “Es una comunidad que se esfuerza por mantener su estructura pese a que el gobierno les dice lo contrario”, sostiene el canadiense. Using está construida con más crudeza pero menos recursos visuales. La historia de un drogadicto en un loop inacabable de recuperaciones y caídas tiene las vísceras a flor de piel. “No esconde nada y expone el artificio que muchos prefieren ocultar tras la cámara. Sabemos que el director le paga al protagonista, y que éste gasta ese dinero en drogas. El quiere que lo evaluamos, que lo juzguemos a él, a su trabajo y a sus responsabilidades. La película abre un debate que respeto mucho. La primera vez que la vi pensé que era un explotador, pero invita a la audiencia a reflexionar acerca de nuestro rol como espectadores”, analiza Kraicer, quien cita a China Villagers Documentary Proyect (Bafici 07) como la obra fundacional de este movimiento. Durante 2005, diez grupos de granjeros y pobladores recibieron una cámara para rodar un cortometraje de temática libre. El film de Wu Wenguang es su recopilación. “Tiene un idealismo muy bello donde el cine puede hacer del mundo un lugar mejor”, reflexiona.
Anclados en el presente, resulta llamativa la ausencia de documentales revisionistas que apunten la lente hacia ese enorme agujero negro del pasado chino que es la masacre de Tiananmen. “Es un tema difícil, sensible para los chinos. La mayoría de los directores son muy jóvenes para saber de eso. Es un asunto muy complicado que ocurrió 20 años atrás. Para ellos es un evento que está muy lejos en la historia”, explica. El temor a la persecución también interviene. “Es excepcional que un director llame la atención de las autoridades, pero lo hará si se toca un tema sensible como ése”, asegura.
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