Sábado, 24 de abril de 2010 | Hoy
RüDIGER SAFRANSKI Y ROMANTICISMO. UNA ODISEA DEL ESPíRITU ALEMáN
El filósofo alemán, que presenta su libro hoy a las 19 en la Feria, analiza el modo en el que el romanticismo impregnó varios movimientos a lo largo de la historia e incluso sirvió para que el nazismo deformara sus ideas para servir a sus fines.
Por Silvina Friera
El lema de este señor vestido de negro, bajito y de andar elástico –parece un coreógrafo o un bailarín retirado de los grandes escenarios– podría ser Sturm und Drung (“tormenta e ímpetu”). El filósofo alemán Rüdiger Safranski, espíritu romántico versátil que nació “accidentalmente” en 1945, pero le hubiera gustado vivir en el siglo XIX, en ese subyugante epicentro que fue Jena, podría repetir, siguiendo a Herder, que “igual que los apóstoles y filósofos, voy al mundo para verlo sin preocupación”. En el café de un hotel de Retiro, el autor de Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán (Tusquets), que se presenta hoy a las 19 en la Feria del Libro, habla con una pasión contagiosa de ese movimiento explosivo, cuya irradiación colosal alcanza al presente. La tesis central de esta amena y exhaustiva biografía de una época resplandeciente del espíritu alemán plantea que el romanticismo, entre muchas otras cosas, es también una continuación de la religión con medios estéticos. El Romanticismo triunfa sobre el principio de la realidad; victoria que es buena para la poesía, pero problemática para la política, como lo ilustraría, dramáticamente, la política degenerada del nazismo con su “romanticismo de acero”.
Si una de las máximas de Goethe se resume en que “sólo puede juzgar sobre historia el que en sí mismo ha experimentado historia”, Safranski, autor de Schiller o la invención del idealismo alemán y Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, entre otros títulos, puede jactarse de tener altas dosis en sangre de romanticismo, después de haber analizado a autores como Herder, Fichte, Schelling, Hoffmann o Schiller, después de explorar los avatares de lo romántico en Wagner, Nietzsche, Heidegger, Rilke y Mann. El filósofo alemán que desde 2002 conduce junto a su colega Peter Sloterdijk el popular programa televisivo El cuarteto filosófico –no es frecuente un índice de audiencia superior al medio millón de espectadores como ha conseguido la dupla– cuenta que el subtítulo original del libro es “Un affaire alemán”. Safranski dice que affaire es una palabra que en cada país tiene una connotación distinta. “En Alemania se puede hablar de affaire como un escándalo político, pero en el ámbito de lo amoroso sería algo riesgoso y problemático. Tiene una connotación tanto positiva como negativa, pero fundamentalmente es ambivalente. Esa ambivalencia que encierra el término me parecía apropiada para subtitular un libro sobre el romanticismo”, subraya. “Alemania vivió un affaire con el romanticismo porque como tantos otros estaba casada con la economía, con la normalidad; por eso tuvo una historia de amor tan pasional con el romanticismo”, señala, mientras traza en el aire una sutil coreografía con sus brazos.
–Un amor que terminó muy mal con el nazismo, ¿no?
–Bueno, el nacionalsocialismo fue un movimiento que ciertamente se remitió al romanticismo, pero a un romanticismo falsificado. En las fuentes ideológicas del nazismo pesa más el naturalismo pseudocientífico, el darwinismo social, el racismo. El nacionalsocialismo se apropió de ciertos elementos del romanticismo, sobre todo poemas y canciones de Goethe, Schiller y Beethoven, para utilizarlas de un modo ornamental. Pero consideraba que ese ornamento artístico era demasiado blando y buscó alcanzar un nuevo “romanticismo de acero”. La postura romántica dañó la capacidad de juzgar lo real, pero no se puede encontrar en el romanticismo ninguna responsabilidad por la catástrofe nazi. Despejado este asunto, hay que decir que nosotros necesitamos tanto una cuota de realidad como una de romanticismo, aunque el romanticismo vaya en perjuicio de percibir el mundo real. Además de que el romanticismo me despierta un enorme interés, creo que escribí el libro para que muchos sectores de la sociedad alemana, para quienes persiste ese romanticismo falso del nacionalsocialismo, pudieran “reconciliarse” con este movimiento excepcional.
–Schiller llamó a su época “el siglo manchado de tinta”. ¿Qué rasgos significativos de lo romántico encuentra en la actualidad?
–Alrededor de fines del siglo XVIII lo que hubo fue una revolución de medios. Muchísima gente empezó a leer; todas las opiniones y cosmovisiones de las personas estaban estipuladas por los libros. Las experiencias no eran directas, sino mediadas. Y el medio fundamental en ese momento fue la literatura. En ese sentido se puede plantear que hay un paralelismo con el presente, que está experimentado también a través de los medios. De la misma manera que Schiller le llamaba “el siglo manchado de tinta”, podría decirse que nuestras vidas están marcadas por los medios de comunicación. Una de las obras que tuvo más éxito dentro del romanticismo alemán fue Werther, de Goethe; mucha gente la leyó, se vistió como Werther y también se suicidó como se suicida el protagonista de la novela. El efecto de la literatura en las vidas era enorme. El crecimiento de la novela en el siglo XVIII tardío instaura una vida virtual.
–¿Se puede hablar de virtualidad en el siglo XIX?
–Sí, claro. Si tomamos el concepto moderno de virtualidad y lo trasladamos a lo que sucedía hace doscientos años, entendemos qué era lo que fascinaba. La literatura era la vida virtual. En el siglo XIX los críticos decían que leer novelas era una pésima influencia; veían que especialmente las mujeres leían muchas y esto llevaba a que estuvieran “fuera de control”, que se entregaran a aventuras distintas gracias a la lectura. Para mí la virtualidad implica un enriquecimiento o, por lo menos, tiene la chance de ser una experiencia enriquecedora. A medida que va aumentando esa virtualidad hay que saber asociar el “primer mundo” con el “segundo mundo”, tener los elementos y recursos técnicos para no confundirlos. El papel que jugaba la fantasía se multiplicó; sobre ese trasfondo pudo surgir el romanticismo como universo de la imaginación. Un libro de culto del romanticismo fue el Quijote, que trata precisamente del problema de no poder diferenciar el mundo real del mundo de las lecturas.
–Si la literatura eclipsó a la religión hace dos siglos, ¿cuál sería la religión de estos tiempos?
–En el siglo XIX se debilitó la religión, que fue desplazada por la literatura, la fantasía, la virtualidad. Este proceso tiene consecuencias hasta hoy. Ese lugar que tenía la religión no sólo está ocupado por la literatura, sino por la cultura mediática. Un recital es como un suceso religioso para las jóvenes generaciones, que se podría afirmar que tienen rasgos medievales. Los medios se han transformado en las iglesias de la actualidad.
–Usted recuerda en el libro que Goethe escribió que “por desgracia los periódicos llegan a todas partes, ésos son ahora mis enemigos más peligrosos”. ¿Para reflexionar sobre el papel de los medios hay que remontarse también al romanticismo?
–Con la Revolución Francesa, las noticias, que demoraban una semana, llegaron a Alemania a través de los diarios; fueron esas noticias las que permitieron que emergiera una imagen ejemplar de transformación del mundo, que derivó en el surgimiento de una conciencia política en Alemania. La toma de la Bastilla era posible. Esa luz de la democracia irrumpió en Alemania a través de la prensa. Los románticos alemanes llevaron la Revolución Francesa al ámbito de la literatura. Se vieron seducidos por la fiebre revolucionaria, pero como esa revolución no se podía implementar en el ámbito político, la trasladaron a la cultura. El romanticismo no fue sólo una revolución cultural, sino también en el estilo de vida. El primer “piso compartido” tuvo lugar en Jena, donde los románticos cambiaban todo el tiempo de pareja, le decían no al matrimonio y respaldaban el amor libre. El romanticismo fue un experimento de vida, el intento de cambiar las condiciones burguesas establecidas. Los románticos fueron los inventores de la bohemia.
–¿Fueron también los precursores de los hippies?
–Sí, por eso la generación del Mayo Francés con su consigna de “la imaginación al poder” tiene raíces románticas. Uno de los conceptos básicos de los movimientos hippies fue la exigencia de ampliación de la conciencia para cambiar las costumbres de vida. Querían que estallaran los límites de la normalidad. Es un proyecto que ya estaba en el romanticismo. A fines de los ’70 salió el disco de Pink Floyd The Wall, que tematiza lo que es el encierro y el llamado a derribar paredes y generar una mayor conciencia. El hecho de que uno mismo se encierra y uno mismo debe ser el que derriba esas murallas fue una imagen muy utilizada por la generación del romanticismo.
Safranski opina que la consigna del Mayo Francés “no era precisamente una buena idea”. Pero el filósofo alemán advierte que una dosis de imaginación siempre es necesaria en la política. “El sentido de la realidad y la razón política no son suficientes para vivir.”
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