Mié 15.02.2006
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ELSA DRUCAROFF Y LOS MITOS DETRAS DE LAS PROSTITUTAS DE LA ORGANIZACION ZWI MIGDAL

“Los prostíbulos eran como fábricas a destajo”

En El infierno prometido, una prostituta de la Zwi Migdal, la escritora y crítica literaria toma datos de la realidad para dibujar la historia de Dina, una mujer esclavizada en un burdel de Boedo que terminará huyendo de la mano de un anarquista, en un recurso que llama “de memoria utópica”.

› Por Silvina Friera

Dina podría haber sido escritora, pero cuando llegó a Buenos Aires ejerció la prostitución en un burdel de Boedo. Pronto se dio cuenta de que ese oficio no era “tan grave ni tan difícil ni tan terrible como parecía de lejos”. El marido-cafishio, que la fue a buscar a su pueblo, exigía a sus dos prostitutas judías que atendieran a 600 hombres por semana, y para que sus cuerpos aguantaran había que aspirar cocaína. Entre los clientes que frecuentaban ese prostíbulo hay un perverso juez de la Nación, que pertenece a La Liga Patriótica; un periodista de policiales del diario Crítica al que apodan “El loco” –personaje inspirado en Roberto Arlt–, y un anarquista, Vittorio, que trabaja como linotipista en el periódico de Natalio Botana. Los tres se enamoran de Dina, pero sólo uno la ayudará a escaparse de la esclavitud a la que es sometida. La escritora y crítica literaria Elsa Drucaroff no quiere edulcorar el pasado ni transformarlo en una estampita en su nueva novela histórica El infierno prometido, una prostituta de la Zwi Migdal (Sudamericana). “Me interesa terminar con mitos que tienen núcleos ideológicos que no comparto, como el de transformar en taradas a las mujeres que viajaron a Buenos Aires”, dice Drucaroff en la entrevista con Página/12.

–En este sentido, Dina es consciente de que la traen para prostituirse. ¿Fue una decisión literaria o un descubrimiento que hizo mientras investigaba?

–Es algo que elaboré literariamente, pero que nació de datos históricos. Donna Guy, en El sexo peligroso, una historia de la prostitución en la Argentina, advierte que es un mito paternalista el de las niñas inocentes que llegaban engañadas. La palabra “paternalista” me pegó mucho porque nos coloca a nosotras en un lugar de menores de edad. Resulta imposible que en 1920 no haya habido sospechas de alguien que llegaba buscando novia a las aldeas más pobres de los pueblos judíos de Europa Oriental, para casarse y llevarse a su mujer a Buenos Aires. Encontré un epígrafe de un rabino que decía, en 1899, que “es necesario ver la miseria de las ciudades judeo-polacas... para entender que un viaje a Buenos Aires no es terrorífico”. En 1899 se podía decir, a un nivel de presuposición compartida, que “un viaje a Buenos Aires” significaba “camino a la prostitución”. No descarto que haya habido algunas mujeres engañadas; y que era probable que la metodología de trabajo no fuera sentarse a la mesa y decirle a los padres: “Yo soy cafishio y me llevo a su hija”. Pero hay otro dato objetivo: Donna Guy señala que había un alto porcentaje de mujeres que ya habían ejercido la prostitución en Europa. Lo cual también termina con el mito de las inocentes.

–¿Por qué se ha mantenido ese mito?

–Estamos en un país que tiene la estructura de “por algo será”, y su opuesto es “no fue por nada, iban caminando, volaban por el cielo como angelitos y mirá todo lo que les hicieron”. Esa es la contracara de creer lo mismo. Si creo que hay derecho a torturar, a matar y a violar, como lo hicieron los militares con la guerrilla y con el campo popular, y creo que eso en el fondo era justo, el único modo que tengo para ponerme de parte de las víctimas es decir que no fue por nada. Es como si tuviera que agregarle “inocente” a la palabra víctima para poder solidarizarme. Si decimos que estas pobres chicas llegaron engañadas, está muy mal que las hayan esclavizado y que se hayan muerto, encerradas en sifilicomios. Ahora, si decimos que las chicas eligieron, o tuvieron algún margen de elección frente a la miseria atroz que vivían en sus pueblos, y prefirieron ganar muchísima plata ejerciendo la prostitución acá, parecería que ya no está tan mal.

–El cafishio exige que se atiendan a 600 hombres por semana en su burdel. ¿Son datos reales?

–Sí, son escalofriantes. El número era mayor todavía, 70 hombres por día, y lo saqué del libro de Albert Londres (El camino a Buenos Aires). Los prostíbulos de la Zwi Migdal eran fábricas Ford en condiciones de trabajoa destajo, y en la peor época previa a la revolución industrial. Y si pensamos en las novelas de Arlt, también cuentan esto de otro modo: gente muy triste, callada, mirando al piso porque les daba vergüenza estar ahí, y dos o tres puertas que se abrían y se cerraban cada 10 o 15 minutos. Hice el cálculo de los 70 clientes por día... no me entra, a menos que las prostitutas no durmieran. Debe ser una exageración de Londres. Para atender la cantidad que pongo en la novela, estas chicas tenían que trabajar alrededor de 10 horas por día con un franco semanal. Pero más allá del número, lo evidente es que esos prostíbulos eran una máquina de hacer dinero y de gastar mujeres.

–Respecto del accionar de la comunidad judía frente la prostitución, se decía que la toleraba y hasta lo ocultaba. ¿Fue así?

–No, eso es una canallada, la colectividad cerró los ojos después. Cuando Uriburu desterró a los cafishios, hubo una política de ocultamiento de la colectividad, pero durante la vida de la Zwi Migdal, la colectividad judía fue una enemiga virulenta y muchísimo más efectiva que el Estado. Llegué a la conclusión paradójica de que fue esa virulenta oposición la que hizo que los cafishios judíos hicieran una mutual. Cuando la colectividad judía comenzó a ver que había cafishios judíos que explotaban prostitutas judías, les prohibieron entrar a las sinagogas, a sus mutuales y enterrarse en su cementerio. Por eso la primera versión de la Zwi Migdal, la Asociación de Socorros Mutuos Varsovia, se construyó para poder tener un cementerio, porque estos tipos no tenían literalmente dónde caerse muertos. En esa situación de aislamiento, se juntaron para tener un cementerio. Por eso la mutual Varsovia fue completamente legal, como hubo tantos italianos, franceses, ingleses y españoles que organizaron sus propias mutuales, con la característica particular de que los que participaron de la Varsovia eran todos cafishios. De hecho, la mutual, Varsovia tuvo que cambiarse el nombre, y terminó llamándose Zwi Migdal, por una denuncia que hizo la colectividad en la Embajada de Polonia. Los judíos fueron intolerantes con la prostitución, ¿sabe cuál es la religión tolerante con la prostitución?

–¿Los católicos?

–Sí, Santo Tomás de Aquino decía que “los prostíbulos son a la ciudad lo que la cloaca al palacio”. Nuestro Sacro Santo Estado Católico permitía la prostitución de un modo legal.

–¿Cómo explica que al mismo tiempo que “legalizara” la prostitución, el Estado argentino tuviera un discurso moralizante contrario?

–La hipocresía es un componente muy fuerte del discurso católico; admite estructuralmente y explícitamente la necesidad de la cloaca. Para el Estado argentino era, y no sé hasta dónde usar el pretérito imperfecto, una necesidad social. Había una mezcla de hipocresía con misoginia, discurso patriarcal y antisemitismo. La prostitución es una necesidad social repugnante, que hay que hacer por debajo; las mujeres sólo sirven para dar hijos, y si no son respetables, funcionan como inodoros donde los varones descargan sus malos instintos.

–¿Por qué el que rescata a Dina del burdel es un anarquista?

–Los anarquistas son seres entrañables de nuestra historia, el anarquismo es un movimiento en sí mismo literario. ¿Cómo vas a desperdiciar el anarquismo, si estás contando una historia de los años ’20? Me molesta la modita posmoderna de “la joda loca”, de hacer un cóctel, mezclar todo y no hacerse cargo de nada. Trabajé el anarquismo con un sentido político claro y concreto; me interesaba que el personaje que ayudara a Dina a escapar fuera una anarquista, y también me gustaba que no fuera una salvación tradicional. No es que Dina se enamora locamente y por amor se va del prostíbulo. Dina se enamora, pero por amor no se iba del prostíbulo, su proyecto era ser regenta del burdel. Se va porque se da cuenta de que se iba a morir en ese prostíbulo. En la novela histórica me importa construir lo que llamo “una memoria utópica”, trabajar un pasado lleno de injusticias y de horror, no edulcorarlo ni volverlo bonito, pero instalar en ese pasado tensiones utópicas, cosas que me gustarían que hubieran podido pasar, como una alianza entre anarquistas y prostitutas como la que construyo en mi novela. Si tomamos la literatura como un espacio de investigación y de experimentación social, podemos hacer a pasado lo mismo que la ciencia ficción a futuro, que toma un conflicto social terrible del presente y se pone a experimentar qué derivaciones atroces podría tener en el futuro. Lo mismo podemos hacer con el pasado. Mirando núcleos que perviven en nuestro presente, como es la opresión de las mujeres o la injusticia social, podemos colocarlos en una situación histórica donde sabemos qué ocurrió y abrir una ventana, y ver si con esa ventana no estamos alumbrando el presente.

–¿Cuáles son las causas por las que no se dio esta alianza entre anarquistas y prostitutas?

–Es histórico que en situaciones donde la clase y el género se enfrentan, a los varones les gana su corazoncito de género. Además, las mujeres tampoco pelearon ni tuvieron la conciencia suficiente como para que se diera. Del lado de la prostitución, no hubo mucho más que reacciones personales. Raquel Liberman reaccionó porque estaba nuevamente sometida a la esclavitud por su nuevo marido y por sus joyas, lo que me parece muy legítimo. Pero fue unilateral, no había conciencia de explotación social en las prostitutas, y en los momentos en que esta conciencia aparecía, venía inyectada por el lado de la izquierda y de los grupos anarquistas de un modo muy externo y paternalista: “Nosotros les vamos a contar a ustedes qué mal que las tratan”, pero negaban realidades muy concretas, como demostrarles en qué trabajo iban a ganar tanto dinero. La colectividad judía peleaba honestamente contra los cafishios judíos, pero la colectividad, ¿hizo una autocrítica sobre cuál era el lugar en el que se quedaba una mujer cuando no tenía un hombre que la mantuviera? Para que exista una alianza entre la clase y el género hay que entender que por motivos de género, por el sólo hecho de ser mujeres, las mujeres pobres están sometidas a presiones que no tienen los hombres.

–Cuando empieza lo que se podría llamar “la huida por el desierto” patagónico, hay un notable cambio de registro en el relato hacia el género policial. ¿Esto fue deliberado?

–Sí, es totalmente intencional. Estructuré la novela en dos partes muy definidas. Una que tiene que ver más con Madame Bovary, con el encierro, la subjetividad, la construcción psicológica de los personajes. Y después la novela agarra el modelo del thriller y de la road movie. La Patagonia es el lugar del mito, la imaginación y la utopía de un mundo mejor, y quería trabajar literariamente la posibilidad de nuestro desierto como un lugar de invención y de liberación. También hay una cierta alusión al mito de la tierra prometida, una rehechura del mito sionista de la tierra prometida, sólo que yo no soy sionista y para mí la tierra prometida no es un lugar de la tierra que está garantizado por la Biblia, sino que es aquella tierra que vos hacés tuya, volviéndote un sujeto dueño de tu destino.

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